La UPV/EHU contra la tecnología: historia de un despilfarro

Alfredo Vallejo

Este año todos aquellos que hemos asistido a la UPV/EHU en su forma presencial, hemos observado la incorporación de un elemento extraterrestre a las aulas: las cámaras de vídeo. Estas se añadieron con motivo de la crisis del coronavirus, para garantizar que en caso de que algún alumno estuviese confinado o enfermo, pudiese asistir a las asignaturas en que se había matriculado.

Este añadido, ha supuesto una importante inversión económica, de la que no he podido encontrar datos, pero de la que tampoco tengo dudas, ya  que esta adaptación de las clases, incorporando cámaras y sistemas de grabación, se ha realizado sino en todas las aulas, en la gran mayoría; y este tipo de equipos no destacan por ser baratos precisamente.

¿A dónde quiero ir a parar con esto? ¿Acaso vamos a tocar el tema del impacto de la tecnología en la educación? Como su entrada la obliga a renovarse constantemente, a medida que su equipamiento va quedando obsoleto, el gasto en licencias y programas que apoyan la docencia, los cursillos e inversión que hay que hacer para que el profesorado sea capaz de utilizarlo. Condenando a la educación a una espiral de gasto sin fin. Matrimonio entre educación y tecnología que todavía ha de demostrar si de verdad mejora la calidad de la enseñanza o facilita su ejercicio, más allá de los eslóganes de los tecnoutopistas de Silicon Valley. Puede que algún día entremos en esta reflexión de calado estructural.

Pero hoy me interesa tocar otro tema con implicaciones mucho más inmediatas para la educación y el alumnado, en el que además podemos apreciar que su aplicación podría tener claras ventajas. Me refiero al uso que se va a dar a todo este equipo una vez termine la situación que suscitó su compra e hizo necesario su uso.

Desde mi punto de vista sería impensable y una auténtica tragedia que este equipo quedase como una reliquia en las aulas, signo de una época pasada en que las circunstancias obligaron a la Universidad a salir de su modus operandi habitual. Lo sería aún más si esta circunstancia se diese debido a la desidia y resistencia al cambio que se suele dar en los organismos sociales con formas de hacer las cosas profundamente enraizadas.

Futuro docente

Durante este año, he tenido la suerte de tener un profesor que aprovechaba los nuevos medios para grabar sus clases y dejarlas disponibles en la plataforma virtual de la Universidad. Así sus clases quedaban al alcance de todos los alumnos, listas para repasar y comprobar en cualquier momento.

No os podéis imaginar lo que me ha facilitado esto, tanto para tomar apuntes como para repasar aquellas clases de las que no me terminé de enterar en primer lugar. Cuanto bien podría hacer aplicar esta forma de trabajo de manera generalizada, crear un repositorio en la nube (o en YouTube, que es gratis) al que subir todas las clases grabadas para que queden a disposición de los alumnos.

Desde el punto de vista de alguien que está haciendo una carrera de Ciencias, esto solo puede tener consecuencias positivas. Ni me acuerdo de la cantidad de clases de mates en las que me he perdido en mitad de la explicación por estar copiando frenéticamente de la pizarra. La cantidad de veces que luego en casa surgen dudas al repasar, por no quedar clara la lógica u operación que une un paso con otro.

La cantidad de dinero que he gastado en particulares de Cálculo, Álgebra o Estadística, para que me explicasen cosas que no habían quedado claras en clase. Sin ignorar además que esta opción de pasar por la academia, no está al alcance de cualquiera, y pueden rondar 100 euros mensuales o más, ¡ASIGNATURA POR ASIGNATURA!

Debería acaso darse la orden desde el rectorado para que todos los docentes graben sus clases y las pongan disponibles. Ojalá, pero hay bastante resistencia a ello, tanto interna como normativa. Siempre hay profesores luditas, auténticos talibán antitecnológicos, que amparados bajo la libertad de cátedra (el derecho a dar su asignatura como quieran) no hacen uso hasta de las herramientas más básicas, bajo la premisa de así “estaréis atentos y cogeréis apuntes”. Esto último, respuesta textual de cierto profesor ante la pregunta de por qué no subía el libro que utilizaba para dar la teoría de la asignatura a la plataforma virtual de la Universidad (Egela, para los amigos).

