Este reportaje fue publicado en Hordago previamente
Una bola de heno, empujada por el viento, recorre las salas vacías de los grandes museos. Pierden millones, de espectadores y de euros. Seguirán en pie. Mientras, los espacios dedicados al arte y la cultura en los barrios y los pueblos piensan cómo subsistir. El tejido cultural popular va necrosándose debido a una crisis económica y social sin precedentes. Desaparecen lugares enteros: espacios para el encuentro, salas donde entablar relaciones y diálogos, edificios donde cuestionar. Los ha abducido la falta de compromiso de las instituciones públicas. En una pincelada: mucho arte, pero también muchos artistas, en el alambre, muy pocas oportunidades y un futuro vertiginoso para todas y cada una de las personas que apuntalan la cultura desde sus comunidades. Una exposición en pie es, hoy, una disputa.
El cierre mundial de museos a raíz de los confinamientos de la primera ola de la covid-19 y las restricciones derivadas de las sucesivas olas han tenido un impacto irreversible en todos los espacios dedicados a la cultura. Según una encuesta del Consejo Internacional de Museos (ICOM), el 6% no volverá a abrir. Sin embargo, los pequeños focos de cultura que siguen en pie celebran otra forma de consumo de la cultura en general y del arte en concreto. Por el camino se han ido quedando muchos de estos espacios populares autogestionados. Echaron la persiana en marzo de 2020 y no la volvieron a abrir.
Espacio Artemisa, en Portugalete, propone actividades y proyectos artísticos para todos los públicos, haciendo de nexo para encontrar artistas fuera de los recorridos del mainstream. “Trabajamos emocionalmente con los artistas. No hace falta aparecer en los grandes museos para serlo. No hay por qué ir a los museos para disfrutar del arte. Hay otros circuitos”, explica Leyre Martínez, que gestiona, junto a sus compañeros Rubén Salas y Jon Ander Martínez, esta iniciativa portugaluja.
Un contexto complicado
El Prado y el Reina Sofía perdieron el 70% de sus visitantes en 2020 con respecto al año anterior. Y dejaron de ingresar alrededor de 19 millones de euros. Por el Museo Guggenheim pasaron 315.908 personas, un 73% menos, muy lejos de las 1.170.669 de 2019. Su presupuesto para este año es de 24 millones euros. Casi la mitad de esos fondos, el 49%, proviene de ayudas públicas.
En marzo, el Gobierno vasco lanzó una convocatoria de ayudas excepcionales para los profesionales de la cultura. Problema 1: has de estar dado de alta como autónomo para optar a ellas, en un sector, el cultural, temporal e inestable. Problema 2: el laberinto burocrático está especialmente diseñado para que desistas en la solicitud de la ayuda. En Artemisa dedican gran parte de sus esfuerzos a talleres de asesoramiento legal: “Todos los artistas que vienen no saben cómo gestionar su vida laboral. Preguntan si se tienen que dar de alta como autónomos, si pueden vender legalmente sus obras… un montón de dudas”. Los artistas deben conocer sus derechos. Leyre, desde Artemisa, opina que en Portugalete existe “un tejido asociativo muy interesante” por el que las instituciones deberían apostar económicamente: “Hay unos mínimos exigibles para desarrollar la cultura y la comunidad”.
“Hay unos mínimos exigibles para desarrollar la cultura y la comunidad”, Leyre Martínez, artista y responsable de Espacio Artemisa
El Departamento vasco de Cultura y Política Lingüística cuenta con un presupuesto de 289,9 millones en 2021, un 4,2% más que el año anterior, de los que la viceconsejería de Cultura gestiona 59,8 millones de euros, 2,8 millones más que el año pasado. Solamente 1,1 millones de euros irán a parar a pequeñas empresas y profesionales autónomos de áreas como las artes escénicas, artes visuales, arqueología, audiovisuales, bertsolarismo, mediación o asesoramiento cultural, producción de libros y literatura, música y patrimonio.
Experimentar, exponer
El “desmantelamiento” que se denuncia desde los sectores culturales populares no ha podido con Espacio Artemisa. Tampoco con Zas Espazioa, en Vitoria, que sigue en pie. Ni con la fuerza cultural de los barrios bilbaínos de San Francisco y Bilbao La Vieja. Aquí, Sarean, con su centro neurálgico en la Plaza Sagrado Corazón de María, apuesta por la cultura comunitaria: “Se trata de un espacio lúdico de carácter experimental y pedagógico que alberga una programación sociocultural diseñada a través de la participación ciudadana”.
Muy cerca, Okela Sormen Lantegia explora y experimenta. Y ahí al lado, a tres minutos a pie, el taller Arroka resiste con su visión vecinal antigentrificadora y de militancia barrionalista. Por su parte, al otro lado de la ría de Bilbao, en la otra punta de la ciudad, en Zorrozaurre, aguantan también el envite otros espacios como Artiatx, una sala gigante de exposiciones para artistas con cierto bagaje. Focos artísticos para mantener la llama.
