Heridas sin cicatrizar: crónica sobre la obra de teatro de Altsasu

Yazmina Vargas

La obra de teatro Altsasu, de María Goiricelaya, comenzó la gira en el teatro Arriaga de Bilbao los días 28, 29 y 30 de octubre, teniendo funciones en euskera y castellano. Y todas tuvieron un rotundo éxito, no solo porque llenaron el teatro, sino por todo lo que el guion, los actores y actrices, la música y las luces trasladaron al público. Este tenía una idea preconcebida sobre lo que se iba a encontrar en el teatro, porque el título de la obra era muy claro y el caso Altsasu fue muy mediático. Sin embargo, nadie estaba preparado para lo que vio, escuchó y sintió durante la hora y media que duró la función. 

Frente a un escenario con una decoración sencilla, pues tan solo cautro sillas había en el espacio, se sentaba un público tan entusiasmado como inquieto, en el que se entremezclaban personas vascoparlantes con otras que tenían la bandera española dibujada en la mascarilla. Y sin importar su posición ideológica o la postura que toman ante la condena de los de Altsasu, a todos les removió por dentro la obra. Porque trata de esas heridas que aún sangran, pero de lo importante que es su cicatrización: “Es primordial hablar de cerrar heridas, de restaurarlas. Hablar del perdón, de la convivencia, porque yo aún noto que hay heridas y que la sangre pesa en el País Vasco”, comparte Goiricelaya.

Los entresijos de Altsasu

En la obra solo actúan cuatro personas: dos actores y dos actrices, e interpretan numerosos papeles, pues numerosas fueron las personas implicadas en el caso: los ocho chavales/as de Altsasu, los guardias civiles, las novias de estos, las familias de ambos, la jueza, los abogados… Y esa responsabilidad interpretativa la tienen Ane Pikaza –que comparte la productora La dramática errante con María Goiricelaya-  Egoitz Sánchez, Aitor Borobia y Nagore González, quienes con enorme maestría consiguen llevar al espectador por los diversos lugares y personajes sin que se pierda, con el simple acto de ponerse y quitarse una sudadera y mover unas sillas.

Altsasu es una obra basada en las 350 páginas de transcripción oral del juicio, pero que tiene gran parte de ficción, sobre todo, esa que atañe a la parte más humana y visceral de la obra: las conversaciones en la cárcel, la visita de sus familiares o la historia de amor de los guardias civiles con sus parejas. “Estas son cosas que no están en el proceso judicial, pero era importante reflejarlas: los dolores, sentires y pesares de todas las partes implicadas”, confiesa Goiricelaya. El trabajo de todo el equipo (interpretación, iluminación, vestuario, banda sonora) hizo posible que se cumpliera ese objetivo.

Emociones a flor de piel

No fueron pocas las veces que el público se sobrecogió. Una de las veces fue cuando compararon la condena a la chavalería de Altsasu con las condenas mucho más pequeñas de asesinos y violadores. O se emocionó, como cuando los chavales de Altsasu entre lágrimas decían que querían ir a casa o llamaban angustiados a su ama, incluso cuando cantaban a cuatro voces esas canciones en euskera con la que tantas personas han crecido.

También hubo risas irónicas y murmullos, algunos conformes otros todo lo contrario, cuando la novia de uno de los guardias civiles habla sobre las miradas de odio que recibe por parte del pueblo y cuenta que ETA ya no dispara, pero que sigue matando. Lo mismo ocurre cuando la madre del guardia civil agredido confiesa que no puede perdonar, pero que tampoco les odia. Y dice que la mayor victoria para un etarra es ver llorar a una madre o a una viuda.

Era difícil que esto no hiciera removerse al público en sus asientos. Era difícil que la obra no impactara. María Casas, joven barakaldesa que fue a la primera función en euskera, así lo expresa: “A priori todos sabíamos a lo que íbamos, y más en la sesión de euskera, pero no imaginábamos la crudeza que íbamos a vivir con esa escenografía minimalista tan brutalmente utilizada. En la obra están plasmados todos los puntos de vista, siendo todos unos testimonios dignos de ser escuchados”, comparte.

“Es una realidad en la que seguimos viviendo en Euskal Herria, la represión policial y el miedo a alzar la voz porque pueden condenarte por enaltecimiento al terrorismo cuando solo estás dando tu opinión sin pertenecer a ninguna banda armada. Creo que aquí hay una paz relativa en la que siempre se señala a las personas pertenecientes a algunos movimientos de la izquierda, porque se sigue creyendo que estos pertenecen a una ETA que ya no existe. La obra te incita a pensar que eso todavía no está olvidado ni curado”, concluye. Lo que está claro es que es difícil que las personas que vieron y disfrutaron la obra se olviden de ella o de lo que esta les hizo sentir.