lamordaza.com está financiada por tres jóvenes periodistas y los gastos nos dejan tiritando. Caen nuestras notas académicas. Nuestras familias nos echan de menos. Son muchas horas tecleando. ¿Nos invitáis a un café con una donación? Aquí te dejamos nuestro Ko-fi. ¡Gracias!
Recuerdo mis primeros pasos en el feminismo. A los 16 años, aún no tenía la capacidad de desarrollar con suficiente elocuencia y argumentos las posturas que defendía. Sí tenía el nivel necesario para señalar aquellas que no me gustaban. Bien porque me parecía que no entraban dentro del sentido común o bien porque mi madre había hecho un buen trabajo en enseñarme los límites del respeto y la educación.
En mi adolescencia veía la violencia como algo meramente físico, algo aislado y relacionado directamente con mi persona y no con mi género. Que un compañero de clase me levantase la falda, y que por consiguiente dejase de ponérmela, para mí, no era violencia, era algo que podía pasar. Que mi pareja me presionase para tener relaciones sexuales no era violencia, era algo que sucedía en las relaciones, un conflicto de intereses. El movimiento feminista ha crecido desde entonces y me ha ayudado a poner nombre a todas esas experiencias que me acompañaron durante años. Ha sembrado dudas, expuesto debates, ha hecho reflexionar a las personas. En especial, ha visibilizado todas las violencias que sufrimos las mujeres, por el hecho de ser -y no solo nacer- mujeres.
Creo que es importante mantener esa postura. Si el feminismo ha conseguido cuestionar la estructura social desde la que surge su propia necesidad de acción, que sea solo para seguir avanzando y para hacer que nos replanteemos, con esas gafas moradas tan difíciles de pasar por alto, hacia dónde nos lleva. ¿Qué queremos conseguir? ¿A costa de qué? Y, sobre todo, ¿qué papel ejerzo dentro de la lucha? Porque sí, la clase social, la orientación sexual, la raza cambian la perspectiva que se le da al movimiento y los objetivos que se deben conseguir con él. Otra vez se exponen las violencias individuales y colectivas de cada mujer, las diferentes violencias que se ejercen sobre cada uno de ellas.
Violencia no es solo el acoso, los golpes o los insultos. Violencia también es sufrir las consecuencias de un sistema que precariza el trabajo de las mujeres. El mismo que permite la trata de personas, la transfobia o el racismo. Las propias bases de nuestra cultura promueven la violencia hacia la mujer. El movimiento feminista está en las redes del sistema capitalista. Está invisibilizando que los problemas que sufrimos a diario las mujeres, están respaldados por un sistema tan antiguo como la propia dominación masculina. Sin cuestionarse el capitalismo, el movimiento feminista perderá de vista las metas que debe lograr.