“Okela es un espacio ideal para meter la pata”, Irati Urrestarazu, artista y gestora
En el número 15 de la calle San Francisco tiene sus puertas Okela Sormen Lantegia. Lo que antes era una carnicería de barrio hoy es un espacio para el arte. Aún conserva parte de lo que fue. Unas salchichas gigantes y amoratadas te invitan a entrar de la mano del artista Toni Hervás, que expone su obra a la medida de la propia historia del lugar. “En Okela, a pesar de que artísticamente es un espacio difícil, los creadores hacen cosas que no se atreverían a hacer en otros lugares. Sientes que hay cuidado, que no arriesgas, que el ambiente de comunidad te acompaña. Y si fallas, todas lo entendemos. Okela es un espacio ideal para meter la pata”, reconoce Irati Urrestarazu, artista y gestora del lugar.
Y si fallas, todas lo entendemos. Okela es un espacio ideal para meter la pata”, reconoce Irati Urrestarazu, artista y gestora
Este mismo sentimiento reúne a decenas de artistas alrededor de Espacio Artemisa: de joven precarizado a joven precarizado. “Hablando con las y los artistas, comprendemos que compartimos una sensación de vértigo e incertidumbre”, aclara Rubén. Y su compañera Leyre añade: “Estamos todas fatal, cansadas mentalmente. Y por eso desarrollamos y llamamos Vértigo al programa actual. Vértigo promueve el empoderamiento de artistas jóvenes”. Amaia Naberan, del estudio de diseño gráfico Eixu Estudioa (Gernika-Lumo), que participó con una charla dentro de ese programa, lo resume así: “Nos ofrecen la oportunidad de dar a conocer nuestro estudio y, por supuesto, también el espíritu ambicioso”. El manifiesto de Vértigo proclama que “el sector cultural y creativo, como el de la hostelería o cualquier otro, está compuesto por profesionales que tienen el mismo derecho a vivir dignamente de su trabajo”. Y, puntualiza Leyre, desde Espacio Artemisa, “hacemos una llamada a las instituciones ante la precariedad de su juventud y de los creadores locales”.
“Estamos todas fatal, cansadas mentalmente. Y por eso desarrollamos y llamamos Vértigo al programa actual. Vértigo promueve el empoderamiento de artistas jóvenes”. Amaia Naberan, del estudio de diseño gráfico Eixu Estudioa
Para Amaia Naberan, “la cercanía es la clave”, ofrecer la realidad entre iguales: “Ver a gente como tú luchando por algo que te mueve es muy inspirador”. Y, en este sentido, la diseñadora apunta también a la precariedad como uno de los puntos de partida desde los que repensar la cultura: “Hay mucho arte, pero pocas oportunidades. Se trata de dar eco a todo el arte que nos rodea, tenemos que ser capaces de nutrir al artista de recursos y opciones para que pueda progresar en su disciplina dejando de lado la precariedad cultural en la que vivimos”.
El futuro de la cultura en los barrios y pueblos no es alentador. “Nuestra idea es crear una red fuerte de artistas jóvenes donde apoyarnos de forma grupal”, indica Rubén, desde Portugalete. “Hacemos auténtica terapia de grupo dinamizada desde Espacio Artemisa”, interrumpe, riéndose, Leyre
Mediadoras de arte
Artoteka es una plataforma de mediación a través del préstamo de obras de arte contemporáneo. “La palabra mediación a veces es compleja. Por eso, añadimos que somos intermediarias entre el contexto del arte y la ciudadanía“, cuenta Laura Díez, una de las gestantes y gestoras de esta nueva propuesta al tratar de definirla. Si pagas 50 euros por trimestre, te llevas una obra de arte a casa y ellas corren con los gastos de seguro, transporte e instalación. “Del mismo modo que te suscribes a Netflix o Filmin, puedes apoyar así el arte contemporáneo”, apunta Laura.
“Del mismo modo que te suscribes a Netflix o Filmin, puedes apoyar así el arte contemporáneo”, apunta Laura.
La cosa no va solo de un simple alquiler de obras, en Artoteka van más allá. “El o la artista va a conocer quién va a cuidar de su obra. Y la persona usuaria va a poder saber más sobre su trabajo”, explica Laura. Se va a crear un vínculo, se van a acercar el arte y la realidad de los artistas. Además, en Artoteka también entienden el arte como “motor de transformación social”, pues tiene un componente educativo y “ofrece diversos puntos de vista sobre una realidad”. Arte contemporáneo en tu casa, durante tres meses. Arte ambulante. Una marcianada que se lleva practicando desde hace años en países vecinos como Francia. “En los pequeños pueblos franceses existe una red pública de arte a disposición de la gente para préstamos. Forma parte de la colección comprada por las instituciones. Nos gustaría que aquí, colecciones que están almacenadas, olvidadas, pudieran ofrecerse de la misma forma”, termina Laura.
