Por Marta Díaz González
Ser o no madre, o no poder serlo
Primer domingo del mayo distópico. Día de la Madre en confinamiento. Las manualidades del cole ya no se llevan (qué remedio), pero una pandemia no basta para frenar la creatividad infantil. Detrás de puertas infranqueables bajo la sospechosa y risueña advertencia de “está prohibido pasar”, los más pequeños seguro que habrán conseguido salirse con la suya. Intuyo que habrá cartas, dibujos, cartas con dibujos; todo envuelto en témperas y purpurina. Supongo también que habrá canciones y repostería, es domingo de confinamiento y hay dos grandes cosas que celebrar: los recién estrenados paseos y la maternidad.
Noemí López Trujillo (Bilbao, 1988) no es madre, no, no es madre, aunque le gustaría poder serlo. Poder llegar a serlo. Es raro presentar a alguien diciendo aquello que no es, pero cuando la llamé por teléfono hace ya, varios días, para hacerle una entrevista, durante más de veinte minutos hablamos solo de eso: negación, inexistencia e imposibilidad. Hablamos de vientres vacíos, como su libro, (El vientre vacío, Ed. Capitán Swing) y de cuerpos de mujeres obligados a permanecer en espera (aún a sabiendas de que en algún momento, y como ella misma escribe, la espera será irreversible). Ser madre, igual que no serlo, es un deseo personal en el que solo debería intervenir la decisión consciente, libre e independiente de la mujer. Contra el impedimento biológico, la medicina, la adopción o la renuncia. Contra la imposición sistemática de la precariedad, voces como la de esta periodista y lucha.
“Ya no sé si espero a que algo ocurra – un hijo – o espero a que deje de ocurrir – una crisis económica”. La frase es tuya, pero la realidad la comparten muchas mujeres. Y justo cuando parecía que empezábamos a salir, muy poquito a poco, de la crisis de 2008, los expertos apuntan a una peor ocasionada por el coronavirus. En un mundo precario, ¿la maternidad es un lujo? ¿Qué opina Noemí López Trujillo?
Uf, siempre tengo un poco de problema con calificarlo de “lujo”, aunque entiendo el punto discursivo. Si decimos que la maternidad es un lujo caemos en el error de estandarizar las maternidades, y hay muchas familias con situaciones económicas diferentes. Es un término que me genera sentimientos encontrados.
¿Brecha de clase?
Sí que creo que hay una brecha de clase y que quienes traen sus hijos al mundo pudiendo externalizar tareas y teniendo ciertas condiciones materiales aseguradas viven un tipo de maternidad que ahora mismo es un privilegio. Pero calificarla de “lujo” genera un marco que nos hace pensar que cualquier persona que tiene hijos los ha tenido porque sabía perfectamente que podría sacarlos adelante, y si luego se atreve a pedir una ayuda pública o se queja de su situación, básicamente la respuesta puede ser “no haberlos traído al mundo, tú sabías a lo que te enfrentabas”. No creo que ese sea el marco que debemos establecer.
Movimiento feminista
¿Crees que el movimiento feminista está consiguiendo que la maternidad sea cada vez más entendida y defendida como un deseo? No como una imposición de género, como una necesidad vital intrínseca a la naturaleza de la mujer… Esto va muy ligado también al tema del aborto.
Sí, totalmente. Yo creo que ese es el punto al que teníamos que llegar. La palabra deseo lo define perfectamente, porque como tú bien decías, sitúa la maternidad también como la negación en la misma, y eso nos lleva al acceso al aborto y al tema de los derechos reproductivos. Yo entiendo que es muy difícil todavía disociar el deseo de la imposición —porque la construcción del deseo es muy enigmática, no sabemos cuánto de imposición cultural hay en el mismo — pero vivimos en un momento en el que podemos al menos tener construido un discurso sobre la autonomía de los cuerpos para decidir cuándo y como queremos ser madres o cuándo y cómo no queremos serlo y por qué; yo creo que ahí ya tenemos un terreno ganado.
