Peio H. Riaño: «La cultura, antes que la industria, es un movimiento social, político y humano»

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Peio H. Riaño (Madrid, 1975). Su biografía en Twitter es escueta, pero habla por sí sola: Cultura [política]”. Licenciado en Historia del Arte y Periodismo, Riaño es un gran conocedor de las redacciones de cultura de algunos de los principales medios españoles. Ha sido redactor jefe de cultura en Calle20, Público, El Confidencial y El Español. Actualmente trabaja en la sección cultural de El País, donde deja su seña de identidad en cada publicación. Los datos casi nunca faltan, como tampoco falla la perspectiva de género: “Muchas lectoras, pocas autoras, “Los hombres deciden en el 82% de las instituciones culturales”. Pero aquí no estamos para exponer sangrientas estadísticas, o tal vez sí; nos interesa la obra, nos interesa el autor. Y es que Riaño dice ser más que aliado un converso, aunque esta etiqueta se la vino a poner un Reverte enfurruñado. Hablamos de esto y de mucho más: Todo lleva carne (Caballo de Troya, 2008), las crónicas La otra Gioconda. El reflejo de un mito (Debate, 2013) y la reciente y casi que correctiva obra Las invisibles ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres? (Capitán Swing, 2020). Peio H. Riaño accede a esta entrevista a través de las pantallas, pero la tecnología a menudo falla y acaba siendo telefónica. “A mí me gusta mucho andar mientras hablo, los pensamientos fluyen con más facilidad…”, declara hacia el final un Riaño que agradece la llamada. Pase(e)n y lean.

Su descripción en Twitter es sugerente: “Cultura [política]”. ¿Cuál es el nexo de unión? ¿O es que es uno?

Creo que la cultura siempre es política, e incluso la política puede llegar a ser siempre cultura. Esa definición es una reivindicación que hago de la verdadera importancia que puede tener la cultura más allá de la industria cultural a la que normalmente atendemos y reducimos como cultura. La cultura, antes que la industria, es un movimiento social, político, humano y esa es la dimensión que más me interesa. Realmente quiero sacarla de ese ámbito de la promoción a la que el periodismo se somete en las páginas de cultura, cuestionar la gestión del dinero público, informar de cómo se invierte y descubrir el valor simbólico que tienen las políticas culturales de cada momento, porque más allá del hecho plástico hay un envoltorio histórico que tenemos que atender y que parece que nos cuesta mirarlo, asumirlo.

Los periodistas creemos que eso (la dimensión política de la cultura) no le interesa a la población, que debe ser un remanso de paz, una distracción, un entretenimiento y, sin embargo, la cultura forma parte de un contexto; ha nacido de unas condiciones y se dirige a una sociedad que actúa en ellas. La cultura no puede ser un hecho aislado y marginal de la política en la que está creada.


Estudió primero Historia de Arte y más tarde Periodismo. ¿Cómo fueron esos inicios?

Cursé Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, luego empecé a trabajar en periódicos y me enteré de un curso (conocido como Segundo grado) para una licenciatura de Periodismo en dos años en la Universidad Carlos III. Recuerdo que a los de la Complutense no nos dejaban entrar por una cosa burocrática estúpida. Decían que ya teníamos Periodismo en nuestra universidad y había cursado un año en la Complutense, pero me había parecido un horror y ver otros cinco años más invertidos en esos estudios que no eran tal, que se repetían una y otra vez, y que por más que se teorizara no era más que un oficio… Entonces escribí una queja al rector que era, por aquel entonces, Gregorio Peces-Barba y la atendió. Gracias a esa queja él dio la orden de que nosotros teníamos los mismos derechos que cualquier otro universitario a cursar los estudios de Periodismo en Segundo Grado en la Carlos III.

