Todos somos iguales ante el coronavirus. Una de las mentiras más repetidas de los últimos meses. No cabe duda de que la pandemia está causando estragos y que, como enfermedad, da igual que seas ministro o panadero, del mismo modo puedes morir por esta causa. Pero eso dista mucho de que nos iguale a toda la sociedad. No optamos a la igualdad, ni en los peores escenarios posibles.
Confinamiento igual a finamiento
El confinamiento nos ha encerrado a todos de la misma manera, sí, pero no significa lo mismo para todos. Para gran parte de las familias españolas, el confinamiento es igual a afinamiento. Pisos en cascos urbanos, de entre 40 y 60 metros cuadrados, en muchos casos sin balcón, o con balcones minúsculos, que dan cobijo a núcleos familiares que ya se veían dificultados en la normalidad para mantener una vida digna. Nada que ver con áticos de amplias terrazas y chalets con jardín, donde podrás tomar el sol y ver el cielo sin tener que asomarte a un cochambroso patio interior.
Es el mercado amigos. A mayores posibilidades económicas tendrás una vida más digna hasta cuando “todos somos iguales”, pero eso no es nada nuevo. Ahora que estamos sumergidos en las fases de desescalada, no hubiese estado de más, pensar en un modelo basado en las oportunidades de cada familia. Dar prioridad a la familia que vive en un piso de 40 metros cuadrados ante la que vive en uno de 100. Pero es que ya no hablamos de igualdad, nos referimos a la justicia social, y eso, rompe el discurso del poder.
Igualdad de oportunidades
Otro de los aspectos donde ha quedado patente el falso “todos somos iguales”, es en la educación. Que las clases vía online serían insostenibles era evidente y que las personas con menos recursos se quedarían fuera del sistema también. Sobre todo, en las familias con más hijos. Para una correcta enseñanza online cada alumno precisa de un ordenador, ya que con el móvil en muchos casos no es suficiente. Esto ya crea una dificultad de acceso y, además, dependen de la conexión a internet, que sí no es un poco potente, con varios dispositivos es difícil mantenerse en la clase online.
No somos iguales, porque si un alumno cuenta con mejores medios para estudiar, se le abre un abanico que otros no disponen. Hay chavales en España, que llevan sin acudir a clase dos meses. No porque no quieran, sino porque no pueden. Porque, aunque las comunidades repartan ordenadores, si no llegas a final de mes, tú familia no puede permitirse conexión a Internet.
El sector público
Tampoco somos iguales en el ámbito laboral. Mientras miles de trabajadores se han quedado en la calle, les han aplicado un ERTE o simplemente han tenido que cerrar por ser autónomos, el sector público se mantiene intocable. Los servicios necesarios se mantienen en activo (como es lógico e indispensable), algunos están teletrabajando, pero hay otros, que por la naturaleza de sus puestos no pueden teletrabajar y se mantienen confinados. Estos últimos serían carne de ERTE en la empresa privada.
Si bien tenemos a una parte del sector público sacando el país adelante, tenemos otros miles que no están trabajando, pero sí cobrando. No hay ninguna razón por las que no se les pueda aplicar un ERTE. Una vez más, no somos todos iguales. Y no pretendo criminalizar al funcionariado, solo pido justicia social, que la peluquera de debajo de tu casa no se tenga que endeudar porque no le perdonan los impuestos, y otros estén cobrando sin hacer nada. ¿No queremos dejar a la gente sin ingresos? Implementemos una renta básica, pero para todos.
No te engañes. Te han vendido un eslogan de unidad, para que pienses que hasta el más rico está como tú. Que si no te dan un PCR ni con 40 de fiebre es porque no hay, pero los equipos de fútbol tienen barra libre. Con suerte, en unas semanas, nos acercaremos a la desigualdad de la que hasta hace unos meses éramos partícipes y que el virus ha hecho desaparecer. Ni somos todos iguales, ni lo fuimos, ni lo seremos.