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Según el Ministerio de Trabajo, debido al impacto del Coronavirus, el paro masculino ha crecido un 6,5% respecto al mes anterior, mientras que el femenino ha aumentado en un 13,26%
Los sanitarios lo hacen bien. Lo hacen muy bien, a pesar de los resquicios que quedan de los recortes de gobiernos anteriores. Lo llevan como pueden, ocupan los medios y sus historias llegan a los vecinos, a los amigos y a los familiares. El trabajo en los hospitales es formidable: médicos, enfermeros, auxiliares, celadores… aportan su granito de arena para sobrellevar una situación desconocida hasta el momento. Pero al igual que ellos, los trabajadores que hasta hace relativamente poco pasaban desapercibidos, esos que ahora se les reconoce bajo la etiqueta de “esenciales”, cargan también con el peso de la pandemia. Sobre la espalda de los nuevos esenciales no recae la salud de la gente, pero sí la de aquellos que les rodean y, por supuesto, la suya propia.
Hay trabajadores a los que ese peso se les ha quitado por fuerza. Sus trabajos no son de primera necesidad, su salud ha primado, parece, por encima de la economía y se han ido a casa. Muchas empresas, entre las que se destacan H&M-con un facturación en 2019 de 22.300 millones de euros, según un artículo de El País- o Mango -con un ingreso de ventas en 2019 de 2.375 millones de euros, según El País-, se han acogido al Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE), una medida adoptada por el Gobierno que impide, en la teoría, los despidos derivados de la crisis del coronavirus, pero que, en la práctica, tan solo los encarece. Esta medida será válida durante el estado de alarma y finalizará, por la fuerza, a la vez que este, al menos así se refleja en el Decreto-ley 8/2020. Pero son los trabajadores quienes lo viven ahora.
El (ex)camarero
David Cid tiene 22 años y lleva 8 trabajando detrás de una barra. Al igual que él, sus compañeros fueron enviados a casa tras el decreto de estado de alarma: “Todos los empleados que conozco que trabajan en hostelería han sufrido un ERTE. Tengo dos hermanos que trabajan de camareros, uno de ellos en 3 bares, y les han preparado los papeles hasta que la situación termine”. El sector hostelero fue el primero en echar el cierre ante la llegada de la pandemia. Un mes después esta situación no ha cambiado y los bares, restaurantes y hoteles siguen cerrados y, sus trabajadores, en casa. Desde el gobierno, se insta a que los hosteleros se sigan acogiendo a los ERTEs, ya que la recuperación en este sector será lenta y escalonada. Cabe destacar que, en 2018 según el antiguo Ministerio de Empleo, la hostelería representaba un 6,2% del PIB anual.
Hostelería, un 6,2% del PIB
David relata que el problema se dividió en dos: por un lado, la incertidumbre y la falta de transparencia que sufrió por parte de sus jefes y, por otro, los pagos que siguen llegando, como el alquiler o la compra de alimentos. “Mis caseros, por ejemplo, no querían mover un dedo ni cambiar el pago de la mensualidad”, subraya. Destaca además que se encontraba en una situación excepcional, ya que su contrato terminaba y debía mudarse. “Me he tenido que informar más que en lo puramente laboral, ya sea contactando con plataformas, como con asesorías, como consultando noticias específicas, lo que me hacía estar siguiendo al minuto la actualidad. Las decisiones laborales han afectado al resto de mi vida a corto plazo”.
“Las decisiones laborales han afectado al resto de mi vida»
El resto del mes tendría que pagar el Estado. 400€. Una cifra con la que es muy fácil quedarse corto. David es consciente de la realidad: “Las facturas pasan. Se sabe que te puedes acoger a ayudas para pagar el piso, o hacer una moratoria de pagos, pero tampoco quieres hacer el mal a nadie, así que intentas pagar religiosamente”. Agradece, por cierto, que su antigua casera se solidarizarse con él y le permitiese seguir en el piso sin pagar el alquiler.
Pero el COVID-19 no trata a todos por igual. A diferencia de muchos otros comercios, las ventas en supermercados e hipermercados se dispararon en un 71% -en parte gracias a las ventas por internet-, según se difundió a través de la consultora Nielsen. La consultora Kantar refleja en un estudio sobre las compras de productos de gran consumo publicado en marzo como, según crecía el miedo hacia el coronavirus, se disparaban las ventas en supermercados e hipermercados, para ser más concretos, un 126%. Eroski, por ejemplo. La cuota de ventas en la cooperativa vasca creció un 5,4%, acompañada del 6,8% de DIA.