Tuve una clase y una generación con gente muy interesante. Veníamos de otros estudios, teníamos ya una formación y entonces todo resumido en dos años a mí me apetecía mucho. Es verdad que nosotros estábamos más maduros y las clases y los planteamientos eran críticos. Tuve allí a José María Calleja (periodista y escritor, 1955-2020) y, desde luego, él fue una de las personas capitales en mi formación crítica. De ahí, me imagino, todo este discurso de la cultura y la política. Con él aprendí a investigar y a tomar consciencia de las responsabilidades de un periodista que luego se vieron reforzadas con el 15M. Siempre había sido bastante activista político, pero había mantenido al margen mi responsabilidad política, no mi ideología, en el ámbito laboral. Creo que el periodismo es un servicio público y como tal se debe asumir una responsabilidad pública; eso quiere decir que siempre se tendrá que trabajar por el beneficio del interés común y no por el beneficio del interés propio. Compromete mucho tu salario, porque no tratas de hacer una información que agrada a nadie y eso te genera muchos inconvenientes y muchos enemigos, muchos intereses que no querrán que estés ahí.

¿Es por eso el paso por las secciones de cultura de tantos periódicos españoles?

Lo que ha primado en mi trabajo ha sido la información más que la promoción cultural. Eso creo que ha sido lo que más se ha valorado en todos los equipos que he ido montando. También coincide con el declive del periodismo y de los ingresos de la información. No soy más que un damnificado más entre los miles de la precariedad. Me hubiera gustado trabajar muchos años en el primer gran proyecto al que llegué (Público), pero se hundió a los cinco años. La cúpula no estaba a la altura de los periodistas que allí estábamos. Éramos muy jóvenes, teníamos muchas ganas y hacíamos las cosas muy bien, pero eso tenía un fin político y cuando dejó de interesar al dueño se cerró el periódico.

¿Con qué ojos ve el periodismo cultural actual?

Creo que cada vez hay un mayor interés por informar y no sólo por promocionar. Está bien que los periodistas que trabajamos en cultura queramos ser una sección que mira los Presupuestos Generales del Estado, que pregunta a los gobiernos. Lo otro es la guía del ocio que está muy bien inventada y las personas lo consumen, pero una sección de actualidad de cultura no creo que se tenga que dedicar única y exclusivamente a promocionar el producto cultural.

Que no sea sólo “el arte por el arte”.

Es industria por la industria. Tampoco estamos tratando con el arte, tratamos con un libro, con un estreno, con una película, un teatro, un concierto. Son proyectos culturales y hablamos de una novedad que acaba de lanzar el mercado. No es tanto el arte por el arte como el mercado por el mercado. Hace mucho que no hago entrevistas promocionales, prefiero leer un balance de cuentas que una novela a la hora de trabajar. En mi intimidad ya haré todo lo contrario, pero como trabajador de la información mi responsabilidad está más en la economía y en los números que en la imaginación.


Precisamente, Todo lleva carne (Caballo de Troya, 2008) viene con un aviso de lectura: “Imaginemos: el capitalismo es un tigre de cristal. Ha estallado en mil pedazos […] Con la capacidad de penetración de un Kaláshnikov. Sigamos imaginando: el estallido te pilla en medio de un paso de peatones. Todos los cristales encuentran luz verde. Puedes hacer dos cosas: Opción A: refugiarte en tu mundo interior. Opción B: llenarte la carne de sangre y esperar a que el semáforo se ponga en rojo. Imaginemos que eliges la opción B: lee este libro”. Este libro que fue publicado en pleno estallido de la crisis financiera Global de 2008 invita al lector a seguir imaginando para que la hipoteca no le aplaste.

De haberla, ¿imaginar es la salida?

Desde luego no es posible vivir sin imaginación y sin el rayo que no cesa, porque en ese caso nos convertiríamos en zombis. No sé si somos capaces de crear una salida con la imaginación, pero sí que somos capaces de construir el día a día con ella. A lo mejor que haya una salida es una falsa esperanza de llegar a algún lugar y mientras tanto seguir asumiendo dolencias y precariedades a la espera de que eso llegue. La salida es vivir dignamente cada día de tu vida y eso es muy difícil. Hay que esforzarse mucho, porque no te lo van a poner fácil. Sobre todo, si eres clase obrera vas a tener que esforzarte mucho más y que la clase obrera tenga mucha imaginación es muy importante porque pensará, tendrá recursos para que su dignidad no sea violada.

