Vox y las teorías de la conspiración

Miguel Moneo

Algo pasó durante la Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos que provocó el murmullo de los ya exaltados. Sucedió mientras los artistas japoneses llevaban a cabo una de las performances de la inauguración y, tras las clásicas coreografías, formaron un círculo compuesto por rectángulos coloreados inspirado en los patrones “ichimatsu moyo”. Para miembros de VOX y acólitos era el acabose, puesto que ese símbolo estaba evocando al logo de la Agenda 2030.

A río revuelto, ganancia de pescadores y VOX pesca con red, también ganan seguidores en las marañas de teorías conspiratorias que abundan en las redes. Los tuits de Buxade y Arturo Villa pese a parecer ambiguos, iban cargados de intención y no tardaron en ser contestados por cuentas que bramaban en contra de una conspiración judeo-masónica.

Sin embargo, la Agenda 2030 no es ninguna conspiración secreta, es un plan aprobado por los Estados miembros de la ONU para “poner fin a la pobreza, proteger el planeta y mejorar las vidas y perspectivas de las personas en todo el mundo”. Si bien las intenciones de este plan son, a priori, eliminar las desigualdades propias del capitalismo, habrá que ver hasta qué punto son una nueva versión del llamado capitalismo de rostro humano.

En España el símbolo de la Agenda 2030 se ha visto en las solapas de políticos y políticas de diferentes ideologías (Ayuso, Arrimadas, Pedro Sánchez o Felipe VI). Esto, para ciertos conspiranoicos de VOX (y a la derecha de VOX), supone que están vendidos a la Agenda 2030 y, por tanto, al globalismo.

La Agenda 2030 aparece en diversos foros proclives a las teorías conspirativas. En dichos sitios también se cuestionaba el espectáculo artístico que tuvo lugar en Tokio. Según la lógica esgrimida en estos sectores, está todo conectado, la pandemia es una estafa para forzar las medidas de la Agenda 2030 que es, a fin de cuentas, una manera de instaurar el globalismo, enemigo último del Estado y los mercados libres.

El globalismo, no confundir con globalización, es el cajón de sastre de los conspiranoicos que acaban arrimando cebolleta con el nacionalismo más rancio y el fascismo. Para Vox, el globalismo atenta contra “los cimientos morales de nuestra civilización” mediante “la inmigración masiva, la destrucción de clases medias, ideología de género y el aborto” (Abascal dixit). Es decir, cualquier problema derivado del Capitalismo es fruto de un plan de un “gobierno global” que busca imponerse a las democracias occidentales y “esclavizar a la humanidad”. Todos estos circunloquios para, a fin de cuentas, acabar vibrando en la misma sintonía que Trump y Orban repitiendo sus discursos. De la conspiración de la Agenda 2030 a las teorías del 5G, los antivacunas y los tramas judeo-masónicas apenas hay una cuenta de Twitter de diferencia, pero eso a la extrema derecha no le suele importar siempre y cuando se pueda capitalizar mediante descontento y/o votos.

Las teorías de la conspiración no son algo de nuestra época, han existido siempre, normalmente con algún que otro chivo expiatorio. Triunfan porque ofrecen un relato simple que explica la realidad compleja que nos rodea de manera sencilla y satisfactoria para aquellos que ya tienen prejuicios. O miedo al mundo real. Se basan en algunas motas de realidad ej.: la corrupción de los partidos políticos, la Crisis de 2008 o los movimientos migratorios, los casos de pedofilia en los famosos, pero no se abordan con un pensamiento escéptico crítico.

Los anti-globalistas camuflan su nacionalismo fingiendo una postura defensiva frente a problemas derivados del capitalismo, pero sin ser críticos con el sistema, de ahí su definición conspiranoica. Mediante una palabra poliédrica (el globalismo) engloban todo a lo que se oponen ya sean los movimientos migratorios, el auge del feminismo, el aborto o lo que ellos consideran marxismo cultural (sic) buscando atraer a incautos y crédulos.

Estas teorías de la conspiración sirven como una forma de explicarse la realidad, pero también son una manera de crear pertenencia a un grupo, siendo muy probable que los que quedan fuera de ese grupo sean considerados traidores o enemigos que les atacan. Traidor ¿Dónde hemos oído esto antes?.

Por otro lado, las personas que caen en estas redes puede que no sean conscientes de lo que están expresando. Se perciben como personas buenas, y es probable que la falta de formación o de pensamiento crítico les haga creer a pies juntillas el relato sin cuestionárselo ni un ápice. Entran en movimientos cuasireligioso que en última instancia tienen chivos expiatorios: Bill Gates, Mark Zuckerberg y, por encima de estos, George Soros.

Para ser más claros: sí, existen élites que tienen intereses opuestos a las clases trabajadoras, pero ni Davos ni el Club Bildeberg parecen reuniones muy secretas. Además, las redes sociales sirven como el escenario de difusión perfecto para dichas teorías como la Agenda 2030, los antivacunas o QAnon que, no irónicamente, se muestran como víctimas de una “sociedad hipervigilada” o de la “censura total”.