“Etorkizuna-musikatan” es un proyecto socioeducativo cuyo objetivo es la transformación social de San Francisco, Zabala y Bilbao la Vieja
Yazmina Vargas
En la sala de ensayo de Etorkizuna-musikatan reina el silencio. Daniela Melano, profesora de viola y de chelo, está colocando los atriles y las partituras. Coge uno de los instrumentos con un mimo infinito y lo deja junto a las sillas. Tras hacerlo, mira la puerta. Sabe que, pronto, el silencio será sustituido por risas, voces y el alboroto de manos inexpertas aprendiendo a tocar una misma canción. Las 16:45. Por fin, llega la hora de la música. Ese momento que tantos niños y niñas esperan con ilusión. Ese momento que les regala paz, alegría, olvido y compañía. Son las 16:45 y ahora sus cabezas solo están centradas en dos cosas: aprender y disfrutar.
En otra aula, el profesor Martín González-Vara enseña a tocar la trompeta a un par de niños de 8 años. El ambiente parece frío, las medidas para la Covid-19 les hacen estar separados por mamparas transparentes. Sin embargo, no es así, las sonrisas de sus rostros demuestran que su gusto por la música supera la frustración por estar alejados por un plástico. Suenan las trompetas. A lo lejos, las violas y el chelo. Todos intentan tocar a un mismo compás.
Cerca, ensayan los violines. El instrumento rey entre los niños. Los futuros violinistas miran atentos a su profesor Lino Castillo. Con el arco en mano, el violín bajo el cuello, los pies en el suelo y la espalda recta siguen pacientes sus indicaciones. Se suceden los intentos, los fallos son continuos, pero rendirse no es una opción en ninguna de estas clases.
Daniela, Martín y Lino forman parte del proyecto socioeducativo Etorkizuna-musikatan, que está liderado por la asociación Norai, situada en el barrio de San Francisco de Bilbao. 40 niños y niñas, de entre 8 y 16 años, forman parte del proyecto, que basa sus enseñanzas en El Sistema orquestal de Venezuela, y 16 personas trabajan en él. María Molinuevo es la coordinadora y, aunque sabe que es difícil que un proyecto de esta envergadura continúe, no pierde las ganas de trabajar: “La pandemia ha provocado cambios e incertidumbre. Es una pelea constante, pero tenemos la ilusión de seguir creciendo”.
La implicación de las familias y trabajadores hacen posible ese crecimiento, pero las subvenciones del Gobierno vasco y el apoyo de la BBK son clave para que Etorkizuna-musikatan pueda seguir haciendo ruido (o música). Son conscientes de la importancia de un proyecto, que usa la enseñanza musical como herramienta para la transformación social. Algo necesario en barrios como San Francisco, Zabala y Bilbao la Vieja, sobre los que pesa un estigma social que tiene consecuencias en la comunidad.
“Muchos de los niños que viven aquí tienen una visión limitada de sí mismos y de lo que pueden conseguir en su vida. Y nosotras les ayudamos a ampliar el horizonte con la música orquestal”, explica Molinuevo. Laura Sánchez, la educadora social del proyecto, trata de eliminar esa percepción: “Queremos que entiendan la multiculturalidad como una oportunidad y enseñarles el barrio como de verdad es”, indica.
Multiculturalidad. Esa es la palabra que define a los barrios altos del distrito de Ibaiondo. Porque estos, según el estudio realizado por el ayuntamiento de Bilbao Inmigración extranjera en Bilbao 2019, son los que más población extranjera tienen, sobre todo, el barrio de San Francisco. Marruecos, Rumanía, Colombia y Venezuela son sus principales países de procedencia. Ángel Casado, padre de un alumno de trompeta, sabe lo enriquecedor que es esa diversidad: “En la orquesta hay niños y niñas de diferentes edades, religiones y nacionalidades, pero todos comparten la música. Verles disfrutar juntos es increíble”, dice.
El gran objetivo
En Etorkizuna-musikatan enseñan a tocar instrumentos, pero no es una extraescolar ni la asociación Norai es una academia de música. Por eso, el alumnado no tiene que hacer una prueba de acceso, aunque sí debe cumplir otros requisitos. “Tienen que vivir en los barrios altos de Bilbao, que son barrios vulnerados, o pertenecer a un grupo de infancia o adolescencia vulnerada”, informa Molinuevo.
Esto es así porque el objetivo no es conseguir músicos de élite ni que los instrumentos suenen perfectos. El fin que persiguen es más grande. “Buscamos formar al alumnado como persona a través de la música, y que no sufra de riesgos de exclusión”, subraya el profesor Castillo. “Intentamos transmitirles que es una herramienta para ser más felices”, afirma González-Vara. Gaizka Jáuregui, que imparte clases de contrabajo como voluntario, considera importante la educación en valores: “Tienen que aprender lo que es el sacrificio, la disciplina y el respeto, y entender sus propias limitaciones”.
María Molinuevo señala que esos son objetivos pequeños que ayudan a conseguir la verdadera meta: la transformación social para mejorar la vida de los niños, su familia y el barrio. Eso sin olvidar que todos deben aprender las mismas piezas para tocar en la orquesta. Porque será con ella con quien harán los conciertos. No importa la edad, el instrumento o el tiempo que lleven. A los conciertos van como equipo. Son un grupo. Una familia.