A las feministas pro-aborto muchas veces se señala un poco esa contradicción de “sí, sí, muy a favor del aborto que estás pero luego quieres tener hijos”, como si fuese incompatibles. Yo considero que precisamente no se entiende la una sin la otra: yo no quiero obligar a ninguna mujer a que tenga que traer hijos pobres al mundo, y del mismo modo tampoco quiero que las mujeres pobres sean las que tengan que dejar de tener hijos porque están en una situación de pobreza (siempre se habla del control de natalidad desde un punto de vista muy aporófobo).
En un mundo donde hubiese unas condiciones materiales equitativas podríamos empezar a hablar de un deseo real, de un punto de partida en el que las mujeres ya sí pueden decidir si quieren o no traer hijos al mundo.
Mucha gente apoya el lema de que si te lo planteas demasiado nunca va a ser el momento ideal para ser madre así que mejor optar por la inmediatez, hazlo ya y punto. Al respecto, una de las mujeres con las que dialogas en el libro dice que las decisiones vitales no se pueden adelantar. Yo te pregunto a ti: ¿se pueden aplazar?
A ver… Sí, es aplazar, pero es sobre todo un deseo desplazado, ¿no? Yo creo que el verbo aplazar tiene una connotación casi consciente y deseada. Deberíamos empezar a hablar de maternidades o proyectos vitales desplazados y no aplazados. Lo desplazado no depende tanto de ti, aunque al final te veas en el falso ultimátum de “esto ahora o ya nunca”. Al final ese desplazamiento viene dado por factores externos.
Decidir…
Hay un punto de razón cuando dicen “en algún momento tendrás que decidir, nunca es el momento ideal”, pero también es muy triste tener que asumir que nunca va a haber un momento ideal. Y efectivamente llegará el día en el yo me tendré que plantear si quiero ser madre a pesar de las condiciones, en algún momento yo tendré que dejar de “aplazar” ese deseo que me han obligado a ir desplazando todo este tiempo. Tendré que elegir, y será una decisión consciente, pero me parece una trampa el tener que hacerlo en esas condiciones. No debería ser un coste de oportunidad, apuesto por un trabajo o por un hijo, deberíamos poder aspirar a tener ambas cosas. Pero al menos a corto plazo, no parece que vayamos a conseguir ese sistema ideal que permite compatibilizar ambas cosas, y las mujeres de mi generación se verán obligadas a tomar la decisión en una coyuntura que no es la idónea.
SER MADRE, NO SERLO O NO PODER SERLO
La culpa es un sentimiento que habitualmente rodea este tema: culpa por no poder tener hijos, culpa por tenerlos y no poder darles lo que te gustaría, por no intentarlo más y más, por intentar hasta agitar la salud mental propia y quizás del entorno… ¿Es un triunfo de la política, o por qué no del heteropatriarcado, conseguir que nos sintamos culpables incluso por aquello de lo que somos víctimas?
Sí, sí. Yo creo que la culpa va muy va relacionada con la responsabilidad individual: tú no sientes culpa por algo sobre lo que no tienes responsabilidad. Cuando se genera una disciplina de la culpa estamos asumiendo que tenemos una responsabilidad directa sobre ese algo, y desde que eso ocurre, ya no se puede culpar a otros o echar balones fuera.
Efectivamente, el sistema político y el patriarcado (que también es un sistema político en sí mismo) tienen mecanismos de disciplina para generarnos esas culpas: culpa por no ser fértiles, culpa por no tener un trabajo en condiciones, por si no tomamos las decisiones adecuadas… El ser humano es imperfecto por naturaleza y tenemos derecho a equivocarnos. Un sistema garantista, un estado sólido del Bienestar, debería garantizarnos una seguridad y un bienestar real incluso cuando tomamos decisiones equivocadas; no puede ser que un error en nuestra vida nos pase factura para siempre. La culpa nos evita que pensemos en si hay algo externo, algo colectivo que está impidiendo que podamos aspirar a una vida mejor.
