La paradoja del turismo: se divierten a tu costa

Entre enero y febrero llegaron a Madrid 60.131 franceses que están dejando una estampa vergonzosa en la ciudad. La llegada de turistas para esta Semana Santa, en medio de las alertas de la llegada de una cuarta ola, choca de frente con el plan establecido por las Comunidades Autónomas y los cierres perimetrales. 

Basta con introducir la palabra “franceses” en el buscador de Twitter para hacerse a la idea de lo que opina la vox populi sobre la llegada masiva de turistas del país galo al Estado español. “Mis jefes son franceses y van al aeropuerto a buscar a su hermana, y yo no me puedo ir al pueblo 2 días de vacaciones. Todo bien”, exclama un usuario. “A mí que me expliquen por qué Donostia está lleno de franceses, pero yo no puedo ir a ver a mi familia a Navarra”, se queja otra. Y es que la pandemia continúa agudizando y estirando hasta las últimas consecuencias las costuras del sistema como lo viene haciendo durante el pasado año. Sin embargo, es importante no olvidar que, aunque ahora veamos con claridad estos sinsentidos que se nos presentan de manera clara y contundente, ya padecíamos de antes estos síntomas.

Al igual que en 1808, cuando el ejército napoleónico cruzó España bajo el tratado de Fontainebleau para conquistar Portugal y, tras cumplir con su cometido, acabaron levantándose contra su aliado español, en esta ocasión son 60.131 franceses, según datos de Aena de los meses de enero y febrero, los que han arribado al aeropuerto Madrid-Barajas. Y ojo porque estas cifras pueden dispararse cuando se den a conocer los datos del mes de marzo, teniendo en cuenta la llegada del buen tiempo, la persistencia de las medidas restrictivas en Francia y las vacaciones de Semana Santa. Pero salvando las obvias distancias con este bélico ejemplo, lo que si queda patente es que, desde la esfera política al menos, no parece que haya nadie dispuesto a echarles. 

El caso de la Comunidad de Madrid supera con creces el esperpento. Al ya habitual desgobierno de Díaz Ayuso se le suma la inoportuna convocatoria de elecciones autonómicas que, entre otras cosas, ha paralizado la aprobación de 600 millones de euros en ayudas para comercios, pymes y autónomos. Además se suman la tendencia al alza de la incidencia del virus en los últimos días y la laxitud e inefectividad de las medidas sanitarias. La menor afluencia de la población local a las calles más céntricas de la ciudad genera un efecto contraste que prueba con mayor facilidad la abundante presencia de franceses en el metro, terrazas o comercios. Martínez-Almeida, alcalde de Madrid, en un intento de ocultar lo evidente, defendía la semana pasada ante los medios de comunicación que los turistas franceses en Madrid llegan para “disfrutar de la cultura”. Sí, la cultura del cubata. 

Las imágenes que venimos observando de grupos de jóvenes franceses por la noche, tras el toque de queda, muchos de ellos sin mascarilla, borrachos y armando jaleo son impepinables y muestran, además de una ineptitud política, una actitud negligente, cómplice con esta desfachatez y muy ausente de la realidad que se está viviendo. Por otro lado, estos turistas se sienten inmunes a cualquier tipo de sanción que se les pueda imponer, ya que más allá del susto del momento, es complicado que una multa de este tipo se llegue a tramitar a otro país. 

No solo es Madrid

Estas incongruencias se reproducen también en otros punto del Estado. En la frontera norte de Irún con Hendaya sucede algo muy peculiar, y es que los franceses han podido hasta hace unos días cruzarla sin PCR en su automóvil con total tranquilidad para ir pasar el día a Donostia, por ejemplo, mientras que los que están al otro lado de la muga, salvo excepciones, se les niega el paso por el cierre perimetral de la comunidad y a pesar de que el espacio Schengen, en teoría, permanece abierto. 

Otro punto de fricción durante esta Semana Santa, serán los archipiélagos, donde las compañías europeas ya han reforzado sus vuelos de ida y vuelta a Baleares y Canarias. Desde Alemania, por ejemplo, Ryanair 200 vuelos más, Eurowings 300 vuelos más o TUI 300 vuelos más. Entretanto, uno no puede ir a visitar a su familia en la comunidad colindante. El problema de esto, además, es que los turistas que vienen, a pesar de tener que presentar un PCR negativo a su llegada, cuya comprobación ya se ha puesto en entredicho por varios viajeros, es que estas personas pueden venir de lugares con una tasa de incidencia del virus mayor que la de su destino. En Canarias, a día 26 de marzo, la incidencia acumulada en 14 días por 100.000 habitantes se encontraba en 135. En París esa cifra alcanza los 440. 

Por su parte, la Unión Europea ya ha indicado que el riesgo de los desplazamientos internacionales es similar al de un desplazamiento interno y, para el caso concreto de España, ha pedido que se mantenga cierta coherencia con los planes de actuación para este periodo vacacional. Sin embargo, aquí se sigue con la retahíla de que estos desplazamientos son seguros. En este sentido, y aunque Díaz Ayuso tenga culpa de sus (no) medidas, la realidad jurídica apunta a que la competencia en materia aeroportuaria está en manos del Gobierno central conformado por PSOE y Unidas Podemos, y más en concreto, del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana que ostenta José Luis Ábalos, al que ni está ni se le espera. La encargada de la cartera de Turismo, Carolina Darias, también ha echado balones fuera argumentando que “cualquier español puede viajar a París, Berlín o Bruselas”. 

Síntomas del pasado

Todos estos factores conducen a una cuestión ya conocida: España no ha dejado, ni siquiera en pandemia, de ser el parque de atracciones de Europa, lugar de asueto para los europeos que vienen persiguiendo los rayos de sol y el consumo barato. A pesar de ello, desde las autoridades en vez de tratar de evitar esto, en el corto plazo con un toque de queda más acorde al resto de países comunitarios, con medidas más estrictas para entrar al país o una actuación policial más contundente, como se hace habitualmente en manifestaciones, o a la larga con una transformación del sistema productivo español que fomente e invierta más en sectores más rentables y escape del tradicional ladrillo y hotel, se abrazan sin tapujos este modelo precario.

Estos males llevan décadas en nuestras vidas, pero no se les ha prestado la atención necesaria para poder combatirlos, quizás porque no nos afectaban de una manera tan frontal como lo hacen ahora. Antes de la pandemia también existía la gentrificación en los barrios más céntricos y populares de las grandes ciudades, con un exceso de vivienda dirigida al turismo que encarecía el precio de los inmuebles y de los bienes y servicios en estos barrios, empujando inevitablemente a familias a abandonar su hogar para marcharse, en el mejor de los casos, a un barrio en el extrarradio. También se producían cierres de pequeños comercios por falta de gente local que consumiese en ellos, también armaban jaleo y se escuchaba La Marsellesa a horas intempestivas entre semana. Si algo positivo se puede sacar de todo esto, es la capacidad de empatizar y de solidarizarnos con las personas cuando no nos toca sufrir estos males. 

La denominada fatiga pandémica está haciendo ya mella tras un año que quedará marcado en nuestras memorias para siempre. El último estudio del CIS sobre el impacto de la pandemia nuestro ánimo arroja una cifra escalofriante: el 58% de la población ha estado triste durante este año. Estamos cansados. Estamos hartos. Estamos desmotivamos. Estamos rabiosos. Y ver las imágenes de estos turistas franceses disfrutando a nuestra costa y a las autoridades de brazos cruzados, solo se puede definir de una manera: una provocación.