La cajera
Eroski publicó un plan de actuaciones el 14 de marzo en el que se declaraban “muy conscientes de la preocupación general”. Entre sus nuevas medidas, subrayadas bajo un “estamos volcados en ayudar a los clientes”, destacaban la preferencia de entrada a personas mayores, discapacitadas, embarazadas, o tanto personal sanitario como fuerzas de seguridad. Para las trabajadoras y trabajadores se les facilitaron el uso de guantes, mascarillas y una solución hidro-alcohólica, además de la desinfección de todas las superficies. Para Rosana Valdés, cajera de un hipermercado Eroski, estas medidas empezaron a tomarse demasiado tarde: “La reacción no fue rápida y a eso se sumó la tardanza en recibir los elementos de protección, que por lo menos ahora sí tenemos, tanto para nosotros como para el cliente”.
En poco tiempo se dieron los primeros positivos en su plantilla -6 en total- y el sentimiento común fue de miedo e incertidumbre: “Cualquiera de la plantilla podía estar afectado. Sobre todo por la masificación de clientes que sufrimos la semana anterior, sin disponer aún de medidas de protección. En unos días se dieron los primeros positivos, aumentando eso el temor de poder estar incubándolo”. Rosana, además, tiene a su cargo una persona que pertenece al grupo de riesgo, su padre, al que visita una vez a la semana y teme contagiar: “Siento una gran responsabilidad al saber que podría ser portadora y supone un estado de nervios constante, como si estuviese jugando con su vida”. Por parte de sus jefes siente poca sensibilidad y considera necesario un cambio de actitud en una situación como esta.
“Siento una gran responsabilidad al saber que podría ser portadora y supone un estado de nervios constante”
Rosana no es la única. Hay trabajadores que siguen ejerciendo cuando sus tareas no son esenciales o podrían realizarse a través del teletrabajo. Según un estudio de Rastand, el 42,8% de las empresas españolas mantienen su actividad.
El peón
Florentino Alonso es uno de “esos” a los que les ha tocado seguir trabajando. A 800km de su familia con un papel que le permite volver cada 15 días. Realiza jornadas, junto con sus compañeros, de 13 o 14 horas, tratando de reconstruir una vía de ferrocarril que DANA -la gota fría- se llevó por delante en octubre. Las medidas que les recomendaron desde la empresa, dice, son bastante limitadas: “Nos han dado la información oficial sobre la forma y limitaciones de relacionarse entre nosotros, aunque ha aspectos difíciles de seguir ya que trabajamos personas de muchos lugares distintos y la movilidad geográfica es prácticamente la misma. Procuramos mantener las distancias, no viajar más de dos personas en los vehículos de obra, utilizamos mascarillas, guantes y geles desinfectantes”.
En su opinión, la obra podría haberse pospuesto si no fuese porque está bajo la etiqueta de “esencial”, debido a que es importante para el transporte de mercancías. “Lo peor es que no tenemos donde ir a comer, hay que comer de bocadillos o emplear más tiempo haciéndolo en el piso que tenemos alquilado, que claramente sale de nuestro bolsillo”, aclara, “Muchos de los suministradores han cerrado o se ven limitados, lo cual influye en nuestro rendimiento y estamos bajo constantes presiones”. A esto se le suma los viajes quincenales de ocho horas, en los que debe ser consciente de que todas -o la mayoría- de estaciones de servicio estarán cerradas.
La auxiliar administrativa
Susana Negro también sigue en la oficina, aunque podría no estarlo. En la asesoría para la que trabaja se encargan de gestionar las cuentas comunitarias y los papeles de autónomos, tareas que, según ella misma, podrían realizarse desde casa: “Para mi marido puede ser un tema de vida o muerte debido a que pertenece a un grupo de riesgo. No me compensa para nada la incertidumbre y la angustia que sufro”.