¿Cuán de actual es esta obra en tiempos de crisis sanitaria y, de algún modo, económica? Quiero decir, han pasado 13 años, pero ¿no estamos en las mismas?

Sí. Estos días me estoy acordando mucho de 2012 porque ese año fue muy similar a este: recortes, el paro, el desánimo… El ambiente era tan duro como el que estamos pasando estos días. Es un ciclo que lamentablemente parece que se vuelve a repetir. No me acostumbro la verdad, no me parece ni que entonces saliéramos más fuertes, ni que aprendiésemos recursos para seguir adelante. Tenemos las mismas carencias, somos igual de insuficientes y el periodismo tampoco se ha reforzado en absoluto en estos años. No ha habido un plan en España para ganar en autonomía.

De hecho, cada vez los medios son más dependientes y ello les hace extremadamente débiles ante la necesidad de los ingresos. Eso no favorece nada a la autonomía del periodista, quien tiene que estar muy bien respaldado por su empresa para poder trabajar en libertad. En el momento en el que eso no funciona el periodista deja de meterse en líos, de comprometerse y comprometer su salario porque es un trabajador y como tal no quiere perder su puesto de trabajo.

Todo lleva carne, su debut narrativo, está montando a partir de mails descontextualizados, poesías libres, archivos narrados en formato .jpg.

¿Qué le llevó a montar algo tan poco ortodoxo?

Ese libro está construido en un momento muy clave, justo cuando uno deja de ser adolescente: cuando tiene un hijo. Vivimos en un mundo fragmentario y creo que ese libro era un reflejo muy concreto y exacto de cómo recibo todos esos impactos a lo largo del día: tienes un e-mail, un libro, una serie, una conversación… Tienes una capacidad de fuente, comunicación y relación altísima. Es un flujo continuo de impactos y quería probar a conformar una persona hecha de relatos de muchos otros. De qué manera somos también lo que leemos, de qué manera nos convertimos en esas personas que no tienen nada que ver con nosotros, que no conocemos de nada, pero que de repente por el hecho de haber conocido sus vidas ya se han quedado en las nuestras y nos condicionan. Creo que es el fruto de una persona que lee muchas vidas ajenas y que quiere que todas esas vidas ajenas formen un ser que es el narrador, pero que podría ser el lector y que desde luego no es un único protagonista. Creo que al leer todos esos personajes tan dispares estamos hablando de un mismo personaje que es un hombre, una mujer contemporánea que ha vivido todas esas emociones, decisiones, frustraciones…

Es un relato muy personal, autobiográfico creo, aunque hable poco de mí. La mayoría de las historias están inventadas o si no están contadas de otra manera a como sucedieron. La verdad es que fue un experimento raro, no podía ser otra cosa. Es una primera obra literaria y como tal tiene que ser caníbal, destructiva y vehemente. Por eso ahora mismo sólo leo primeras novelas.

¿Sólo lee Caballo de Troya?

[Risas]. No sólo. Ya hay muchas otras editoriales que hacen los mismo que Caballo de Troya, pero es verdad que el trabajo de este año de Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez (editores) ha sido excelente. Quería leérmelo todo. Creo que una primera novela no tiene que esperar nada, tiene que entender que sólo tiene una oportunidad, aunque no vuelva a escribir luego nunca más. Una primera novela tiene que aspirar a todo. Intentar construir como si no hubiera nada detrás de él, aunque evidentemente haya millones de palabras y de lecturas.


Pero usted siguió escribiendo. En La otra Gioconda. Reflejo de un mito (Debate, 2013) comprendió que un museo es un espejismo, y una “construcción ilusionista en el que nada es inocente ni existe la casualidad”.