Por otro lado, se podría argumentar que llevar a cabo esta medida, podría fomentar que los alumnos faltasen a clase, sabiendo que las clases perdidas siempre estarán disponibles y a la espera de ser vistas. Pero este argumento ignora, no sé cómo, que en la Universidad en su modelo actual, no se aprueba por ir a clase, se aprueba a partir de trabajos (JÁ) y exámenes (sobre todo, el final). ¿Qué más da que se falte a las clases, mientras que estas se visualicen después y se cumplan los objetivos de la asignatura?

Más aún cuando el año pasado se aceptó este modelo por necesidad y no se está proponiendo un cambio tan drástico como eliminar la presencialidad, sino complementarla con el mismo contenido impartido, pero al alcance de todos. A lo que hay que añadir que hay alumnos que intentan compaginar carrera y vida laboral, con el extra de facilidades para la conciliación que esto aporta.

Lógica punitiva

Parece que hay aquí cierta lógica punitiva e inflexible, que se adhiere a esquemas rancios y desfasados de cómo debería ser la educación. La idea de si llegas tarde a una clase, te la pierdes, lógica que responde más a un control disciplinario del alumno, que a una auténtica voluntad de enseñar. La idea de que los alumnos son unos vagos que cuanto más fácil se lo pones más vagos se vuelven y menos aprenden; cuando nuestros padres nos podrán contar todas las batallitas que quieran sobre como “antes la uni era difícil de verdad, un examen final y ya”, pero a ellos no les bombardeaban con un flujo de trabajos constante, indispensable para aprobar la asignatura, más uno o más exámenes de los que igualmente depende el aprobado. ¿Qué facilidades hay en esta evaluación perpetua? Más allá de la de facilitar los problemas de salud mental inducidos por el estrés.

Para sumar insulto a la injuria hay que tener en cuenta, además, que grabar las clases para subirlas a Internet, no es en absoluto algo novedoso ni revolucionario, muchas de las universidades más importantes del mundo ya lo hacen. Stanford, Harvard o el MIT tienen disponibles asignaturas y charlas en YouTube a disposición de quien quiera verlas; y si nos miramos al ombligo del territorio patrio, podemos ver como la Universidad Politécnica de Valencia sigue la misma estrategia, con contenido que va más allá de una simple grabación in situ, con lecciones temáticas de corta duración, explicando conceptos o llevando a cabo ejemplos.

Al alcance de todos

Hasta ahora, me he centrado en las necesidades de los alumnos, pues son los que más se beneficiarían de esta medida, pero por qué quedarse ahí. Si este contenido online quedase al alcance de todos, cualquiera podría visionarlo, ponerlo al alcance de quien tenga el interés y la curiosidad de verlo, ya no como medio para aprobar una asignatura, sino por enriquecimiento personal y ansias de aprender.

No vamos a mentirnos, no hay motivo para el optimismo, la Universidad es una entidad social que como tal se resiste al cambio y a todo suceso que la obligue a funcionar de forma distinta a la ya adoptada. Sin ir más lejos, este año, la opción de utilizar estos recursos online, al menos con los profesores que he tenido, solo estaba disponible cuando había algún alumno confinado, negándose en redondo a ponerla en cualquier otro caso. Pero hay una situación que juega a nuestro favor, que este equipo ya se ha comprado.

Si algo he descubierto este año, es que a la UPV/EHU no le gusta quedar mal en los medios (menuda revelación inimaginable), como ya se vio durante la protesta de este año debida a que en un examen habían aprobado 18 de los 400 matriculados en la asignatura; situación que por cierto no solo no se solucionó, sino que además se cambió el formato de entrega de las notas del examen (de una lista a individual) para que los alumnos ya no sepan el nº total de suspensos. Si queremos que la situación cambie, es necesario tanto la presión interna desde los consejos de estudiantes, como la externa, visibilizándolo en medios y redes. Si quieren dejar que equipos que han costado miles de euros, se pudran en las aulas y se derroche su potencial, que lo hagan, pero que no les salga gratis. Que toda la sociedad sea consciente del despilfarro de dinero que va a llevarse a cabo por no querer aprovechar lo comprado.


PD: Este artículo se escribió en los últimos días de julio con el curso aún por llegar. Ahora en septiembre y con el curso ya empezado, me he encontrado con la tragedia que pronosticaba. No solo no se ha aplicado con carácter general, sino que por azares de la burocracia universtaria he acabado con varias asignaturas que se solapaban en horario, y al preguntar a los profesores, si era posible que se grabasen de forma extraordinaria para evitar tener que prepararla por mi cuenta, las respuestas que he recibido han sido un “Yo no grabo las clases”. Otro año más estancados en la inacción, a ver si el que viene hay más suerte.