No son desahucios, es una guerra contra los pobres

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Miles de vecinos salieron este 31 de octubre a las calles de Barcelona denunciando la situación de extrema vulnerabilidad que está sufriendo una gran cantidad de familias trabajadoras. En solo un mes y medio se han ejecutado en Barcelona más de 800 desahucios, como el mediático caso de una familia con 3 menores que se quedaron en la calle una hora antes del toque de queda.

También se ha reivindicado el apoyo a la Casa Buenos Aires, un edificio modernista reconvertido por los vecinos en un espacio comunitario en el barrio de Vallvidrera. Este edificio, que inspiró a Mercè Rodoreda para escribir su novela Mirall trencat, ahora está a la espera de ser derribado y convertido en un hotel de lujo. La congregación religiosa de los Pares Paüls, propietaria de la casa, pidió en septiembre la reactivación de la orden de desalojo para echar a los vecinos que ocuparon el edificio el año pasado, tras estar siete años cerrado.

El desalojo se llevó a cabo a golpe de porra, dejando a decenas de manifestantes heridos. La brutalidad policial acabó por echar a los vecinos de la casa, que siguen luchando por mantener vivo este espacio comunitario.

CAPITAL Y VIVIENDA

La problemática de la vivienda toma gran importancia en un contexto de crisis social y sanitaria como la que estamos viviendo actualmente. El covid-19 ha servido como catalizador de una crisis capitalista que se venía gestando desde hace años, y a medida que las contradicciones de clase se agudizan de manera vertiginosa ante esta situación, se manifiesta también la contradicción entre los intereses del capital y el derecho a una vivienda digna.

En los meses que están por venir nos encontraremos con que decenas de miles de familias trabajadoras serán expulsadas de sus propias casas por no poder pagar el alquiler. Mientras la gente se va a la calle, existen miles de edificios vacíos a la espera de ser devorados por los fondos buitre y la industria del turismo.

En un contexto de pandemia, además, vemos claramente que estas contradicciones entre el capital y la vida digna van más allá: nos confinan para vivir, pero nos hacen salir para trabajar. El ser humano pasa de ser un ser social a una simple herramienta más en la cadena productiva. Puede parase el mundo, pero nunca la rueda de acumulación de capital.

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