La otra Gioconda es un homenaje al Prado. Un homenaje a los funcionarios y funcionarias que hacen del Prado un lugar de ciencia y de historia, de amor, cuidado y conservación. Pero, sí, también es un lugar del ilusionismo y de cómo todos esos funcionarios trabajan para que esa ilusión no se estropee. Esa ilusión está construida a partir de unas cuestiones políticas innegables e inherentes. Un museo no es un hecho natural, es un hecho cultural y como tal, volvemos a la primera pregunta, un hecho político. Eso quiere decir que no es un lugar de ciencias neutrales.

La neutralidad no existe. Se puede aspirar a ella, pero cada gesto está condicionado. Hay que asumirlo, aceptarlo y entender que esos gestos, más allá de si son buenos o malos, son los nuestros y son los que nos definirán como sociedad. Si lo valoráramos y aceptáramos, el museo sería mucho más honesto y entendería que tiene que ser un reflejo de la sociedad a la que se dirige. Eso quiere decir que debería estar alineado ideológicamente con la sociedad que les representa y en la que actúan, la sociedad que les paga y protege. No puede ser que un museo esté trabajando con preceptos ideológicos del siglo XIX en el siglo XXI. Es una aberración. Eso provocará que los Presupuestos Generales del Estado, tus ayudas, subvenciones, etc. sean cada vez menores porque serás un elemento que no importe en la sociedad y correrás el peligro de desaparecer. Además, han creado un falso debate llamado presentismo que no es tal. La historia avanza precisamente por las dudas que el presente tiene sobre sí mismo y mira para atrás buscando solución. La historia es un anclaje donde uno encuentra respuestas a sus preguntas y eso es lo que hace evolucionar la ciencia de la historia. Uno revisa y reconstruye el pasado desde el presente, como no puede ser de otra manera. Todas las sociedades y todas las comunidades tienen derecho a construir la suya. Carl Marx decía que el hombre moldea su propia historia y también que no lo hacen a su gusto, porque están en circunstancias que no han elegido ellos mismos. Culturalmente formamos parte de una comunidad y esa historia es la que no podemos modificar, pero sí podemos hacernos a nosotros mismos y podemos elegir a nuestros referentes. No podemos pensar que actuando desde el siglo XIX el museo será más correcto científicamente.

¿Cómo defenderse entonces  de ese: “No se puede mirar el pasado con los ojos del presente”?

Eso es una chorrada muy grande. Sí que sabía cuando escribí Las invisibles que esta era la crítica que se iba a hacer, sobre todo, por parte de la extrema derecha. Es un libro escrito para decir que eso es una gilipollez. No podemos mirar con otros ojos que no sean los del presente porque nosotros miramos desde nuestros días y si tenemos delante un feminicidio decimos feminicidio, porque somos una sociedad soberana que ha construido entre otras cosas su propio diccionario. Si hay una señora que está siendo rajada por la espalda, arrancado su corazón y arrojado a unos mástiles para que se la coman por haber dicho “no” a un hombre, eso es un feminicidio (alusión al cuadro “Escenas de La historia de Nastagio degli Onesti” de Sandro Botticelli). Se utilizó en el Renacimiento, primero por Boccaccio y luego por Botticelli para convertirlo en un regalo de bodas de un matrimonio de conveniencia: para que aprendieran las mujeres que esto es lo que les iba a ocurrir si rechazaban a los hombres. ¿Por qué el museo no me está diciendo que esto es una violación?, ¿por qué está escondiendo esa información?, ¿por qué la oculta? La esencia no se ha movido ni un milímetro. No hemos evolucionado nada porque los hombres seguimos matando a mujeres.

Ni siquiera creo que estemos mirando el pasado con ojos del presente. Es otro nuevo falso debate que se construye para que no nos preguntemos por ciertas cuestiones, que básicamente son preguntas que tiran abajo todo lo construido en el pasado y el canon, pero es que tenemos la capacidad, el derecho y la obligación de tumbarlo abajo y volverlo a montar. Quiero que la Historia del Arte que se produzca ahora sea un reflejo de nuestra sociedad. No se trata de tergiversar, de destruir obra. La Historia del Arte lleva interpretando y lanzando hipótesis desde que es tal. ¿Por qué tenemos ahora este complejo de mirar atrás de nuestros cánones ideológicos?


