CUARTA CARTA: MUCHACHA OJOS DE PAPEL

En memoria de todos los que lucharon, de los que se exiliaron, de los que murieron y de los que desaparecieron; en memoria de todo el pueblo argentino que sufrió la represión más salvaje e inhumana, publicamos estas cartas, que han sido escritas por personas que vivieron de primera mano el golpe que tuvo lugar hoy hace 45 años y que desató una brutal represión. Cartas que buscan acercarnos a aquel momento, que nos permiten entender un poco mejor aquella situación, y que acerca a las nuevas generaciones la lucha revolucionaria de aquellos que aspiraban a un mundo mejor.

  • Cartas a la memoria: 45 años de la dictadura cívico-militar argentina (clic)
  • Primera carta: Todo está guardado en la memoria (clic)
  • Segunda carta: Empuñé un arma porque busco la palabra justa (clic)
  • Tercera carta: Sueña y serás libre en espíritu, lucha y serás libre en la vida (clic)
  • Cuarta carta: Muchacha ojos de papel (clic)

Para cerrar esta serie, publicamos esta última carta, que contrasta con las experiencias de los que sufrieron la represión de primera mano. Con el título “Muchacha ojos de papel”, en referencia al cantante y compositor Luis Alberto Spinetta, refleja la inocencia de una niña de 14 años que creció bajo el silencio de un régimen que ocultaba lo que pasaba.

Cuarta carta: Muchacha ojos de papel

Yo tenía 14 años el día del golpe de estado en Argentina. Vivía en una ciudad de tamaño medio, Tres Arroyos, al sur de la provincia de Buenos Aires. El 24 de marzo, recuerdo que no tuvimos clase, y el silencio general indicaba que estaba pasando algo realmente excepcional.

Hace 45 años, las noticias que la población general recibíamos eran la que los medios de comunicación podían emitir. Todo era unidireccional, no había internet ni manera de informarse más allá de la información organizada para ser recibida a través de periódicos, radios y TV.

Siendo una adolescente de familia culta y de clase media, pero no comprometida políticamente, no supe lo que estaba pasando realmente hasta mucho tiempo después. Los circuitos de rumores sobre la realidad de muchas personas detenidas y desaparecidas eran transmitidos con temor y acallados rápidamente por la prensa oficial. Las frases habituales eran «por algo será…”, “no te metas…”.

Durante todos los años que transcurrió mi periodo escolar en el colegio secundario, fue una vida aparentemente “normal”. La vida escolar, la vida social, todo se desarrollaba sin percibir la disfunción que podría suponer estar bajo un gobierno militarizado.

En el día a día de la ciudad no había percepción de la situación que sí se vivía, y sin duda se percibía con mayor crudeza, en ciudades con gran movilización política y universitaria como La Plata, por ejemplo. Sobre todo los primeros años del golpe.

Sólo tengo un recuerdo muy claro, sin poder fijar cuándo sucedió, que durante unos días se instalaron en la ciudad unas unidades del ejército, que rastreaban casa por casa, entrando con total impunidad, y revisando en búsqueda de cualquier cosa que pudiera dar indicios de actividad que ellos consideraran subversiva. Escondimos libros y objetos, evitando que pudieran dar indicios de una actividad inexistente, pero el miedo y la autocensura son armas poderosas que las dictaduras saben cómo controlar y difundir.

A principio de 1979 fui a la Universidad, a Buenos Aires, y ya para esa época no quedaban apenas indicios de lo que había pasado en las calles, aunque las cárceles clandestinas existieran detrás de algunas fachadas emblemáticas de edificios de la ciudad.

La vida universitaria carecía de la movilización ideológica y política que había vivido años antes, y que sí comenzó a sentirse nuevamente a partir de la guerra de las Malvinas, en 1982, cuando ya el régimen estaba haciendo aguas por dentro y por fuera.

Estos últimos años universitarios fueron de ebullición de todo lo que se había acallado tanto tiempo, un despertar a una realidad vedada para muchos. Cada vez más jóvenes teníamos el sentimiento de que nos habíamos perdido participar de algo importante, algo que ya no nos tocaría vivir y que queríamos entender a través de lecturas de libros y panfletos que volvían poco a poco a circular.

Se abría el paso de manera apabullante las ansias de recuperar un ideal truncado, reaparecieron libros prohibidos, se (re)crearon agrupaciones estudiantiles y políticas, recuperamos la posibilidad de volver a “ideologizarnos”, los carteles colgando de las facultades volvían a aparecer…

La voluntad de cambio de una sociedad en crisis no se elimina aún ni en las peores circunstancias posibles, sólo queda aplazada, incubando… y vuelve a renacer, con nuevos rostros, nuevas y antiguas consignas, se suman otras prioridades… y la lucha sigue, las reivindicaciones continúan, y cada generación encuentra canales para darles salida, obteniendo victorias y derrotas que permiten seguir avanzando. Argentina, a pesar de todo lo vivido, sigue siendo un ejemplo para muchos países del mundo, de cómo la persistencia de unos ideales, la necesidad de aprender de lo vivido y mantener la Memoria viva, nos enseña el camino para seguir avanzando hacia una sociedad más justa y tolerante.

45 años después, para que no se repita bajo ninguna circunstancia y en ningún país…

¡NUNCA MÁS!

Eliana Crubellati