A mediados de marzo la mayoría de los alumnos se levantaban diez minutos antes de que comenzara la primera clase online. Encendían el ordenador, no como la cámara o el micrófono, y asistían a monólogos de un par de horas, donde los comentarios chistosos destacaban por su ausencia. Una especie de funeral al que se acudía de lunes a viernes, siempre y cuando el profesor supiese iniciar la clase online. Un caos.
Cueste lo que cueste, y por interés de grandes empresas multinacionales y presiones de terceros, todos los alumnos volveremos a las aulas. El retorno no estará marcado por la inversión en contratar más profesores o en financiar mascarillas o geles, sino que costará la vida de miles de personas.
Los contagios se dispararán en pocas semanas, y cerca tenemos el ejemplo de Francia y sus más de 20 colegios cerrados días después de la vuelta a las aulas. Los estudiantes no somos deportistas de élite y no tenemos miles de PCR a nuestra disposición para cerciorarse que ninguno tenemos el virus. Habrá cientos de positivos dentro de las aulas cada día. Habrá cientos de casos positivos en los transportes públicos. Y el desparecido ministro de Universidades Manuel Castells asegurando que no existe plan B y que «habrá que sobrevivir a las condiciones de la pandemia». Un salto mortal con triple pirueta con los ojos cerrados y la piernas atadas.
El conocimiento ocupa lugar
La realidad radica en que hay miles de estudiantes -y profesores, directores, bedeles o, en conclusión y parece que se olvida, personas- con asma u otras enfermedades, que estarán en exposición constante al virus durante muchas horas al día. Y en la universidad ni tan mal. Todos con mascarilla y el profesor que no sabe ni cómo te llamas. Pero pensemos en esos profesores que están con niños de cinco años, que acuden sin mascarilla y comparten todo tipo de objetos, como plastilina, lápices o juguetes. Mención también a la gente que trabaja en comedores o recoge a los chavales del colegio.
Por último, entramos en el tema económico. La lógica es la siguiente: Primero, pagad la matrícula, y, después, ya veremos lo que sucede. ¿Habrá que justificar de alguna manera pagar más de 1000€ para dar clases online, verdad? ¿1000€ por no poder disfrutar ni del 75% de los servicios? ¿Y qué pasa con todos los estudiantes que han alquilado un piso porque están lejos de su ciudad? ¿Qué ocurre si nos confinan y no podemos ir a clase? A pocos días de comenzar las clases, apenas hay información.
Es un auténtico suicidio volver a las aulas. Además de por los estudiantes, por todas las personas que hacen que un centro educativo funcione perfectamente. Pensemos en los conserjes, en las personas de secretaría, en la gente de mantenimiento o en el abuelo de 75 años que acude a recoger a sus nietos al colegio. Y cuando todos caigamos, colapsemos los hospitales y muramos como moscas, que nadie se atreva a decir que esto no se podía prever.