Esto defendió entonces en La otra Gioconda y ahora en Las invisibles. ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres? (Capitán Swing, 2020). La clave está en la cartela porque la clave está en el relato.

Un museo es un relato, una narración. No es un álbum de cromos, aunque todos lo sean a día de hoy. Es algo más ambicioso que eso. Un museo debería de ser una propuesta ideológica para estar en el mundo y una propuesta ideológica está condicionada por el tratamiento, el punto de vista en el que se quiera colocar la dirección del museo. La cartela es la mínima expresión de comunicación entre el museo y la sociedad, luego están las audioguías, los catálogos y, sobre todo, la página web. Todo configura un aparato ideológico de suma importancia porque es desde donde el museo se dirige a la ciudadanía. Hay un ejemplo bien claro: la cartela de “El Cid” de Rosa Bonheur está reescrita desde hace un año y medio por una persona que es sensible a la sociedad contemporánea y las cartelas de Las invitadas no tienen nada que ver con las de la permanente. Ahora mismo el museo está haciendo registros completamente enfrentados y antagónicos.

Parece que Las invisibles funciona de manera correctiva. Como venimos hablando, el Museo del Prado ha presentado este octubre la exposición temporal Las invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España.

¿Qué le sugiere esta exposición? ¿Es el principio de un cambio?

No creo que el Prado haya hecho un mea culpa. La exposición temporal de Las Invitadas no es una autocrítica, ni aparece mencionado el Prado como rodillo de destrucción de las mujeres. Esto era la culminación de esa exclusión. Ellos se han lavado las manos y ahí no asumen ninguna responsabilidad. Cuando pase Las invitadas habrá otra exposición y ya todos nos habremos olvidado de todo lo que pudo ser y volverá el orden y la tranquilidad al Prado después de una tormenta y una agitación a la que no están acostumbrados, porque por primera vez han entrado en el siglo XXI, han tocado asuntos que nos interpelan, y en breve volverán a las mitologías, a esos asuntos artísticos que nada tiene que ver con nosotros; a la pincelada y no a la política.

El título de la exposición es polémico

A mí nunca me ha parecido malo. Es cierto que he echado de menos en la exposición un poco de autocrítica para que ese título fuera completamente redondo. La duda que tengo es: ¿Invitadas en dónde? A la mujer se la llama invitada, pero en la exposición no se dice que sea una invitada al Prado y esa expresión hace referencia a un lugar, pero en la exposición de lo único que se habla es de la academia. Creo que ese título debería comprometer más al museo. “Hemos estado doscientos años excluyendo a la mujer y desde hoy queremos ser la institución que las proteja, represente y reconozca”. ¿Eso pasa a día de hoy? No ¿Va a pasar? No va a pasar. ¿Cuánto tiempo van a tardar en reconducir esto? No lo sé, pero unos cuantos vamos a salir escaldados en el trayecto y unas cuentas, sobre todo, vosotras. Seguirá el museo sin saldar esa deuda, sin reconocer, sin proteger… En fin, eso, sin invitar.


Indudablemente se aprecia una perspectiva de género ya no sólo en Las invisibles, sino que también en las publicaciones semanales que hace para El País. Dice que Reverte le llamó converso y dio en el clavo.

¿Cómo se da ese proceso de conversión? Supongo que la deconstrucción nunca es fácil.

Creo que tiene que ver con vuestra mirada. Aprendo de mujeres que me dicen “está pasando esto”. Soy fruto del machismo, del patriarcado y de todos los privilegios que ello conlleva. Por mí mismo no me puedo dar cuenta de todo esto. Desde hace ya bastantes años trato la información desde ese punto de vista porque es un punto de vista social y político muy importante que tenemos que tener en cuenta. No por atender la desigualdad estamos tergiversando la historia, sino que retratándola. Si hay un informe que dice que las instituciones culturales en España son absolutamente machistas, pues esos somos nosotros.

