Fernando Broncano: «Esperemos que cuando podamos tocarnos los besos que nos demos no sean de Judas»

Entrevista Fernando Broncano

Por Candela Rousseau (@candelarc13)

Conversamos con Fernando Broncano (Salamanca, 1954), filósofo y catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid. Con él, hemos explorado desde el controvertido territorio del teletrabajo hasta el fin del capitalismo, pasando por los miedos de “volver a la selva de la libertad de acción” o los besos de judas.


La palabra ciencia estaba prácticamente desterrada de nuestras cabezas, de nuestros periódicos y de nuestros debates, y si aparecía, aparecía en boca de políticos como Abascal, Trump o Bolsonaro para desacreditarla. Esta pandemia nos ha pillado desprevenidos, ignorantes y escépticos en extremo. ¿Cómo cree Broncano que nos está afectando esto?

Vivíamos ya en una sociedad en la que las políticas públicas implicaban mucho conocimiento experto, pero esto era un trasfondo que no recibía mucha atención, ahora hemos visto que las advertencias de los expertos sobre el impacto que tendría una pandemia cayeron en saco roto y a nadie se le había ocurrido preparar los servicios de salud para casos de catástrofe. No era la ciencia, era la economía la que dirigía el barco sin preocuparle las vías de agua del casco. No nos pilló desprevenidos e ignorantes, sino prevenidos, pero, desgraciadamente, con una ignorancia producida estratégicamente. Con el cambio climático, que se lleva advirtiendo desde hace décadas está ocurriendo lo mismo.

El Coronavirus ha vuelto a poner la ciencia en el centro y ha demostrado que solo ella es capaz de ofrecernos una solución real y eficaz. ¿Cree Broncano que esta crisis va a aumentar nuestra confianza en la ciencia? ¿saldrá reforzada?

Es una mala idea poner todas las esperanzas en la ciencia, porque la ciencia sin la sociedad es inútil. Lo que necesitamos en reorganizar los sistemas públicos de salud, que son una mezcla institucional de ciencia y de orden social. En lo que respecta a la ciencia, la verdad es que el conocimiento científico y sobre todo técnico se ha convertido en la principal riqueza estratégica de los países.

Mucho me temo que lo que va a ocurrir es que los dos grandes imperios caminen en la línea de apropiarse cada vez más a través del conocimiento científico y que los países intermedios consideren que no es una prioridad invertir en un sistema robusto de investigación, desarrollo e innovación porque otros lo harán mejor. No es la ciencia la que saldrá reforzada sino los nuevos señores de la ciencia (las macroempresas tecnológicas, los oligopolios editoriales, la tecnoestructura militar de los imperios…).

La pandemia ha destapado las precarias condiciones de nuestro sistema público de salud. Y ahora que lo necesitamos más que nunca padecemos los efectos de los recortes que se llevaron a cabo tras la crisis de 2008.  ¿Esta crisis nos está haciendo más conscientes de la importancia de los servicios públicos? ¿Los defenderemos con más ahínco?

No me atrevo a hacer predicciones porque la sociedad postraumática que surja de la crisis económica que va a producir la pandemia puede ser una sociedad más consciente de sus vulnerabilidades y sus interdependencias o, por el contrario, una sociedad más desigual, depredadora y basada en la competitividad y la fuerza. En un artículo que escribe en El País Germán Cano recuerda la postguerra de la II Guerra Mundial, cuando los estados del bienestar fueron una conquista de las clases trabajadoras que habían soportado el sacrificio en el frente y en la retaguardia. Esperemos que el sacrificio que está haciendo ahora la sociedad conduzca a una transformación social basada en el cuidado y la protección de los débiles.

¿Es adecuado utilizar términos bélicos para hablar de la enfermedad? ¿Qué opinión le merece el belicismo al profesor Broncano?

Las metáforas son iluminadoras cuando nos hacen mirar hacia zonas que no habíamos visto, pero pueden ser también clichés sin sentido. Todo nuestro lenguaje está lleno de metáforas bélicas, que prácticamente no dicen nada. Sin embargo, sirven para la comunicación política. Hubo mucha polémica al comienzo por el uso de esta metáfora, que a mi no me gusta tampoco por las resonancias autoritarias, pero también el mercado se ha convertido en una metáfora utilizada para todo, desde los capitales y mercancías a los títulos académicos y nadie protesta, o no se protesta con la misma fuerza.

Ahora que se nos limita el contacto corporal y social somos más conscientes de la dimensión física y social de nuestra existencia: estamos en el mundo con un cuerpo vulnerable y necesitamos a los otros.  ¿Esta experiencia nos va a llevar hacia la reconstrucción de los lazos comunitarios? ¿Pondremos los cuidados en el centro o es una visión demasiado optimista?

No hay ninguna duda que la necesidad de los abrazos de amigos y familiares la hemos sentido en las entrañas como nunca. Vamos a entrar en una sociedad en la que por un tiempo llevaremos la cara tapada como si fuéramos musulmanes y nos alejaremos de los otros sin tocarles como si fuésemos anglosajones, pero la necesidad de lazos sociales afectivos en los que nos cuidemos unos a otros se está haciendo cada vez más presentes. Esperemos que cuando podamos tocarnos la cara los besos que nos demos no sean besos de Judas.

