La crisis del coronavirus ha destapado las grandes deficiencias del sistema sanitario y económico actual
Se levanta cada día con la misma sensación, la de tener la batería al 55% de carga. Hace semanas que el sueño no es reparador. Intenta despejarse lavándose la cara con agua fría, pero las ojeras del espejo no se disimulan ni con maquillaje. Cara de cansancio y un gesto triste tapado por una mascarilla quirúrgica. “Podremos con todo”, repite en su cabeza una vez pisa la calle, aunque hace días que le cuesta ir a trabajar. Tras un trayecto de 13 minutos a paso ligero donde tiene que lidiar con el silencio sepulcral y los controles de seguridad por parte de la Policía, llega a su destino. Antes de entrar, un suspiro.
En el vestuario, los rostros de sus compañeras reflejan lo que no se atreven a decir en voz alta: desánimo, miedo e incertidumbre. Se coloca el Equipo de Protección Individual (EPI) y se dirige directamente a la habitación de su primer paciente. Suelta todo el aire de los pulmones mientras gira el pomo de la puerta y entra con una sonrisa de oreja a oreja. “Tienes que dar lo mejor de ti, ellos no se merecen menos”, asegura.
ESCASEZ DE MEDIOS
Así empieza la jornada laboral de Cristina López, una enfermera de 26 años que trabaja en la planta de Geriatría del Hospital Virgen del Mirón de Soria, una de las provincias más castigadas no solo por el COVID-19, sino también por la falta de recursos ante este virus. Según datos suministrados por la Consejería de Sanidad de la Junta de Castilla y León, Soria acumula, a mitad de abril de 2020, un total de 1.132 confirmados, 278 altas y 91 fallecidos. Su hospital, en un principio, servía como “refugio” para los pacientes negativos, evitando así juntarlos con los positivos del hospital contiguo. Sin embargo, ante la falta de espacio, han ingresado también allí.
Cristina López, enfermera: “Un sanitario menos es un enfermo más”
La situación es, cuanto menos, crítica. “Reutilizamos los EPIs varios días, y, además, debemos añadirles un delantal propio hecho con bolsas de basura para aumentar su impermeabilidad”, denuncia. Las gafas son de bucear, y las mascarillas duran una media de cuatro días. Una pequeña victoria si se tiene en cuenta que, a principios de mes, duraban diez. Al acabar el turno, se rocía todo con spray de lejía para volver a utilizarlos al día siguiente. “Estamos supliendo la falta de equipos de protección con el material casero que hace la gente. No podemos protegernos frente al virus con medidas de seguridad de este tipo. Nadie se da cuenta de que un sanitario menos es un enfermo más”, sentencia.
Otro gran inconveniente es la falta de personal. Los sanitarios hacen turnos que duran de siete a diez horas, y en cada uno solo hay dos enfermeras y dos auxiliares. La noche es una verdadera pesadilla: solo hay una enfermera para toda la planta. “No podemos dedicarles tiempo a nuestros pacientes, la carga de trabajo es altísima. Nos limitamos a sonreírles el tiempo que tardamos en cambiar el suero, que son, aproximadamente, diez minutos”, lamenta Cristina.
Los ancianos, los más vulnerables
A cien kilómetros del punto de partida, en La Rioja, la situación vivida no es muy diferente. Sus cifras suman ya 4.250 positivos y 252 muertes según el último informe del Gobierno de la Rioja. El número elevado de fallecimientos se debe a la situación en las residencias de ancianos, considerada la ‘zona cero’ de la pandemia en la comunidad. Los datos señalan que nueve de cada diez muertes son por contagios en estos centros.