Lo que para Pérez Reverte era un insulto -porque él no quiere dejar de ser machista, yo sí-, para mí fue darme una señal. Una señal de lo que realmente quiero ser. No quiero ser un aliado, no creo que me necesitéis, si acaso para desprenderme de mis privilegios o compartirlos. Lo que quiero es dejar de ser machista y es un trabajo de todos los días. No por escribir un libro de crítica feminista de un museo voy a haber dejado de ser machista. Sigo siendo un machista.

Así es el proceso de la deconstrucción.

Culturalmente somos fruto de un patriarcado muy arrollador, devastador, violento y agresivo. Podría haberme quedado de brazos cruzados, estar a gusto y tranquilo con mi forma de ser. No he dejado de ser machista, pero sí es verdad que soy mucho menos machista de lo que era hace años, porque entre otras cosas he intervenido directamente sobre mi formación. Nadie me formó desde una mirada de género y ahora ya la tengo, continuamente y no me la puedo quitar porque no quiero. Todavía no tenemos una palabra para definir al hombre que ha dejado de ser por completo machista y es que a lo mejor no existe eso.


Sigamos con temas de candente actualidad. “La industria editorial es presa de los premios turbios”, deja dicho en El País. Es casi inevitable hacer alusión al premio EspasaEsPoesía otorgado al enigmático Rafael Cabaliere.

¿De qué manera esta praxis economicista perjudica al mundo literario?

Fíjate, no sé si lo perjudica. Tampoco es el mundo literario, es el mundo de la industria literaria. Este mundo necesita que se compren libros, sobre todo, en un país que no es lector. Si para ello creas un reclamo, pues bienvenido sea. El problema es tergiversar la realidad y hacer creer al consumidor con publicidad engañosa que ese producto es impecable. Creo que la industria debería quitarse estas cosas de los jurados y ser mucho más clara en su juego. No necesitan más legitimación que las ventas. Hoy por hoy, ¿qué es el criterio? No es nada comparado con la montaña de seguidores que tiene este señor (Rafael Cabaliere). El problema que tiene la industria es que genera un producto con un aura de imparcialidad que es falso y que no necesita. Quien busca esa imparcialidad y esa credibilidad es el lector que sabe que un premio no lo tiene.

En realidad, no sé hasta qué punto le puede afectar para mal al mundo literario. Esto lleva mucho dinero a las librerías y eso quiere decir que las librerías tendrán dinero para comprar más libros que sean difíciles de vender. Cuanto más dinero haya en una librería, más beneficia a la diversidad. Al mundo creativo, que haya un señor que se llama Rafael Cabaliere que hace lo que hace no le afecta lo más mínimo. Habrá editoriales que quieran su Rafael Cabaliere y habrá editoriales que sigan publicando poesía de Louise Glück. No pone en peligro nada, lo único que hace es jugar con la verdad y como tal los periodistas tenemos que denunciarlo.

Volvamos al punto de partida: cultura [política]. Asociaciones profesionales de la cultura firman un manifiesto en el que denuncian que la delegada del Área de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, Andrea Levy (PP), les resta autonomía.  Días antes, la consejera de Cultura y Turismo de la Comunidad, Marta Rivera de la Cruz (Cs), pone su nombre en el programa diseñado para ‘La noche de los libros’ sin citar su cargo político.

¿Qué opinión le merece la gestión cultural actual de la cultura madrileña y de la Comunidad de Madrid?

Un político tiene que asumir que tiene que ser un ser invisible y esto parece imposible en la misma esencia del político. El buen gestor de lo público es eso: un mero gestor que desaparece, no politiza, que no quiere protagonismo, no quiere foco. Volvemos a que para justificar su salario, su posición, su presencia, el político quiere salir en las fotos, los titulares, que todo dependa de él. El político quiere llevarse todos los aplausos y todos los premios, quiere ser reconocido, convertirse en una persona esencial, trascendental, una persona sin la cual la cultura no podría existir y eso es absolutamente irreal. La cultura puede existir perfectamente sin ellos. Ese es el panorama que tenemos en Madrid, de una violencia, agresividad e injerencia como hacía mucho tiempo que no habíamos visto.

Cultura [política]