Se acaba el año y se suceden en los principales diarios del país, así como en sus suplementos culturales o pseudointelectuales una retahíla de nombres y portadas y autores y catálogos y listas de la compra para el Papá Noel, Olentzero, el amigo invisible, el cumpleaños de la prima de tu prima y Sus Majestades los Reyes Magos. Un inventario en cada periódico, revista, publicación, gaceta o panfleto.
Bien, pues yo voy a lanzar mi propia lista, totalmente prescindible y fútil. Eso sí, más que una recomendación por encima del hombro, vengo a poner en una vitrina títulos y portadas, rollo simbiosis entre logros del año y el Boletín Oficial del Estado.
Quizá el mayor logro del año, en lo que a literatura se refiere, ha sido no sólo que Cristina Morales gane por ‘Lectura fácil’ el Premio Nacional de Narrativa, sino que lo haga siendo o reconociéndose como mujer, pues sólo ocho lo han ganado desde 1924, entre ellas Laforet o Martín Gaite. Y además realizando una crítica abierta al sistema. Al «macho-facho». Al cisheteropratriarcado. Es decir, a todos los jurados que conceden premios literarios y a todos los adalides de la palabra y a los sillones de la RAE, que han cooptado El Libro como concepto. Por eso Aixa de la Cruz firmaba en una columna en La Pérgola que, de alguna forma, Morales había roto «el techo de papel» . Qué dolor para Marías y Reverte.
Fue también Morales, no nos olvidemos, quien echó del panorama político a Albert Rivera. El 27 de octubre, el macho-facho tuiteaba «Espero que [la escritora] prenda fuego al cheque de 20.000€ correspondiente al Premio Nacional de Narrativa que le ha dado el Gobierno. No creo que vaya a querer cobrar ese dinero del pueblo español al que odia. Qué vergüenza». El 11 de noviembre, el mismo señor tuiteante dimitía: qué eficacia la de Morales.
Ha sido todo una fábula con enseñanza final: Cristina Morales todo lo puede, y su novela sobre un tema que sigue siendo tabú, lo demuestra. Su brillantez ha pintado de anarcocolores algunos huecos opacos. Es un descanso. Una risa. Lean a Morales.
Sin embargo, obviando a Morales por un segundo, el libro del año está trashumando por las llanuras de Córdoba. Lo ha escrito María Sánchez desde el campo y para el campo, desde el campo y para todos. Sánchez narra a través del ensayo o diario ‘Tierra de mujeres’ cómo el último escalafón social es invisibilizado también, y aún más, en el campo, entre los becerros y el puchero. Sánchez nos habla de la tierra vaciada como un lugar dónde las mujeres tienen las manos llenas de tierra y memoria. Ya escribí sobre lo que había hecho con su escritura aquí, así que léelo: clic.
Luna Miguel y Luna Miguel. Sí, por dos veces. Por dos voces. Entierra a Dolores y ficciona sobre la realidad, es decir, relata lo que hoy algunas lloran. ‘El funeral de Lolita’ levanta las uñas, una a una, entre menús de restaurante, kalimotxo con vino caro y poemas de Zurita. Pero a su vez monta otro esqueleto con antibalas y corsé, paraguas y anestesia: ‘El coloquio de las perras’. Un ensayo que rodea el concepto que yo, personalmente, entiendo como rendir honores. Luna pronuncia «Garro», y todos leemos a Garro, por ejemplo, porque confiamos en Luna. Luna pronuncia «justicia» y todos nos sentimos plenos. El diálogo entre Luna y las autoras a las que nos re-presenta es un disparo en el pie.
(Lo mágico de este momento literario es la puesta en duda de todas las circunstancias que se le suponen a la feminidad y de cómo se reconstruye la cuestión femenina. Y de cómo se contracontracontrarreforma. Es una autobiografía en construcción (que subrayaba Levy) que pone en duda (y a veces en jaque) la palabra de a quien se supone mudo, muda. Y con ellas, Noemí López Trujillo y Katixa Agirre. A las que podríamos situar en una mesa mirándose fijamente (si ellas fuesen sus libros, ‘El vientre vacío y ‘Las madres no’, editado por Tránsito y Sol Salama), pero que más bien están saltando a la comba juntas. Saltan a la comba y cuestionan el papel de la mujer que gesta o no puede gestar, o a la que obligan a gestar desde los supuestos sociales. También Tránsito y Salama han editado ‘Quiltras’, de Arelis Uribe, otro libro que no quería evitar mencionar: las perras sin raza, si existen, están todas juntas.
Dos veces Rodríguez, una por un ‘Corazón demasiado grande’ de Eider y otra por un tal Antonio J., con su ‘Candidato‘ desatinado con la actualidad.
Cuando LRH decidió apuntar a Eider en su listado, traduciéndo ‘Bihotz handiegia’ no pudo hacer un mejor disparo. Ojalá poder haberlo leído antes en euskera. Fue la misma autora quien lo tradujo, pero siempre queda tinta en la transición. ‘Un corazón demasiado grande’ es, a mi parecer, el mejor libro de cuentos de la década. Eider Rodríguez una de las mejores compositoras de historias cortas que he leído. Escribirle al conflicto, a la paciencia y al fuego a la vez es meterse en un lío. Rodríguez se lo come.
También es Random House quien publica la tercera obra de Antonio J. Rodríguez y lo hace para que este no se dedique a la adivinación, aunque no la pretende. ‘Candidato‘ es la historia de un perfecto perdedor que acaba siendo un ganador de poca monta. Si lo comparamos con Albert Rivera, ¿dónde dejaríamos el rap francés? No lo sé. Es un libro donde el protagonista se desnuda con pantallazos de WhatsApp ficticios. Ficticios, repito. Merece la pena por esto último. Lee aquí lo que escribí sobre el libro de Rodríguez en su momento. (Clic).
Adoptado por Luna y Antonio
Sí, Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez son mis nuevos padres, pero ellos aún no lo saben. No por ello voy a dejar de mencionar por lo menos tres libros que llevan su sello como editores al mando de Caballo de Troya (que, por cierto, felices 15 añitos). La Generación rosa palo de este 2019 ha sabido plasmar las transversalidad de las relaciones familiares, por ejemplo, con ‘Ama’, de J. Carnero, donde, salvando las distancias, me he sentido identificado. Mi ama. bilbaína, también ha sido explotada por los que en Bizkaia en su momento decidieron hacerse con el ensanche burgués de la ciudad, o con la margen derecha. Este Caballo de Troya nos ha traído ‘Cambiar de idea’, de Aixa de la Cruz, en todas las quinielas de los suplementos culturales. La mejor crónica de la edad del año. Poco puedo acuñar sobre ‘Listas, guapas, limpias’, de Anna Pacheco: es la obra tardomillenial por excelencia. Deberían exponerla en nuestro museo propio. Millennial es el piropo con mayor connotación que quiero plantear en toda esta lista de la compra: ir con tu madre al Carrefour siempre será nuestra forma de abrazar. Si Elisa Victoria escribió ‘Vozdevieja’ para el verano, Anna Pacheco escribió este libro para destruir el otoño.
Quiero acordarme de mi ojito derecho, Amélie Nothomb, por quedarse a las puertas de coronar el año con el Premio Goncourt, atravesado de nuevo en la garganta, por ‘Soif‘. A las puertas. Por su carrera. Por su producción en serie. Por ‘Golpéate el corazón’ y por ‘Petronille‘, por ‘Biografía del hambre’ e ‘Higiene de un asesino’