Allí trabaja Mónica (nombre ficticio, pues prefiere permanecer en el anonimato), secretaria de una residencia de ancianos de Logroño. Critica la falta de implicación por parte del Gobierno y de su empresa para mejorar las condiciones de seguridad. “Trabajamos con un colectivo muy vulnerable y contamos con más de 20 casos positivos. Nos prometieron mascarillas ffp2, pero solo enviaron mascarillas quirúrgicas. Las enfermeras no pueden visitar a los pacientes positivos con ese material porque se contagiarían”, explica. La solución que tomaron es la misma que se repite en cada centro: los sanitarios acabaron comprando mascarillas ffp2 con dinero de su bolsillo.
“Nuestras enfermeras han tenido que comprarse sus propias mascarillas ante la falta de medios”
Los problemas con el personal también se repiten. Descansar es un lujo que ya nadie se puede permitir. “Las bajas se cubren pidiendo que los trabajadores no libren dos días seguidos y suplan al personal que falta”, cuenta. En cuanto a la desinfección, también ve irregularidades. “Hubo una intervención de la Unidad Militar de Emergencias (UME), pero se limitaron a desinfectar por encima. El centro tuvo que contratar después una empresa externa para terminar el trabajo durante la noche”.
Sentimientos encontrados
El COVID-19 ha dado un giro a la manera de relacionarse socialmente. Ya no hay visitas, besos ni abrazos. Los enfermos mueren solos. Tanto Cristina como Mónica coinciden en que la peor parte es la psicológica.
“En cada habitación te piden que te quedes un ratito más, que les des cariño porque se sienten solos. Y me siento culpable porque no puedo dedicarles el tiempo que me gustaría.”, lamenta la enfermera. En la residencia de ancianos, Mónica presencia lo mismo: “Hace un par de semanas, nuestros residentes comenzaron a hablar con sus familiares por Skype. No entendían por qué no venían a visitarles y se enfadaban mucho. Aquellos con demencia incluso intentaron escapar”, recuerda. “Es muy triste ver cómo se los llevan al hospital y saber que algunos de ellos ya no han vuelto”.
Sin embargo, siempre hay una parte positiva, aunque positivo en estos días cuente con una doble acepción. Hay días que los pacientes regalan buenos momentos. “Me reí mucho cuando entré con el EPI y un paciente me dijo que ese traje se lo ponía él para fumigar el campo. También disfruto con cada uno al que le dan el alta. Cuando esto acabe no seré la misma persona ni viviré igual esta profesión”, asegura Cristina.
“Los pacientes te piden que te quedes un rato más en su habitación porque se sienten solos, pero no puedes por falta de tiempo”
Cabe también destacar los aplausos para los sanitarios, esa iniciativa que reúne a las familias en el balcón cada día a las ocho en punto y hace las veces de calidez humana. “Los he vivido desde mi puesto de trabajo y es realmente emocionante” – cuenta ilusionada – “Pero creo que es algo global para todos: repartidores, cajeros, limpiadoras, pacientes… Es un gesto precioso que hace que, durante diez minutos, conectemos todos juntos”. También agradece que los ciudadanos se queden en casa, pues “está ayudando a que se descongestionen los hospitales y avancemos”.
Y, aunque la sociedad vea en estos momentos a los sanitarios como héroes, ante todo son personas. Cristina lo tiene claro: “Busco que tengan conmigo el mismo compromiso que se me ha pedido a mí durante esta crisis.” Esto se traduce en una mejora de las condiciones laborales para su gremio. “Que se acaben los contratos precarios de días u horas, que desaparezca la enfermera volante (aquella enfermera que cada día trabaja en un sitio y se le exige que sepa de todo sin haber pasado por el servicio nunca) o que se eliminen las sanciones al rechazar contratos por imposibilidad, aunque tengas justificante”. Lanza un último mensaje con contundencia: “El ministro que se deje de aplausos y cuide más de las hormiguitas sanitarias que sustentan su ministerio”.
