El confinamiento ha obligado a seguir las clases desde casa, pero la imposición de este nuevo sistema online no convence ni a alumnos ni a profesores
Suena la alarma. 8:55 de la mañana. La clase empieza a las 9, pero eso no es un problema. Va a llegar a tiempo. No hace falta esperar en la parada del autobús, ni, una vez dentro, discutir por conseguir un sitio. Tampoco correr al cruzar el paso de cebra para entrar antes de que cierren la puerta. Su ordenador espera sobre el escritorio, a un metro de la cama. Se despega de las sábanas mientras lo enciende. 5 minutos de reloj. Nueve en punto. Se conecta a la sesión online. Las clases nunca estuvieron tan cerca.
Así son las mañanas lectivas de Joel Fernández, un estudiante de máster en la universidad de Deusto. Pero no es el único. Su misma situación es la que viven casi 10 millones de estudiantes en toda España, según datos del Ministerio de Educación y Formación Profesional, desde que el pasado 14 de marzo se cancelaran las clases presenciales debido a la crisis del coronavirus. “Aunque parezca una ventaja levantarse 5 minutos antes, echo de menos las clases presenciales”, confiesa.
Desconcentración y aumento de trabajo
Ver la vida a través de una pantalla es algo habitual para los jóvenes, pero sentarse a dar clase delante de una se les está haciendo cuesta arriba. “Me concentro mejor si estoy cara a cara con el profesor”, asegura Claudia Fernández, estudiante de Filología Inglesa en la Universidad de la Rioja. Su compañera de centro, Sara Martínez, secunda su opinión. Para ella, las clases online son “peores” porque “tienes muchas más distracciones y no sientes la obligación de atender”. Además, siente que preguntar las dudas por un chat es “mucho más frío”, por lo que no suele atreverse. Sin embargo, añade un punto positivo a las clases digitales: “Si te pierdes o no entiendes algo, puedes volver a ver la grabación las veces que quieras”.
Claudia Fernández, estudiante universitaria: “Me concentro mejor si estoy cara a cara con el profesor”
La carga de trabajo también se multiplica y supone un problema. ¿Dónde está el límite? “Estar 24 horas en casa no significa estar 24 horas disponibles. Esto es lo que más estrés nos genera”, critica Joel. La inexistencia de un sistema de evaluación oficial durante esta situación hace que cada centro aplique el suyo propio, por lo que varía de unos a otros. “Hay asignaturas en la que no nos mandaban apenas trabajos y ahora nos mandan uno por semana”, se queja Claudia. “Lo peor es que no sabemos si cuentan para nota, ya que no están en la guía docente y no nos lo aclaran”. Sara también ve falta de implicación por parte del profesorado: “Hay profesores que se han tomado unas vacaciones. Mantienen los porcentajes de evaluación y el temario, pero no dan clase”, denuncia.
Poca implicación
La sensación de malestar es general en muchos centros educativos de España. Así lo recoge uno de ellos en una encuesta realizada por el Consejo de Estudiantes de la UPV/EHU, que revela que el 81% de sus estudiantes considera “excesiva” la carga de trabajo y el 80% está insatisfecho con la docencia online. ¿Por qué? Los datos son claros. El 28% de los estudiantes no ha recibido ningún mensaje por parte de sus profesores durante el confinamiento.
Nicolás Gorbea estudia Periodismo en el campus de Leioa, y asegura que “hay de todo”. Mientras algunos profesores se han esforzado en adaptarse a la situación de la mejor manera posible y ajustarse a un modelo de clases acorde, otros han hecho todo lo contrario. “Al final, se ve qué profesor está ahí porque le gusta y cuál no, porque algunos nos ven como simple números”, asegura.
¿Y los exámenes?
A Irune Díaz, estudiante de Publicidad en la UPV/EHU, el coronavirus le truncó el Erasmus en la capital lusa. Sin embargo, no se encuentra del todo disconforme. En su universidad, Universidade Nova de Lisboa, el confinamiento les ha dado ventaja. “Nos han subido más material a la plataforma online que si hubiera clases presenciales”, cuenta. Sus profesores también se han implicado al elegir el sistema de evaluación. “La mayoría ha cambiado la forma de evaluación, pero siempre preguntando si estábamos de acuerdo o no, o si lo veíamos factible”, asegura. En cuanto a los exámenes, ya ha realizado el primero. Les dejaron usar el comodín de internet y no estaban vigilados. Aun así, confiesa: “No se podía encontrar la respuesta a la pregunta”.
Sara Costell, estudiante universitaria: “La evaluación más justa sería eliminar los exámenes y sustituirlos por un trabajo”
Pero los exámenes finales variarán dependiendo del centro. “Los profesores nos han dicho que los exámenes serán más difíciles, con tiempo limitado y con el fin de controlar que no copiemos”, cuenta Sara Costell, estudiante de Lenguas Modernas y Gestión Empresarial en la Universidad de Deusto. Para ella y sus compañeros, estas pruebas se han convertido en un auténtico Gran Hermano. “Tendremos que poner la cámara y enseñar toda la habitación, además de respetar las medidas de seguridad para evitar trampas”, explica. Asegura que la mayor dificultad del curso repara en los exámenes online, ya que estas medidas solo sirven para “aumentar los nervios de los alumnos”, además de depender de su conexión a internet.
