¿Fútbol político? El afán de España por negar el independentismo

Kosovo

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La selección nacional de fútbol se enfrentará a la selección de Kosovo, país no reconocido por España

Por Alba Ávila

Decíamos que el fútbol no era política y en algo nos equivocábamos. El sorteo de la fase de clasificación del Mundial de Qatar 2022 ha puesto los puntos sobre las íes a los enfrentamientos diplomáticos entre los Estados. El sorteo distribuido por bombos de países según el último ranking de la FIFA ha trazado una ruta algo singular para España en la que se tendría que enfrentar a Suecia, Grecia, Georgia y Kosovo.

El sorteo tenía varios factores decisivos a la hora de establecer la clasificación. El primero de ellos era el condicionante espacial, en el que no se permitirían viajes muy lejanos entre países. El segundo condicionante serían los motivos climáticos, no permitiéndose el enfrentamiento entre dos países con climas de invierno entre marzo y noviembre. El tercer condicionante se deriva de causas políticas, es decir, se limitan los partidos de fútbol entre países enfrentados diplomáticamente. En este sentido, España no podría ser emparejado con Gibraltar ni con Kosovo y, éste último no podría enfrentarse a Bosnia, Serbia o Rusia. Tampoco, Rusia con Ucrania ni Armenia con Azerbaiyán.

Como consecuencia de que España no obtuvo el impedimento de la FIFA de jugar contra Kosovo, España debe enfrentarse a un país que no reconoce políticamente. De hecho, en un primer momento, a Kosovo le correspondía el grupo A donde se encontraba Serbia, pero debido a los conflictos políticos y la aprobación de la FIFA, Kosovo fue encasillado directamente en el siguiente grupo jugando contra España.

Nacionalismo de Kosovo

En 2008, el Parlamento de Kosovo declaró su independencia instaurándose una República Federal. En la actualidad, 90 de los 193 países de las Naciones Unidas reconocen a Kosovo como Estado independiente y soberano. Por el contrario, existen países que no reconocen ni la declaración de independencia de Kosovo ni lo reconocen como Estado soberano, como es el caso de Serbia que apela a su Constitución para recordar a Kosovo como una de sus provincias autónomas, o también países como Rusia, España, gran parte de Asia y África y la mayor parte de los países de América.  

Los años 90 en Kosovo explican el deseo por declarar su independencia con respecto a Serbia. Los conflictos bélicos ocurridos en 1998 entre Serbia y Kosovo se instauraron en la región a través de guerrillas y milicias armadas. Unido a esto, se propició la represión y la depuración étnica por parte de Serbia hacia la minoría albana que condujeron a un clima de inestabilidad política y económica. El conflicto trascendió al panorama internacional al ser calificada como “guerra humanitaria” por violar los derechos humanos, además de ser la excusa perfecta para la intromisión de Estados Unidos y la OTAN, Rusia y Europa.

Los intereses internacionales en la zona provocaron, por una parte, la instauración de una Administración provisional de la ONU para garantizar la paz y el respeto a los derechos y libertades. Y, por otra parte, la creación del Camp Bondsteel, la principal base militar de Estados Unidos y la más grande construida desde cero desde la guerra de Vietnam. El afán por ser el primero en clavar la bandera nacional en otros territorios permite a Estados Unidos obtener una buena posición geoestratégica en los Balcanes y proteger el petróleo del mar Caspio ante la fragilidad reinante en Oriente Medio.

¿Y España qué?

Si quisiéramos preguntarnos por qué España está en la línea de los países que no apoyan la independencia de Kosovo resultaría absurdo que se nos viniera a la cabeza el caso catalán. Y, es que, en palabras del anterior primer ministro kosovar, Hashim Thaçi “España no es Serbia y Cataluña no es Kosovo”. No habría comparativa posible entre Cataluña y Kosovo, entre el Estado de derecho y el Estado represivo que vulnera los derechos humanos y que le han costado la dimisión al primer ministro Thaçi.

De igual manera, tal comparativa sería consecuencia de una revisión errónea de la Historia de Kosovo y una extrapolación innecesaria del caso catalán. El afán de la política española por negar cualquier índice de independentismo ya sea dentro del territorio nacional o fuera de él resulta de lo más incomprensible. Apoyar a Kosovo significaría apoyar a los partidos independentistas catalanes en su deseo de proclamar la república, lo cual, podría sentar precedente y avivar aún más el conflicto. No ocurriría lo mismo si tras las elecciones en Escocia, el Partido Nacional Escocés obtuviera una gran victoria y tras la proclamación del referéndum saliera del Reino Unido. Entonces, ¿cuál es la clave de todo esto? La vía legal. En 2013, Mariano Rajoy declaró que la posición con respecto a Kosovo sería inamovible debido a que “España no cree en las declaraciones unilaterales de independencia”.

A pesar de la aceptación de Kosovo como Estado soberano por parte de Estados Unidos y la Unión Europea, España se mantuvo firme en su decisión, ya que el reconocimiento de independencia sería competencia de cada país miembro y no una decisión conjunta de la Unión.

Lo cierto es que el reconocimiento de Kosovo por el mayor número de países fomentaría nuevas relaciones bilaterales que garantizarían el desarrollo político, económico y social del país. Además, desde su independencia, Kosovo ha tenido conversaciones con la Unión para afianzar su proyecto de adhesión, uniéndose al deseo de otros países como Macedonia del Norte, Albania o Montenegro. Esto beneficiaria a la Unión Europea debido a la creación de un área próspera de comercio en los Balcanes Occidentales. Sin embargo, los asuntos como la adhesión de un país a la Unión requieren de una votación por unanimidad, lo cual, permitiría abrir un nuevo debate en España sobre su apoyo o negativa a Kosovo, ya que se necesitaría alcanzar un consenso entre todos los Estados miembros.