«Agradezco a los Belgas su decisión de no venir a España», decía Fernando Simón. «Lo mismo con Reino Unido: que impongan cuarentena, desincentiva que vengan». Es una pena que Fernando Simón hable desde el punto de vista epidemiológico, porque hubiera sido una buena respuesta para acabar, por fin, con una apuesta de todo al turismo. All in: sol y playa.
Los británicos imponen una cuarentena a los turistas que viajen a España (o a Catalunya o a Baleares o a Aragón, ya no saben ni ellos). Los belgas piden no pisar territorios español. Los franceses dicen que Catalunya es un lugar horrible. Se suman Alemania y Países Bajos: ni Navarra, ni Catalunya, ni Aragón. Estos últimos, no hablan de su colonizado archipiélago balear. Vaya. Sol y playa.
Recuperación muerta
No sólo es un problema que se haya hecho un all in desde hace décadas al turismo, al sol y a la playa. El problema es que tras la pandemia, con una crisis socioeconómica inaudita, se han volcado las esperanzas en la servidumbre al norte de Europa. Más o menos todo empezó con el llamamiento a las suecas de José Luis López Vázquez y Alfredo Landa. En la película ‘Amor a la española’, de 1967, los protagonistas ya decían boutades como: «No está mal esto, no está mal. No es Miami, pero no está mal Torremolinos».
¿Y cuándo empezó el declive? Más o menos a la vez. Cuando nació el sol y brotó la playa.
El PIB maldito
Se estima que un 12% del PIB proviene del turismo. Un 15% si hablamos de actividades que circundan al sector. Sí, increíble.
Mientras se desloman las subvenciones al sector, se inician campañas mediáticas para sostenerlo, se lamentan miles de empresarios con lágrimas de cocodrilo en antena, los trabajadores de la Nissan siguen en lucha. Más de 80 días de huelga indefinida ante el anuncio del cierre de la planta catalana. 25.000 familias en riesgo. Y se suma a la fiesta Siemens Gamesa, con 240 trabajadores pendientes del cierre de la planta de Aoiz, en Navarra.
Y, ¿habéis oído en la televisión que cuatro obreros estuvieron hasta 37 días en huelga de hambre en Asturias? Trabajadores de la granelera del puerto gijonés de El Musel (EBHI). Los médicos y las presiones legales hicieron que el último de los trabajadores abandonara la lucha: habría perdido masa muscular y podría complicarse su estado de salud si no dejaba la reivindicación.
a los 80: la desindustrialización
Viajamos a la década de 1980. Felipe González, empeñado, quiere entrar a cabezazos en la OTAN. Pero también en la Comunidad Económica Europea. Para esta última había un requisito: desmantelar la industria nacional. Con el pretexto de la reconversión, miles de trabajadores se fueron a la calle, cientos de plantas de trabajo fueron cerradas y el sector como tal, fue desvalijado.
Y frente al hambre, Reinosa dijo basta. En 1987, Reinosa dijo basta. Murió al menos un trabajador en las manifestaciones. La Guardia Civil fue arrinconada por los obreros en lucha. Uno de ellos fue herido sirviendo y amparando el desmantelamiento de su país.
Colas del hambre
Y recién aprobado un fondo europeo de recuperación: ¿por qué no dedicarlo a reindustrializar la nación?, ¿por qué no afilar empresas tecnológicas?, ¿invertir en I+D+I?, ¿avance sanitario?, ¿producción en general? Todo menos sol y playa.
Cabría otra opción, pero llamarían comunista a Josep Borrel por haberlo mencionado en algún foro europeo (aunque Josep Borrel sea horriblemente opuesto al comunismo): nacionalizar las plantas de la economía pesada e invertir el fondo europeo de recuperación en recuperar a los que están al borde del deshaucio, sin luz o agua, haciendo colas para comer todas las tardes.
Volviendo al cine: Bienevenido, Míster Marshall. Sol y playa.