La maternidad también puede entenderse como una forma de contribución al Estado. De hecho, muchos políticos apelan directa o indirectamente a las mujeres para que con nuestra reproducción sostengamos un sistema basado en la producción. ¿Somos, en palabras de Silvia Federici, la última frontera del capitalismo?
Sí, las mujeres por supuesto, y en general como dice Santiago Alba Rico, los cuerpos. Él habla de que el sistema se alimenta y se nutre de los cuerpos, sobre todo de aquellos más vulnerables. En el caso de las mujeres, esa posibilidad que en principio tenemos de seguir generando obreros (no es que ser madre te haga ser mujer, sino que hay mujeres que tienen esa capacidad) nos sitúa como uno de los cuerpos excedentes más importantes para que el sistema siga funcionando. Con nuestros cuerpos damos continuidad a la humanidad, y se entiende la humanidad siempre desde un punto de vista productivo.
Pero como digo, en general los cuerpos vulnerables son la última frontera del capitalismo: trabajadores precarios y empobrecidos, mujeres racializadas, población migrante… Los migrantes son sujetos centrales de las políticas públicas simplemente cuando sirven para trabajar, hasta ese momento son completamente ignorados; cuando es una cuestión de dotarles de derechos, no existen. El cuerpo de la mujer es por supuesto uno de los más importantes de esta dinámica, pero no es el único en el que se apoya el sistema.
Virginia Woolf reivindicaba la necesidad de tener una habitación propia. Nosotras ahora queremos que esté cerca del trabajo, tenga ventana y una buena estantería no pasar los libros de la silla a la cama. ¿Pedimos demasiado? ¿Tienen razón los mayores cuando acusan a la juventud de “quererlo todo”?
Mmm… (risas) No, no tienen razón. Habría que ver a qué se refiere ese todo. ¿Todo es poder irme todos los meses al Caribe? ¿O nos referimos a poder acceder a una vivienda digna, tener un salario que no implique perder el 50% en el alquiler, poder irnos de vacaciones una vez al año, mantener a nuestros hijos sin preocuparnos de si vamos a llegar a fin de mes…? Creo que hay un problema de caricaturización del “todo” como si fuese un lujo cuando en realidad simplemente reclama un mínimo de condiciones. La pobreza ya no es solamente que no tengas dinero en la cuenta bancaria.
¿Entonces?
El estado de Bienestar ha evolucionado y pobreza es no tener acceso a internet, a dispositivos tecnológicos… Que haya una brecha entre tú y el resto de la sociedad. Los jóvenes sabemos qué enumeramos e incluimos dentro de ese “todo”, y desde luego lo que no me parece razonable es tener que asumir un discurso regresivo que nos invita a conformarnos con lo que tenemos o vivir incluso como generaciones anteriores, porque como ellos subsistieron… Asumir esto es negar la posibilidad del cambio en sí misma, y el progreso no es eso.
Experiencias, relatos y vivencias explicando lo que es ser madre hay muchos. Pero, ¿cómo es pensarse madre, y no serlo?
Yo creo que es un poco doloroso e incluso diría, desde un punto de vista muy personal, un poco patético. Es como la nostalgia por la ausencia de algo que no existe y que ni siquiera es una posibilidad todavía, te sientes hasta ridícula por estar deseando algo que no sabes ni siquiera si es probable. Desde luego, lo que sí he visto en muchas mujeres a las que he entrevistado es el dolor.
¿Dolor?
Todas compartimos ese punto de dolor por la negación y la inexistencia de algo que deseas muchos, sobre todo porque esa ausencia tiene unas causas concretas que tienen relación con lo económico, con la posibilidad material. En mi caso además, como te decía, me siento algo ridícula y patética por ver que cuando una amiga me dice que se ha quedado embarazada yo me obsesiono mucho pensado “¿podré yo algún día? ¿Seré yo esa persona? ¿Tendré esa posibilidad? Quisiera ser como ella, quisiera ser ella en este mismo momento”. Y esa comparativa te genera un poco de desafección, te hace sentir minúscula, y es una sensación desagradable.