Trabajadoras sexuales: historia de un colectivo olvidado

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El 17 de diciembre se celebra el Día Internacional para Eliminar la Violencia contra las Trabajadoras Sexuales. Esto surge en memoria de las mujeres asesinadas, en su mayoría prostitutas, a manos de Gary Ridgway entre 1982 y 2003, sumando un total de 49 víctimas (aunque se desconocen las cifras exactas, ya que posteriormente confesó haber asesinado a 80 mujeres). Pero, la violencia que se sufre como trabajadora sexual no puede tan solo resumirse en los asesinatos de las mismas. Debería contemplarse que el sistema capitalista es un método de violencia -aunque no específico para las trabajadoras sexuales- en sí mismo.

A lo largo de la historia se han contemplado diferentes sistemas en torno a cómo tratar el trabajo sexual. Actualmente, en el panorama español, tan solo se contemplan el modelo laboral (el que apuesta por la regularización de los derechos de las trabajadoras) o el abolicionista, que considera que la prostitución debe ser abolida. Según explican Celeste Arella, Cristina Fernández Bessa, Gemma Nicolás Lazo y Julieta Vartabedian en Una aproximación a la vulneración de los derechos humanos de las trabajadoras sexuales en la ciudad de Barcelona, existen tres modelos de intervención del estado sobre el trabajo sexual a lo largo de la historia.

El debate: diferentes modelos

El primero de ellos, nacido a principios del s.XIX, sería el modelo reglamentarista. Este modelo cala en la sociedad española a finales de siglo y basa sus fundamentos en tolerar y regular la prostitución, pero no legalizarla, es decir, el estado a nivel nacional no intervenía, pero si los municipios. Dos aspectos determinantes de este modelo eran el policial, que pretendía erradicar el desorden, y el médico, que expresaba la preocupación existente por la transmisión de enfermedades venéreas. Estas dos intervenciones recaían única y exclusivamente sobre la figura de la mujer y, en ningún caso, sobre el consumidor o el proxeneta.

Se llevaron a cabo normativas urbanísticas para circundar los espacios públicos en los que se ejercía la prostitución, así como ciertas normas para que las trabajadoras sexuales no “llamasen la atención”. El resultado y las consecuencias de este sistema fue la represión constate hacia las trabajadoras, en especial a través de los registros de mujeres y las visitas médicas de inspección ginecológica como mecanismo de etiquetamiento, así como la regulación de los barrios pobres. En este contexto nació el término de prostituta y las connotaciones negativas que giran alrededor de su significado.

El modelo abolicionista surgió a finales del s.XIX y cuyo éxito se vio reflejado en el Congreso Internacional contra la trata de blancas en 1949. Surgió en un primer momento para combatir los rigurosos y brutales exámenes médicos a los que se veían sometidas las prostitutas. Encabezado, eso sí, por mujeres burguesas, conocidas como las hermanas chillonas. Josephine Butler, una mujer de clase media y con una ideología católica, fue la figura más representativa de este movimiento. Butler fundó Ladies National Association (LNA) a través de la cual se consideraba la prostitución como una cuestión estrechamente relacionada con la dignidad de la mujer. Este movimiento acabó degenerando en una promulgación de la castidad masculina, así como un control sobre la misma, en especial sobre la castidad masculina obrera. La ruptura entre las seguidoras de Butler y la parte más puritana provocó que esta última acabase conduciendo el discurso abolicionista.

Con influencia del abolicionismo más conservador, así como de la criminología positiva, la que trata de buscar objetividad científica para medir y cuantificar el comportamiento criminal, nace el modelo prohibicionista. Con este nuevo modelo se crea también la figura de la prostituta congénita, una figura específicamente femenina caracterizada por un salvajismo primitivo. Se hizo un estudio de la mujer desde una perspectiva biológica (La mujer delincuente, la prostituta y la mujer normal, de C. Lombrosso y G. Ferrero, 1893), partiendo de la base misógina de que esta delinquía menos a pesar de tener un carácter más infantil, y se concluyó que la prostituta era la figura criminal por excelencia en las mujeres, equivalente al delito masculino.

¿Prohibir o regular?

Con esta teoría, junto con la filosofía social que defendía la eugenesia (intervención humana y métodos selectivos para mejorar los rasgos hereditarios), se creó la figura criminal de la prostituta. La prostituta pasó de ser una víctima a un elemento peligroso, el causante principal del deterioro de la raza, así como la progenitora de futuros criminales. El modelo prohibicionista no ha calado plenamente en ninguna sociedad, aunque, por ejemplo, los países del norte de Europa o EE. UU, están inspirados por él, dado que presentan los sistemas más represivos en cuanto a trabajo sexual.

Finalmente, este estudio subraya la necesidad de incluir el modelo laboral o reglamentarista. La autoorganización de los diferentes colectivos en los años 80 del siglo XX, así como el I y II Congreso Mundial de Prostitutas (IPCR) en el 85 y el 86, crean una nueva visión de la sexualidad y de la propia prostitución en los años 90. Las trabajadoras sexuales comienzan a alzar la voz y reniegan de su papel histórico de víctimas, así como del papel criminalizado otorgado por la sociedad. Reclaman su participación en el movimiento feminista y, durante el II IPCR, redactan la Carta Mundial por los derechos de las prostitutas, en las que se reclama principalmente la aceptación de la prostitución, basándose en las decisiones individuales de cada uno, así como un reconocimiento de sus derechos laborales, cobertura sanitaria, asilo a inmigrantes o la subvención de centros de acogida, entre otros.

¿Y ahora?

Estos debates han marcado la evolución de la prostitución a lo largo de la historia y han creado una imagen -cierta o no- de la trabajadora sexual. Debatir sobre qué hacer con la prostitución, en el sentido ya no solo legal, sino también social, sin contar con la opinión del propio colectivo, es una manera de ignorar a las personas que pertenecen a él y, también, otra forma de violencia. Las consecuencias directas de un modelo u otro repercuten directamente a un colectivo vulnerado durante años.

Ojalá en un futuro, un futuro alejado del sistema capitalista, no sea necesario verse en la tesitura de tener que optar a realizar trabajos sexuales para poder tener una vida digna. Que la única opción para mujeres migrantes no sea vender su cuerpo. Y, sobre todo, que la trata de blancas sea castigada de manera real. Pero mientras el objetivo sean las trabajadoras sexuales y sus colectivos y no el sistema que las engloba, nunca se pactará una solución real. Por ahora, queda escucharlas, no invisibilizarlas y darles el espacio y los recursos que necesitan. Y si, el feminismo será abolicionista o no será, pero debe ser progresivo y teniendo en cuenta que en la calle hay mujeres con voz a las que no se les escucha.