Por ello, cree que la forma de evaluación más justa sería la eliminación de los exámenes y la sustitución de ellos por un trabajo de investigación. “Si esta situación nos está enseñando a ser autodidactas, creo que es una buena manera de adaptarse a las nuevas necesidades y fomentar las ventajas de ellas”, apunta.
Adaptación del profesorado
Sin embargo, el problema se sitúa a ambos lados de la pantalla. Para los profesores, esta nueva situación supone un reto a contrarreloj. “Nos hemos tenido que adaptar rápidamente, aprendiendo a utilizar las herramientas online por nosotros mismos”, cuenta Victoria Sánchez, profesora de educación primaria en el colegio Bretón de los Herreros de Logroño. Entre estas herramientas se encuentran algunas como Zoom, Google Classroom o BlackBoardCollaborate, recursos que conectan a los alumnos con el profesor en forma de videoconferencia y permiten compartir diapositivas o vídeos, interactuar por chat y formar grupos de trabajo.
Victoria Sánchez, profesora: “Nos hemos tenido que adaptar a la situación rápidamente aprendiendo por nosotros mismos”
Pero, ¿se aprende lo mismo? ¿Es eficiente? Las preguntas sobre el modelo de enseñanza online se suceden estos meses. “Tratamos que aprendan lo mismo en cuanto a contenido, pero no van a aprender educación socio-emocional, que es tan importante como lo académico a estas edades”, lamenta Victoria. Respecto al sistema de evaluación final, en muchos centros sigue siendo un misterio. El aprobado general que se contemplaba en algunos cursos no convence del todo a la profesora: “Se estudiará en la mayoría de los casos, aunque puede que algún alumno no se lo merezca”, sentencia.
La incertidumbre de bachillerato
En los cursos donde no se impondrá el aprobado general –bachillerato y universidad– los peor parados son los alumnos de 2º de bachillerato, que, además de depender de sus calificaciones para conseguir entrar en el grado que deseen, tienen que lidiar con un factor extra: la selectividad.
Paula González es una de las 638.584 alumnas, según datos del Ministerio de Eduación, que cursan 2º de bachillerato en uno de los institutos españoles. Según ella, se adaptan “como pueden”. Ante la incertidumbre de cómo será la prueba de acceso a la universidad este año en el caso de celebrarse, a estos estudiantes solo les queda armarse de paciencia y esperar. “Tenemos miedo por cómo será, no sabemos si lo que hemos estudiado en cuarentena servirá para mucho”, lamenta. Cabe destacar que esta prueba supone un 40% de la nota para acceder al grado universitario, por lo que el mayor peso, el 60%, recae en la media de bachillerato, otra incógnita.
En España hay 638.584 alumnos en 2º de bachillerato que aún desconocen qué pasará con la selectividad de este año
Tras dos meses de confinamiento, Paula y sus compañeros del IES Escultor Daniel de Logroño siguen “perdidos” respecto al sistema de evaluación del tercer trimestre online. “Los profesores han comentado que no quieren hacer exámenes, y que evaluarán los trabajos que hemos hecho en casa durante el trimestre” –explica– “pero no hay nada concreto”. Puede que por ello haya aumentado la carga de trabajo. “Había asignaturas en las que no teníamos deberes, y ahora en casa tenemos todas las semanas”. Estudiar confinado también aumenta la dificultad. “Al estar haciendo cosas nuevas no vistas en clase, parece que tuviéramos doble trabajo: entender por nuestra cuenta lo nuevo y hacer los respectivos ejercicios que nos mandan”, manifiesta.
La odisea de internet
Un equipamiento tecnológico (ordenador, Tablet…) y una conexión a internet son dos de las necesidades principales para seguir el ritmo de trabajo durante el confinamiento. A pesar de que la mayoría de alumnos han podido conectarse cada día, la UNESCO revela los datos de aquellos que han sufrido las consecuencias de la brecha digital: en España, son 100.000 los hogares que no disponen de conexión a la red. Esto supone una limitación en el aprendizaje para muchos alumnos.
“En la UPV/EHU no te obligan a tener acceso a internet al realizar la matrícula, pero es algo que viene implícito”, comenta Nicolás Gorbea, consciente de que, sin internet, no podría realizar todos los trabajos exigidos en su carrera de Periodismo, incluso de manera presencial. Internet ya no es un lujo, sino una necesidad. Más selectiva es la Universidad de Mondragón, donde estudia Ingeniería Mecánica Ion Ávila. “Antes de que te acepten en la universidad, un requerimiento es que tengas ordenador portátil y conexión a internet. Así se aseguran de que puedes seguir las clases online y entregar trabajos”, explica.
En definitiva, pese a que la Asamblea General de las Naciones Unidas declarara el acceso a internet como uno de los derechos humanos allá por 2011, en pleno 2020 aún hay alumnos que no seguirán sus clases debido a su carencia.