China se encamina a ser el nuevo gran aliado de Kabul mientras que las potencias regionales pelearán por ocupar parte del vacío que ha dejado Estados Unidos
La marcha de Estados Unidos de Afganistán deja un enorme vacío en el corazón de Asia central. Y no, no estamos hablando en términos poéticos de un vacío sentimental o de amor y afectos. Más bien son cuestiones particularmente crudas como el vacío de influencias, control, aprovechamiento y seguridad de un espacio, Afganistán, clave para comprender la región centroasiática, que a pesar de pasar desapercibida en muchos debates, es punto de conexión fundamental en las relaciones a todos los niveles entre oriente y occidente, centro neurálgico de las redes mundiales de opiáceos y de la gestación, entrenamiento y resguardo de grupos islamistas fundamentalistas.
Un vacío que, previsiblemente, irán ocupando durante los próximos meses y años las potencias regionales con intereses en el país. Los nuevos dirigentes talibán son conscientes de ello y saben que para garantizar su supervivencia a nivel económico y material necesitarán echar mano de la ayuda que estos países potencialmente aliados les puedan brindar. Esto queda patente con la lista de invitados a la ceremonia de inauguración del nuevo gobierno y del Emirato, que por el momento la componen China, Pakistán, Irán, Rusia, Qatar y Turquía. En fin, la fiesta de la democracia.
Estos son los países destinados a paliar la fuerte crisis económica que está azotando a Kabul, aunque suplantar el músculo económico de occidente, que llenaba hasta ahora las arcas públicas afganas, será tarea difícil por su envergadura. La semana pasada, The Economist apuntaba que Estados Unidos y sus aliados aportaban el 75% del presupuesto del ya derrocado gobierno de Ghani y la ayuda internacional representaba el 50% de toda la economía afgana. Un desembolso de dinero astronómico y, sobre todo, constante, al que quizás estos nuevos aliados no quieran hacer frente por la inestabilidad y desconfianza hacia los talibán. De todas maneras, existen otra serie de intereses que acercan a estas potencias regionales a Afganistán. Y son los siguientes.
China: historia de un nuevo romance con Kabul
Pekín se perfila de manera inequívoca a ser la que ocupe en mayor proporción ese gran espacio de influencia que es ahora Afganistán. De alguna manera, la retirada de una potencia económica como lo son los Estados Unidos solo puede ser igualada con la llegada de la que será en los próximos años la mayor economía mundial. Es desorbitada la cantidad de millones de yuanes (moneda china) que desembolsa China cada año para financiar grandes proyectos de infraestructura en países en desarrollo. Y Afganistán seguro que no se queda atrás.
Además, y a diferencia de el dinero que llega de occidente, las ayudas chinas se caracterizan por no interferir en los asuntos políticos internos del país subvencionado y presumen de un respeto escrupuloso de los modelos de gobierno vigentes en cada estado, algo muy atractivo para regímenes autocráticos, iliberales o fundamentalistas religiosos que pueden acceder a una financiación para construcciones faraónicas y ganar así popularidad entre la población, mientras China se aprovecha de suculentos contratos de construcción (con empresas chinas y, en muchos casos, mano de obra china) o también contratos de extracción de materias primas fundamentales para sostener la producción del gigante asiático.
Los talibán sacarán seguro tajada de esta diplomacia sin ética y no sería algo sorprendente verlos incluidos en el ambicioso proyecto de la Franja y la Ruta, una moderna ruta de la seda del siglo XXI que pretende facilitar el transporte masivo de mercancías tanto por tierra como por mar, teniendo a China como país de emisor de productos y Europa como receptor final.
Ligado con lo anterior, China tiene también intereses sobre las abundantes materias primas que Afganistán posee bajo su suelo y que, a causa de los conflictos constantes y la falta de infraestructura, no se han podido explotar. Entre el catálogo de reservas encontramos oro, petróleo y cobre. Pero la joya de la corona es, sin duda, la mayor reserva del mundo de litio, material fundamental para la fabricación de baterías eléctricas, que resulta todo un tesoro en el marco de transición de los vehículos de gasolina a los eléctricos.
Por último, pero no por ello menos importante, encontramos la preocupación de Pekín por su seguridad nacional, que ve amenazada por la existencia de algunos grupos terroristas, de corte fundamentalista islámico, que operan en la provincia de Xingjiang, limítrofe con Afganistán mediante una pequeña y escarpada frontera de 70 kilómetros que conecta al país centroasiático con la provincia china donde reside la minoría étnica uigur. La prioridad de Xi Jinping es evitar a toda costa que estos grupos terroristas, especialmente el Movimiento Islámico del Turquestán Oriental, que reclama la independencia de este territorio, puedan resguardarse en las inhóspitas montañas afganas para establecer allí sus bases operativas y de entrenamiento y cruzar a sus anchas esta pequeña pero altamente porosa frontera.
Por todo ello, unas buenas relaciones con Kabul son cruciales para que el nuevo gobierno intente aplacar de raíz estos grupos. De hecho, un par de semanas antes de la estrepitosa caída de Kabul, el ministro de Exteriores chino, Wang Yi, se reunía en la ciudad de Tianjin con el que hoy es el vicepresidente del Emirato y uno de los fundadores del movimiento talibán, Abdul Ghani Baradar, en un acto en el que el diplomático chino aseguró que “los talibán en Afganistán representan una fuerza clave política y militar, y desempeñarán un papel importante en el proceso de paz, reconciliación y reconstrucción”. Suyas las conclusiones…
Pakistán: 2670 kilómetros de paz a largo plazo
La victoria particular de Pakistán con la llegada de los talibán al poder tiene un doble filo. Por un lado es geoestratégica y, por otro, ideológica. Aunque ambas tienen sus matices y dependen de que los talibán consigan consolidarse y desarrollar su proyecto político para que Islamabad saque renta de esta nueva situación.