Espacios físicos y virtuales
Uno de los pilares del trabajo de mediación que realizan desde Artoteka es la necesidad de buscarle a cada obra de arte un espacio propio en tu propia casa. Aunque el espacio online ha ido ganando peso entre los usuarios. Por ello, indica Laura Díez, la pantalla del ordenador o el móvil no ha quedado descuidada y puedes acceder a un cuidado expositor online para elegir la obra que luego dormirá contigo: “Reivindicamos lo digital, pero también el espacio físico y el encuentro. El lugar es importante porque no es lo mismo ver una obra en un museo que rodeada de tus objetos personales”. Y eso es por lo que apuesta Artoteka, porque debajo de los cuadros en los que han hecho de agente mediador, el usuario tenga sus cajones, vea su espejo, sus zapatos.
“Reivindicamos lo digital, pero también el espacio físico y el encuentro”, argumenta Laura Díez, de Artoteka
La artista Irati Urrestarazu gestiona, junto a Sahatsa Jauregi, también artista, Okela Sormen Lantegia. “Aunque es importante la red virtual, pues si no estás en la red, no existes, nuestras fuerzas están puestas en el espacio físico”, explica al hilo del valor de los lugares. “En 2013 cogimos este local, que estaba cerrado y abandonado, y estuvimos remodelándolo y arreglándolo durante seis meses”, dice Irati Urrestarazu respecto a Okela. Un tiempo que aprovecharon para desarrollar las ideas del proyecto: un espacio abierto al público, para aunar artistas de recorridos diferentes y siempre con el objetivo de la transmisión de conocimientos. Y, todo ello, con un espacio virtual que cobraba aún más sentido: “Nos apetecía crear una red, no solo social, también digital. No solamente un archivo de artistas sino un lugar actualizado que recoja cada momento artístico, de forma cuidada. Que sirviera de soporte para los que quisieran saber qué se ve en Okela”.
Artistas de andar por casa
La fotógrafa Uxue Martín ha participado varias veces en actividades de Espacio Artemisa. “Soy de Portugalete, he crecido aquí y creo aquí. Para mí, eso es muy importante, sentirme artista en mi pueblo”, dice Martín. También destaca las sinergias que se forman a raíz de los proyectos de Artemisa, la sinceridad y cercanía de los directores del proyecto, la visibilidad y el apoyo mutuo. Sus fotos son sus “encefalogramas”, cuenta Martín. Y tiene claro cuál es su sitio. “Espacio Artemisa es un lugar seguro para artistas. Nos apoyan, nos dan consejos, nos animan. Y nos dan un espacio para mostrarnos. Son capaces de hacernos ver que valemos y merecemos crear. Las iniciativas de Espacio Artemisa democratizan el arte. Hacen posible la contemplación del arte. Se desquitan del elitismo. Ese también es un gran trabajo. Sin proyectos como Artemisa, solo expondrían los privilegiados, los que tienen dinero e influencias. En Espacio Artemisa se crean sinergias de distintas disciplinas: música, escultura, educación artística… Y te enriquece, te ayuda a progresar”.
“Soy de Portugalete, he crecido aquí y creo aquí. Para mí, eso es muy importante, sentirme artista en mi pueblo”
También ha colaborado con Espacio Artemisa la diseñadora gráfica Amaia Naberan, de Eixu Estudioa, un estudio donde, reconoce, poseen “el arte de crear soluciones” desde, por ejemplo, la rotulación. Hay también activismo ahí, asegura Amaia, “en cualquier expresión artística”. E insiste en la importancia de tener dónde poder mostrar y compartir todas esas creaciones. “El arte muchas veces no encuentra el espacio que merece. Los proyectos como Artemisa nos ofrecen ese espacio seguro que hace falta para que los artistas jóvenes podamos exponer, expresarnos y nutrirnos. En Gernika-Lumo tenemos, también, el espacio Astra, que late con el movimiento ciudadano y está autogestionado por la comunidad que lo rodea”, añade la artista gernikesa.
Leyre, Rubén y Jon Ander han perdido dinero con el Espacio Artemisa, pero continúan apostando por Portugalete y sus vecinos. “Para mí el arte es una pregunta. Y el artivismo es eso: poner en cuestión todo”, concluye Leyre Martínez. Artoteka, biblioteca ambulante de arte, ha nacido en el peor momento. O, quizá, en el momento ideal para apostar por la reinvención “del acceso a la cultura”, como reivindican sus creadoras. Okela seguirá siendo un lugar donde probar, arriesgar, errar. Todos ellos, colectivos y espacios, físicos y virtuales, independientes, en números rojos, hacen posible otra forma de entender y disfrutar la cultura.