Lo que da la música
La sensación de pertenencia no es el único beneficio que proporciona la música, porque influye mucho en el desarrollo de la infancia y la adolescencia. En Impacto de la educación musical: una revisión de la literatura científica, de Carmen Carrillo, Laia Viladot y Jéssica Pérez-Moreno, se explica que tiene un impacto positivo en aspectos relacionados con la autoestima y la autoconfianza. Además, les ayuda a forjar su personalidad y a liberar tensiones.
Ángel Casado ha podido comprobarlo en su hijo, que participó en su primer concierto después de tres meses de clases de trompeta. “Le daba vergüenza, pero lo hizo. Y eso le ha ayudado en su autoestima. Se ve en el orgullo que siente cuando toca con la orquesta”, reconoce. Ainhoa Arrese utiliza las clases de música como ejemplo para trabajar la constancia con su hijo: “Le muestro lo mucho que ha avanzado con el chelo por haberse esforzado tanto. Y que puede conseguir lo mismo con las tareas que más le cuestan en clase, si es igual de tenaz”.
Una de esas tareas difíciles son los deberes de matemáticas. Por eso, a veces, entre blancas, negras y corcheas se cuelan los números en las clases de música. Ensayo de viola y de chelo. Melano está explicando cómo hacer la escala de sol a la pequeña del grupo. Hay otras dos alumnas. Hablan en susurros. De repente, una pregunta: “¿Cuántas son 8 x 8?”. Una de ellas ha descubierto que su amiga no sabe las tablas de multiplicar, así que las repasan en voz alta. En un breve descanso. Entre risas y música.
Además del compañerismo, en Etorkizuna-musikatan enseñan que el trabajo en equipo es imprescindible en una orquesta. Allí no existe la individualidad. Cada instrumento y cada persona tiene la misma importancia. Y esa es una de las grandes enseñanzas. Clase de violín. Los instrumentos suenan desacompasados. Castillo manda parar y toca la melodía. Manos expertas. Miradas de asombro. “No deben sonar cinco violines, deben sonar los cinco como si fueran uno solo”, ordena. La canción vuelve a comenzar, esta vez todos al mismo son, bajo la mirada orgullosa del profesor.
El valor de la interculturalidad
El proyecto, según la educadora social Sánchez, usa la música como arma para destruir estigmas y como puente para unir culturas. Pero, ¿puede esta conseguir tanto? Santiago Pérez-Aldeguer en La música como herramienta para desarrollar la competencia intercultural en el aula señala que sí, ya que ayuda a desarrollar los conceptos de sociedad y cultura y fomenta todo tipo de inclusión. Además, Anna Mundet, Ángela Beltrán y Ascensión Moreno en Arte como herramienta social y educativa explican que el arte es fundamental para trabajar con colectivos con problemática social expuestos a la desigualdad y vulnerabilidad.
Eso es lo que hacen en Etorkizuna-musikatan, donde participan familias que pertenecen a barrios o colectivos vulnerados. Y a través de la música intentan cambiar esa situación o, al menos, la vivencia del niño o adolescente. “Creamos un espacio donde se pueden sentir seguros, alejándoles de entornos que no les convienen”, indica Sánchez. “Si están con nosotros en la sala de ensayo, se mantienen lejos de otras actividades más destructivas”, informa Jáuregui. Lino Castillo quiere que aquellos que están en riesgo tengan la música como apoyo, que esta les atraviese y ayude como le pasó a él: “La música me salvó. Sin ella no sé qué habría sido de mi vida”.
Elitismo musical
En Etorkizuna-musikatan las clases son gratuitas. Además, tienen un banco de instrumentos para aquellas familias que no pueden permitirse pagar uno. Porque los problemas económicos no pueden ser un impedimento para disfrutar de las clases. “Uno de nuestros objetivos es romper la barrera que hay respecto a la idea de la música sinfónica, que parece elitista”, declara Molinuevo.
Esta idea la comparten los profesores venezolanos Castillo y Melano, pues ellos crecieron en un país donde el arte es más accesible. “Aquí la música clásica es un poco clasista. Si no tienes dinero, no puedes ir al conservatorio ni tocar un instrumento”, critica Melano. “En Venezuela, en cambio, si no lo haces, no has tenido infancia”, añade. Las familias agradecen esa igualdad que promueve la iniciativa de la asociación Norai. “Las clases particulares son muy caras. Aquí dan la oportunidad de aprender a niños que, de lo contrario, no hubieran podido hacerlo”, dice Ainhoa Arrese.
Arrese, Casado y el resto de padres, madres y tutores son una parte importante del proyecto. Una parte sin la que no sería viable su continuidad. Por eso, buscan su implicación y les hacen un seguimiento. El profesorado, la coordinadora y la educadora social saben que muchas de las familias viven situaciones complicadas, por eso fomentan la comunicación.
“Se intenta tener un trato cercano con las familias, para que acudan a nosotros si lo necesitan”, explica Sánchez. “Podemos asesorarles. Si tienen un problema no les abandonamos. Les damos apoyo”, concluye. Casado agradece esa cercanía: “Hay un ambiente muy familiar. Cuidan la relación con nosotros. Nos involucramos todos”. Etorkizuna-musikatan es un proyecto a largo plazo. Y, pese a que los objetivos son ambiciosos, todos los que intervienen en él muestran ilusión por trabajar en generar un cambio en los barrios altos de Bilbao, que se traslade a toda la sociedad. “No es fácil conseguir los instrumentos, la implicación de cada familia…, pero lo estamos consiguiendo”, expresa Martín González-Vara, el profesor de trompeta. Mientras lo dice sonríe orgulloso y en su cara se aprecia lo mismo que en la del resto de personas vinculadas a la orquesta: la motivación por el futuro de Etorkizuna-musikatan.