La frontera que comparten Afganistán y Pakistán es inmensa. 2670 kilómetros, de los cuales una parte se encuentra marcada por la incidencia orográfica del macizo del Hindu Kush, una cordillera montañosa que en su punto más alto supera los 7500 metros de altura. Es decir, una frontera muy complicada de defender en caso de un hipotético ataque de las potencias de la OTAN a un país, Pakistán, que posee armamento nuclear sin formar parte del Tratado de No Proliferación (TNP). A esto se le debe de sumar que por el otro lado de su frontera Pakistán tiene continuas disputas con su rival histórico, India, por el control de la región de Cachemira, de mayoría musulmana.
Por esta razón, la creación del Emirato para Pakistán supone cerrar, al menos de manera parcial, un posible frente y le permite desarrollar en mayor medida su estrategia militar contra India. Aunque, en la otra cara de la moneda, esto ya está suponiendo una migración considerable de afganos que quieren escapar del nuevo régimen talibán hacia un Pakistán que desde hace años es el país que más refugiados afganos acoge.
Evidentemente, Pakistán prefiere un gobierno talibán, ideológicamente más cercano, que un país desestabilizado y parcialmente tomado por las fuerzas occidentales. Tanto es así, que su primer ministro, Imran Khan, aplaudió la victoria talibán afirmando que se alegraba de que los afganos “hubieran roto las cadenas de la esclavitud”. Pero eso no es todo, porque el que gobierno de Khan deberá poner el foco sobre la facción talibán que opera en Pakistán (Tehreek-e Talibán Pakistán o TTP) y asegurarse de que estos no imiten a sus homónimos al otro lado de la frontera y empiecen a plantear problemas al gobierno islamista moderado.
Rusia y el fin de los opiáceos
Según informes de la ONU, 30.000 personas mueren todos los años en Rusia por adicción a opiáceos. El país cuenta con más de 3 millones de adictos a este tipo de drogas, especialmente la heroína, en lo que se podría catalogar ya como una epidemia seria. Estados Unidos sufre una situación parecida y todo apunta hacia un centro neurálgico claro: Afganistán, lugar donde se cultiva el 90% del opio mundial. Sin embargo, los estadounidenses tienen muchos más nodos sobre los que actuar para frenar la llegada de drogas a su país, mientras que para llegar a la frontera rusa vale con cruzar un par de países.
Por esta razón, el interés principal de Rusia para con el Emirato se centra en frenar el flujo de opio que se mueve hacia el norte. De esta manera, puede condicionar su legitimación y apoyo internacional, así como financiación y ayudas, a que los talibán cumplan con su palabra y pongan fin al cultivo masivo de opio en el país. De momento y sobre el papel, el gobierno interino de Kabul se ha puesto manos a la obra y cuenta ya con un delegado en el ministerio de Interior encargado de la Oficina de Control de Narcóticos.
Aunque, siendo francos, es difícil creer que en un momento económico tan crítico para Kabul, en el que un gran número de empresas han cerrado o han salido del país, las ayudas internacionales se encuentran congeladas y los bancos sin efectivo, los talibán decidan renunciar a su principal fuente de financiación desde hace décadas. En todo caso, se intentarán desvincular de este negocio de cara a la galería pero se seguirán aprovechando de esta lucrativa industria.
En otro orden de cosas, en el Kremlin existe también ese sentimiento de resquemor histórico y de revanchismo con los Estados Unidos, ese punto nostálgico de la gran Rusia tan característico de Putin, que recuerda los tiempos en los que la región centroasiática quedaba en posesión soviética. La marcha de Estados Unidos en Afganistán abre de nuevo la puerta a que Rusia pueda ejercer, en menor medida que en el siglo XX, claro está, esa influencia internacional que tanto añora.
Actores regionales y el papel de occidente
A la lista de invitados talibán se le suman los ya mencionados Turquía, Qatar e Irán, tres actores de la región con bastante peso y unas buenas relaciones con Kabul que intentarán suplir el papel que hasta ahora han desempeñado las potencias aliadas de la OTAN. Lo más valioso que estos países de corte musulmán pueden otorgar a Afganistán ahora mismo es el reconocimiento al nuevo gobierno como interlocutor legítimo del país. Este gesto supondría el comienzo de las relaciones diplomáticas del Emirato, y posiblemente animaría al resto de países de la zona a seguir sus pasos y comenzar a establecer contactos con los talibán.
Con Irán las cosas no empezaron del todo bien, pues al anunciar el gobierno interino, los talibán prescindieron de algunos altos cargos militares muy vinculados a Teherán, algo que no gustó mucho al ayatolá Khamenei. Sin embargo con Qatar, todo parece indicar que será un aliado cercano de Kabul. Hace pocos días el ministro de Exteriores qatarí se reunió en Kabul con el primer ministro, Hassan Akhund, para acordar, entre otras cosas, el reinicio de los vuelos comerciales entre ambos países y la garantía de libre movilidad de la población.
Este paulatino reconocimiento regional pondrá una mayor carga de presión a los países occidentales, pues les colocaría ante una difícil encrucijada: ¿dialogamos con los talibán a sabiendas de que violan sistemáticamente los derechos humanos o nos negamos a ello aún corriendo el riesgo de que caigan en manos de la diplomacia de países totalitarios y se den cuenta de que pueden prescindir de nosotros? Por el momento, algunos países como España han confesado que están dispuestos a mantener “contactos operativos” con ellos, aunque el reconocimiento son palabras mayores. ¿Será suficiente?