Suena la alarma. 8:55 de la mañana. La clase empieza a las 9, pero eso no es un problema. Va a llegar a tiempo. No hace falta esperar en la parada del autobús, ni, una vez dentro, discutir por conseguir un sitio. Tampoco correr al cruzar el paso de cebra para entrar antes de que cierren la puerta. Su ordenador espera sobre el escritorio, a un metro de la cama. Se despega de las sábanas mientras lo enciende. 5 minutos de reloj. Nueve en punto. Se conecta a la sesión online. Las clases nunca estuvieron tan cerca.