Muchas veces se ha acusado a la tecnología de disminuir nuestras capacidades sociales para comunicarnos; de transformarnos en seres más asociales y con relaciones más superfluas (por su peso virtual). Pero ahora, en plena pandemia, son las únicas herramientas que nos han permitido estar interconectados. ¿Es la tecnología enemiga o aliada de la socialización?

La técnica ha sido el entorno artificial en el que se ha evolucionado la especie humana desde antes de ser esta especie de Homo sapiens, así que la técnica es un medio, en el sentido filosófico de mediación, sin el que no sería posible nada social. Ciertamente, la atención a las pantallas ha afectado mucho al gusto por la conversación relajada y casual, pero no sé si es la tecnología o el hecho de que se han diseñado ciertas aplicaciones ordenadas a captar la atención continua. Sí, hay un problema de ambivalencia que tenemos que discutir y reordenar nuestras prioridades. Tras el confinamiento tendríamos que ser conscientes de la importancia de la conversación y resistir nuestros deseos de encerrarnos con el móvil y nuestros pensamientos, que es al fin y al cabo la principal fuente de ganancia económica en este mundo de las super-plataformas.

Se habla mucho que el teletrabajo ha llegado para quedarse. Algunos lo pintan como panacea: mayor flexibilidad horaria, reducción de la contaminación, del estrés, de los costes económicos asociados a la presencialidad; otros, que es una trampa más del capitalismo para que estemos más aislados y solos. ¿Qué opina Fernando Broncano?

Es muy complicado de responder. El problema no es el teletrabajo sino las condiciones de trabajo y de salario. Hay situaciones en las que el teletrabajo es liberador, por ejemplo, de la cantidad de reuniones interminables o de los viajes continuos para un par de entrevistas, y hay situaciones en que puede ser estresante y dañino, dependiendo de las condiciones de trabajo en casa. ¿Quién paga el lugar de trabajo? ¿y la conexión telefónica?

¿Debemos apostar por el teletrabajo o defender la presencialidad?

El teletrabajo ha llegado para quedarse, pero tenemos que discutir casi sindicalmente en qué condiciones y cómo se realiza. Sobre todo, el problema de las jornadas inacabables de trabajo, que es uno de los peligros que tiene.

Por otro lado, hemos visto también lo rápido que nos convertimos en policías de la moral, en vigilantes de un Estado policial. O la facilidad que tenemos para ceder derechos, libertades y reclamar medidas mucho más coercitivas. ¿Qué indican estas tendencias de nuestra salud democrática?

Erich Fromm lo explicó refiriéndose a las sociedades autoritarias que dieron lugar a la II Guerra Mundial. En El miedo a la libertad explicó como la mente autoritaria tiene mucho que ver con el placer que causa el estar siempre organizado y no tener que tomar decisiones. En una consulta que me hacía Sergio Fanjul para un artículo en El País, le contaba la anécdota de que en el servicio militar observé cuán extendido era el miedo de los últimos dos meses a que se acabase aquella forma de vida ordenada y tener que volver a la selva de la libertad de acción.

¿Debemos estar vigilantes?

A veces pasa también en las cárceles. Ignacio Sánchez Cuenca mantiene la idea de que somos una sociedad basada en la desconfianza. Seguramente es así desde las persecuciones a los judíos del Renacimiento, pero también lo es de muchos sesgos cognitivos que tenemos los humanos que nos llevan a pensar en el otro como alguien que no es tan perfecto como la imagen que tenemos de nosotros mismos.

El término ‘nueva normalidad’ se ha naturalizado muy rápidamente. Pero, ¿qué significa?, ¿qué debemos esperar de este nuevo término? ¿debemos temerlo profesor Broncano?

Pues seguramente la aparición de nuevos hábitos de movernos en los espacios públicos, de estar siempre alerta y en peligro de nuevas recaídas y de la amenaza de que el coronavirus mute en un agente aún más peligroso. Algo parecido a lo que ocurrió con las relaciones sexuales durante lo que se llamó la revolución sexual de los años sesenta y setenta y las transformaciones que tuvo el HIV, el SIDA, que puso en alerta a todo el mundo, creó la desconfianza produjo una ola de puritanismo afectivo. Pero luego todo se recompone.

¿Qué papel deben ocupar las humanidades y la filosofía a la hora de orientar la ‘nueva normalidad’?

A las humanidades nos cabe la tarea de ayudar a interpretar lo que ocurre, de ayudar a crear relatos que den sentido a la experiencia histórica de la sociedad en cada momento histórico.  Así, en esta crisis, como en otras, las humanidades no pueden ir por delante, sino más bien tras la experiencia de la sociedad, intentando buscar nombres y descripciones que lo que ocurre. No como la sociología o la ciencia política, sino como la constitución de una fenomenología de la vida cotidiana.

Cuando cayó el muro de Berlín, historiadores como Fukuyama se apresuraron en anunciar el fin de la historia; hoy, muchos vaticinan el fin del capitalismo. ¿Llegaremos a tanto, sr. Broncano?

Si algo demuestra la historia es que el capitalismo no caerá por una crisis externa sino por la resistencia social al daño que causa el convertir todo en mercancía desde nuestras vidas al medio ambiente. En la medida en que la sociedad sea consciente de que su supervivencia depende de un orden mundial orientado a la sostenibilidad del planeta y la biodiversidad, y de una reversión de la insufrible desigualdad, abriremos una posibilidad de organizar de otro modo el mundo, pero creo que hay que ser conscientes de que llevará mucho tiempo y muchos sacrificios.

Gracias, profesor Broncano.