“Según mis jefas, tenemos que poner todos de nuestra parte y arrimar el hombro, pero son ellas las que les han hecho pagar a los autónomos 60€ por gestión, en vez de incluirlo en la mensualidad que ya pagan”, aclara. Las medidas que se han llevado a cabo en esa gestoría, que como el resto se ha calificado como trabajo esencial, han sido una reducción del horario y la atención al cliente exclusivamente por vía telefónica, además del resto de medidas generales, como el uso de guantes, mascarillas o gel desinfectante.
“¿Desde cuándo tengo que dar las gracias a mi jefe por respetar mis derechos?”
Susana reitera en su situación: “Sigo llevando papeles a los buzones de los clientes, lo que implica que tenga que tocar un timbre, abrir un portal, entrar en un espacio en el que no sé quién ha estado. Eso no se arregla con unos guantes, se arregla diciendo a tus trabajadores que se queden en casa”. Ante las quejas, sus jefas han dado a entender que deberían estar dándoles las gracias por no acogerse a un ERTE: “Ellas aumentan sus beneficios, pero nosotras, las trabajadoras, nos quedamos igual. Nos dicen que, si queremos que nos acojamos al ERTE, como si nos estuviesen haciendo un favor. ¿Desde cuándo tengo que dar las gracias a mi jefe por respetar mis derechos?”.
Y si se habla de derechos de los trabajadores laborales, se debe hablar de Glovo. La empresa de reparto fue denunciada, en varias ocasiones, por UGT por vulnerar los derechos de sus trabajadores. En diciembre de 2019 consiguió que la justicia se pusiese de parte del trabajador y anulase el despido por huelga. Esta vez, desde su plataforma digital, denuncia que, junto a Uber, Deliveroo y Amazon, ponen en riesgo la salud de sus repartidores en pos del beneficio. Unión General de Trabajadoresañade, además, que estos cobran por pedido, no por tiempo trabajado, y que deben esperar horas en la calle a que lleguen los encargos
El rider
Ander es repartidor de Glovo desde hace un año y de no ser por su segundo trabajo, no tendría ingresos para pasar la cuarentena: “Si tuviera que depender de Glovo me habría dado de baja y solicitado la ayuda, no habría llegado al mínimo de pedidos para pagar la cuota”. Ander califica el trabajo que hizo Glovo para prevenir y ayudar a sus glovers como algo lento: “Hemos recibido tres correos por parte de Glovo: en el primer correo,enviado después de que nosotros les enviásemos varios solicitando información, nos dijeron que no nos preocupemos, que nos iban a dar información con todo lo que necesitáramos. El segundo llegó dos semanas después. En élnos comunicaban que nos iban a proveer de guantes, mascarilla y gel desinfectante y de cómo debíamos usarlos”. Ander acabó pagando su propia mascarilla y sus guantes.
“Si estás malo llama a sanidad, no a Glovo”
De cara a los clientes, Glovo ha prescindido de la firma para autentificar el destinatario, pero no lo ha hecho sobre el pago en efectivo: “Glovo dijo a sus clientes que quitasen el pago en efectivo, o sea, que se evitasen pagar en efectivo para evitar contagio. Si yo hubiese sido glovo y me importase la salud de mis riders, lo habría deshabilitado. Mucha gente sigue pagando en efectivo”, aclara el rider. Si alguno de sus trabajadores presentase síntomas del COVID, deben justificarlo a través de la aplicación de repartidores con un informe médico.
Ander comenta que no se fía de Glovo: “Si estás malo llama a sanidad, no a Glovo”. Aún así, considera que en cierta medida está ayudando a la gente, a su manera. En esta semana ha tenido que encargarse de varias compras en supermercados y, aunque afirma que la gente “paga por no esperar”, se da cuenta de que cada persona vive una situación particular: “Te encuentras con gente en silla de ruedas, personas mayores y les estás haciendo la vida más fácil. Te da que pensar sobre el trabajo que haces. Pero bueno, esencial como tal hay mucha gente, sobre todo las primeras semanas, la gente pedía cosas para poder hablar con alguien”.
David, Rosana, Florentino, Susana y Ander solo son pequeños perfiles y trabajadores de quienes también luchan porque esto acabe de la mejor manera, también aportan su pequeño granito de arena, aunque igual deberían estar en sus casas. Sus sueldos siguen igual que el tiempo pre-pandémico y los aplausos no compensan el nerviosismo, la angustia y el miedo a poner en peligro la vida de los suyos.