El control de la pandemia es fundamental para garantizar un crecimiento económico estable a largo plazo. Los países asiáticos han dado con las claves para ello.
Desde que el coronavirus irrumpió en nuestras vidas gran parte de la población mundial ha sido sometida por parte de las instituciones a un discurso dual y machacante, que establece dos pilares aparentemente inamovibles e inversamente proporcionales. Por un lado, está la economía de los Estados y, por otro, la salud de sus poblaciones. Siguiendo la lógica de este planteamiento si un gobierno apuesta por salvaguardar la salud de sus ciudadanos implementando medidas de restricción a la movilidad y de reducción de los espacios sociales que pueden originar contagios, la economía inevitablemente caerá en una catastrófica recesión. Por el contrario, si las autoridades optan por decisiones de carácter aperturista, con el fin de proteger a los comercios y la hostelería, los índices epidemiológicos se disparan.
En definitiva, parece que nos han vuelto a colar una nueva falacia del falso dilema. Esta tipología de falacia consiste en presentar dos puntos de vista como únicas opciones posibles, cuando en realidad existen más de dos alternativas o una de las presentadas se encuentra de alguna manera manipulada. En este caso, alegar que la economía se hundirá al tomar medidas de control de la pandemia constituye un análisis de la cuestión pobre y cortoplacista, pues la experiencia de otros países muestra, en cambio, que llevar a cabo políticas serias contra el virus es la única manera de garantizar una salida de esta situación segura y a medio plazo, beneficiosa para la economía.
El caso español
Dentro de las fronteras del Estado español se han vivido diferentes fases discursivas por parte del Gobierno, claramente influenciadas por la presión desleal que ejerce la extrema derecha y parte de la sociedad contra las medidas de control.
Al comienzo de la pandemia, cuando aquel lejano “virus chino” arribó pillándonos con los pantalones bien bajados, nadie puso en duda la necesidad de cerrar colegios y universidades, comercios y grandes almacenes. La conmoción social que generó semejante varapalo y el decreto de un confinamiento domiciliario aunó a todas las fuerzas políticas en un primer momento, pero en cuanto algunos se recuperaron del susto inicial, comenzaron a jugar de nuevo a la política y al electoralismo chantajeando al Gobierno con las prórrogas del estado de alarma.
ERC supeditó su voto favorable a esta cuestión al compromiso de Sánchez a seguir adelante con la mesa de diálogo. Los reaccionarios del PP y Vox también emplearon sus cartas para minar a la coalición de gobierno asegurando en plena pandemia, y en palabras de García Egea (PP), que “no apoyar el estado de alarma es dar un ‘sí’ a España”.
En ese ambiente de polarización política y desgaste social tras varios meses de cierre se llevó a cabo la rápida desescalada para llegar a lo que podríamos denominar “el verano español”. Mientras la mayoría de países seguían una receta más bien restrictiva para luchar contra la pandemia, en España ni si quiera se pedía una PCR negativa para entrar al Estado. El objetivo fundamental de las autoridades era salvar la temporada de verano a toda costa, con la hostelería a rebosar y los hoteles abiertos. Es lo que sucede cuando tienes un modelo económico cuyo pilar principal es el turismo y los servicios que de esta actividad dependen. En 2019 este sector representó un 14,6% del PIB, por encima de la construcción, el comercio o la sanidad. Quizás deberíamos plantearnos más adelante si nos conviene seguir apostando por un modelo tan estacionario y precarizado. Pero eso ya es otro tema.
A corto plazo las alarmas también estaban sonando. Epidemiólogos y personal sanitario no cesaban con sus advertencias de la llegada de una segunda ola en octubre, más virulenta y cruel. No hubo preparación, no hubo previsión ni antelación a los acontecimientos. Nos habíamos instalado ya en esa nueva normalidad pensado que todo había pasado. Y bajo la premisa de salvar la economía (y de los niveles de crispación social que generaría un nuevo confinamiento) algunos, como el alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, han seguido defendiendo a bombo y platillo “el derecho a tomarse unas cañitas”. Ahora, en plena segunda ola de coronavirus y con un octubre de récord en contagios y las consecuentes muertes en novimebre, parece que seguimos siendo los últimos de la clase en enterarnos que una economía fuerte a medio y largo plazo pasa por atajar primero la problemática de la pandemia.
