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La máquina del fango es un término comunicativo que hace referencia a una serie de procesos mediáticos y de desinformación para llevar a un estado de ánimo y crear una opinión respecto al tema abordado. Estos mecanismos se llevan a cabo de manera sutil: pequeñas pinceladas día tras día, escasos minutos en la televisión o algún que otro titular en cualquier medio generalista. De esta manera, y como decía Umberto Eco, se crea sospecha con el simple hecho de mencionar dicha cuestión. El receptor creará una opinión positiva, si toda la información que recibe y procesa es buena, y negativa si los titulares son malos y conducen al miedo. A pesar de ser una teoría que se explica a través de figuras públicas, los colectivos o movimientos sociales no tienen porqué verse exentos de la maquinaria mediática, son también víctimas del fango producido por los medios de comunicación, como, por poner un ejemplo claro, la okupación.
Inicios del movimiento okupa en España
La primera okupación de un inmueble se registró en Barcelona en 1984 (aunque anteriormente existían las okupaciones pacíficas, las cuales no constituían delito alguno desde 1870). Con ella, como se explica en Movimientos de okupación y políticas públicas urbanas: los casos de Madrid, Barcelona y Bilbao, se inició la primera onda expansiva del movimiento. En 1992 se producía una apertura generalizada de la okupación. Con ella, el movimiento okupa comenzaba a converger con diferentes corrientes sociales con planteamientos más globalizados, como el feminismo, el ecologismo o el movimiento estudiantil. Aún así, los centros sociales okupados seguían existiendo en un segundo plano, bajo la sombra de los insumisos −aquellos que se negaban a ejercer el servicio militar obligatorio−. Gozaban entonces de una buena acogida en los barrios y ciudades donde se encontraban, que solían ser, por cierto, ciudades con unos alquileres descompensados respecto a la renta de sus habitantes.
Reforma del Código Penal
En 1996, bajo el gobierno de Aznar, se llevó a cabo una reforma en el Código Penal que condenaba por vía legislativa la okupación. Lejos de minar el movimiento, asentó sus bases y lo extendió a lo largo del territorio, aunque Madrid, Barcelona y los gaztetxes vascos seguían siendo focos importantes. El sociólogo y doctor en Ciencias Políticas Miguel Martínez López recoge en Para entender el poder transversal del movimiento okupa: autogestión, contracultura y colectivización urbana cómo, a partir de esta reforma, la prensa pasó a focalizar su atención en los jóvenes okupas. Tanto los diarios más conservadores como aquellos que se autodenominaban progresistas -El País, por ejemplo- trazaron a través de sus noticias el perfil del okupa medio: de “jóvenes violentos” a “hijos de la ira”. No solo criminalizaban al okupa, sino que lo aislaban del propio concepto de okupación para darle una figura minoritaria al movimiento.
La okupación de espacios, como sinónimo de la liberación de los mismos, con la entrada del siglo XXI, tomó un carácter más global y se convirtió en una herramienta de lucha contra los desahucios y como una vía de escape para aquellas familias que los sufren.
El cuarto poder
La prensa generalista, por su parte, sigue vendiendo la imagen del okupa-radical-proetarra-marginal para desprestigiar la liberación y la conversión de espacios. Este okupa, el que se comercializa, fija su objetivo en la casa de vacaciones, la del mediterráneo, de algún inocente vecino del barrio. No hay espacio para los centros autogestionados que ofrecen un lugar asequible para los jóvenes. Ni para aquellos que abren guarderías gratuitas para los niños del barrio u ofrecen clases de defensa personal de manera voluntaria. Ni siquiera para los jóvenes de Fraguas, que revivieron un pueblo hundido por el fascismo y ahora se enfrentan a un año y medio de cárcel y una sanción de más de 16.000 euros.
La prensa ignora, eso sí, que en el primer trimestre de 2020 los desahucios se acercaron a los 10.000, que España está inmersa en una crisis devastadora y que tener un hogar es un derecho básico.