La limpieza, el sector olvidado
Las grandes olvidadas en esta crisis son las trabajadoras de la limpieza, quienes trabajan en primera línea frente al virus, pero con un trabajo, generalmente, invisibilizado. Así lo sienten María Jesús Martínez y Margarita Moreno, dos limpiadoras del edificio riojano de la Seguridad Social que, igual que todos los trabajadores del sector, no han podido reducir su jornada laboral. Tampoco se han mejorado sus condiciones. “Los guantes que utilizamos son los de siempre, y no tenemos mascarillas. A pesar de haberlas reclamado, no nos han traído nada”, denuncia María Jesús. En cuanto a los EPIs, todas las trabajadoras de la plantilla han tenido que llevarse los suyos propios porque la empresa no se los ha facilitado.
A pesar de que cualquier empleado debe ser informado sobre los protocolos de actuación frente al COVID-19, Margarita critica la falta de implicación de su empresa. “Nos aseguraron que nos habían enviado el protocolo, pero no fue así. Lo mandaron a los días.” Mientras, tuvieron que idear nuevas maneras para desinfectar más a fondo. “Utilizamos más lejía, pero ahora tenemos las manos destrozadas por utilizar productos tan fuertes”, explica.
El teletrabajo del que se han podido beneficiar todos los funcionarios de su centro, no es posible, lógicamente, para ellas. “Es necesario ir a trabajar para desinfectar la zona de algún funcionario que va al edificio puntualmente, pero creemos que podríamos haber hecho algún servicio mínimo. Estamos expuestas para nada”, se quejan ambas. Su voz es la de todas sus compañeras: “Pedimos seriedad con nuestro trabajo y que se nos reconozca”.
María Jesús y Margarita, limpiadoras: “Pedimos seriedad con nuestro trabajo y que se nos reconozca”
Una vez terminada la jornada laboral, el camino de vuelta a casa es, para todas las entrevistadas, liberador. “A veces lloro, otras llamo a mi familia. Necesito expresar cómo me siento” – confiesa Cristina – “Vivo sola y me tranquiliza saber que al llegar no pongo a nadie en peligro, pero la soledad es muy mala en esta situación. Llevo una mochila emocional muy cargada”.
Todas ellas buscan refugio unas horas hasta volver a enfrentarse al virus cara a cara. Y así, día tras día. Ya van más de treinta.
La cara B
Yolanda Salas es la propietaria de Hotmeals SL, una empresa de catering de Barcelona, donde la crisis del virus ya hace estragos. Según la confederación patronal de micro, pequeñas y medianas empresas de Cataluña (PIMEC), el 35% de las pymes y autónomos de Catalunya está sufriendo algún tipo de afectación derivada del coronavirus. Su negocio es uno de ellos: tras verse obligada a devolver todos los recibos de agua, luz y alarmas, solo le quedan los alimentos con los que trabajaba en el catering. Es lo que ha comido este mes, porque, asegura, “no hemos podido cobrar y no tenemos ni un duro”. También ve en peligro a su familia, pues sus empleados son sus hermanos. “Aunque no los despida no puedo pagarles”, lamenta.
Según los datos ofrecidos por RTVE, son 919.173 los autónomos del país que han recibido ya la prestación extraordinaria por el cese de actividad, lo que supone un 97,3% de los solicitantes. Yolanda aún se mantiene a la espera. “Hemos solicitado un ERTE que todavía no ha sido aprobado y no sabemos cuándo cobrarán los trabajadores en el caso de que lo aprueben. También pedimos las ayudas que se han puesto en marcha para los autónomos, pero aún no tenemos respuesta por parte del Gobierno”, explica.
Respecto a todas las medidas tomadas por el ejecutivo para trabajadores y empresarios, la empresaria discrepa, pues cree que se están dando ayudas económicas de forma equivocada. “Si el motor no funciona, la máquina no seguirá funcionando. Los autónomos somos el motor del país, damos puestos de trabajo. Si no das ayudas al autónomo, ni el trabajador tiene trabajo ni el autónomo tampoco”, concluye.