Francia, Portugal, Reino Unido, Grecia, Austria y otros muchos países europeos ya han decretado confinamientos totales o parciales, dejando abiertos exclusivamente los establecimientos esenciales. En España sale a relucir de nuevo la picaresca y pretendemos “salvar las Navidades” sin haber hecho los deberes antes. La Comunidad de Madrid ha registrado 981 muertes en el mes de noviembre, sin cerrar ni siquiera la hostelería y con unas zonas de salud confinadas de las que se puede salir y entrar sin ningún tipo de control efectivo. Como indicaba Antonio Maestre en Twitter parece que la estrategia de Díaz Ayuso asume que mueran 30 personas al día con tal de no tomar medidas.
La receta oriental
Por una vez podríamos dejar de lado nuestra soberbia eurocentrista para fijarnos en las políticas que han tomado otros países a los que les ha ido bastante mejor que a nosotros. Algunos países asiáticos, que fueron los que sufrieron en primera instancia las consecuencias del virus, han gestionado esta situación de manera rotunda. Es indiferente que las razones de ello sean la tradición confuciana de esos países, que ya hayan vivido anteriormente otras epidemias o que allí se mantenga menos contacto social. La cuestión es que saben cómo hacerlo y que podemos aprender de su experiencia.
Además, también han desmontado la falsa dualidad salud o economía y el claro ejemplo de ello es China. Esta tan denostada dictadura orwelliana ha logrado ponerle freno al avance del virus y actualmente su población ya no está obligada a portar mascarilla en la vía pública, además de haber retomado toda la actividad comercial y la vida en las calles. Para ello mantuvieron una estricta cuarentena, en la que no se podía salir a la calle ni para hacer la compra (todo se realizaba vía online), funcionaron durante mucho tiempo con códigos de salud digitales para entrar a cualquier establecimiento o gozar de cualquier servicio y a día de hoy cualquier persona que viaje a China debe presentar un test PCR negativo y pasar 14 días de cuarentena en un hotel. Resultado de la gestión: durante el 3º trimestre del ejercicio económico el gigante asiático crecía a un ritmo del 4,9% y 4600 personas fallecidas en un país de 1.393 millones de personas.
Pero para los alérgicos a este tipo de países también existen casos más “democráticos” que han llevado a cabo un gran trabajo. En Corea del Sur, por ejemplo, el eje de su planteamiento fue la prevención mediante cribados masivos de población y una capacidad de rastreo sin parangón. Desde el comienzo fabricaron sus propias pruebas de detección del virus y emplearon sistemas cruzados de rastreo para poder confinar a los contactos estrechos de los casos positivos. Resultado: pequeña caída interanual del -1,3% y tan solo 513 defunciones. A esta lista de países se podrían añadir el caso de Taiwán con tan solo 6 fallecidos y algunos países del sudeste asiático, como Vietnam o Tailandia.
A pesar del dato “histórico” del que se vanagloriaban los medios de comunicación anunciando el crecimiento de la economía española en un 16,7%, esta información es ciertamente engañosa. Esta cifra se extrae de la variación porcentual respecto a los trimestres pasados de este mismo año, es decir, de caída en picado (-5,2% el primer trimestre y -17,8% el segundo). El dato más acercado a la realidad, el que calcula el PIB de forma interanual, es que el desplome español se sitúa en un -8,7% y con la previsión de que sea mayor a final de año. Además, debemos añadir las más de 44.000 muertes con las que cargamos en el momento de la redacción de este artículo.
Ante esto, surgirán algunas preguntas que deberemos responder como sociedad. ¿Estamos dispuestos a seguir sacrificando a personas por una economía frágil y a corto plazo? ¿De verdad vamos a anteponer los turrones, el cava y las celebraciones a la salud de cientos de miles de ciudadanos? ¿Seguirán las autoridades cerrando los ojos y apretando los puños esperando a que llegue la tan esperada vacuna en vez de tomar medidas serias?