Coral Herrera (Madrid, 1977), doctora en Humanidades y Comunicación Audiovisual, es experta en teoría de género. El tema principal de su obra es la crítica al amor romántico. Esa cosa que nos tiene fritito el cerebro. Defiende que el romanticismo es producto del patriarcado y que juega un papel determinante en la construcción binaria y jerárquica de la desigualdad de género. También que el sufrir por amor es un privilegio burgués. En su trabajo reivindica diferentes maneras de entender y experimentar el amor que son más liberadoras y satisfactorias que las tradicionales. Ha publicado varios libros al respecto en España: Cómo disfrutar del amor (Ediciones B), Mujeres que ya no sufren por amor, Hombres que ya no sufren por amor o Dueña de mi amor (los tres en Catarata). Coral Herrera colabora en medios como Pikara Magazine y Mente Sana y coordina el Laboratorio del Amor. Esta comunidad virtual de mujeres estudia y trabaja bajo los lemas de que “lo romántico es político” y “otras formas de quererse son posibles”. Conversamos con ella sobre esa cosa que nos tiene fritito el cerebro. Desfriamos.
En Mujeres que ya no sufren por amor. Transformando el mito romántico (Catarata, 2018) habla de la necesidad de realizar una revolución amorosa desde los feminismos, ya que nuestra forma de amar en occidente es “patriarcal y capitalista”.
¿En qué se basa esta revolución? ¿Cuán necesaria es?
El amor de la misma manera que se construye se puede deconstruir, reinventar, transformar. El reto que tenemos por delante es despatriarcalizar el amor y el mundo de los sentimientos y emociones, igual que estamos despatriarcalizando la ciencia, la religión, las leyes, la cultura, la economía, los deportes y todas las áreas de nuestra vida. El objetivo de la revolución amorosa es eliminar el sufrimiento, las luchas de poder y la estructura de la explotación, dominación y sumisión para poder construir relaciones que nos permitan disfrutar de la vida y no sufrir tanto. La propuesta es eliminar de la ecuación del amor el sufrimiento como una parte indispensable. En su lugar, deberíamos poner en el centro de la vida los cuidados y la construcción de relaciones igualitarias.
Es muy importante construir una ética amorosa que nos permita relacionarnos, no desde el interés y el egoísmo, sino desde la idea del bien común, de cómo podemos aportar nosotros a la construcción de un mundo mejor. La transformación de nuestras relaciones implicaría una transformación de nuestra forma de organizarnos económica y políticamente y por eso creo que al cambiar nuestras relaciones estamos contribuyendo también al cambio de nuestra sociedad.
¿Cuáles son los principales mitos románticos que las mujeres debemos superar?
Es muy importante entender que el amor romántico no es la solución a nuestros problemas ni es la salvación. De alguna manera las mujeres nos hemos creído que ahí es donde está la solución y creo que sólo podremos cambiar y mejorar nuestras vidas si entendemos que el amor está en todas partes y no sólo en la pareja. Hay que destronar la pareja romántica como la forma suprema y más pura de amor. Muchas mujeres creen que es en el seno de la pareja donde encuentran el amor cuando muchas veces las relaciones de pareja no están basadas en el amor, sino en la dominación y explotación.
Hay que ser conscientes de que el amor hay que cuidarlo, nutrirlo y que es muy difícil quererse con las estructuras de relación que tenemos. Hay que desmitificar el amor porque ahora mismo nos lo presentan como una fuente de felicidad, como un paraíso al que llegar y la mayor parte de las promesas del amor son falsas. Basta con echar un vistazo dentro de las estadísticas que nos hablan de la violencia dentro de la pareja, las violaciones dentro del matrimonio, de los índices de homicidio (135 mujeres asesinadas cada día en nuestro planeta a manos de hombres que dicen amarlas y quererlas).
“Las ideas evolucionan a toda prisa, pero las emociones avanzan lentamente y no podemos cambiar en dos semanas nuestra forma de sentir”, reconoce. Es decir, la teoría la sabemos de carrerilla, ¡pero ay, la práctica!
¿Cómo no desesperarse en el camino?
Es difícil llevar la teoría a la práctica, pero no imposible. “La utopía es un camino”, decía Eduardo Galeano, y tenemos que caminar hacia ella. Las emociones que sentimos ahora son iguales que las de los primeros homo sapiens y en siglos de civilización no hemos aprendido a manejar esas emociones.
La clave está en ver cómo podemos hacer para que nuestras emociones no sean destructoras: no nos destrocen la vida y no se la destrocen a los demás, sabiendo que todas las emociones son legítimas, pero que no se pueden usar en beneficio propio ni para dañar a los demás. Es cuestión de construir una ética de los amores, de los afectos y una toma de conciencia muy importante. Si lo primero es la toma de conciencia, lo segundo es debatir mucho y ser capaces de poner en común la construcción de un sistema emocional que esté dirigido al bien común.
En Dueña de mi amor (Catarata, 2020), cuentas “verdades: Nos pasamos la primera mitad de nuestra vida leyendo novelas románticas y consumiendo mitos en forma de películas y cuando ya somos yonquis del amor, nos toca pasar la segunda mitad leyendo sobre feminismo y yendo a terapia para curarnos de los mitos románticos y librarnos de la droga”. Para Pauline Harmange en Hombres, los odio (Paidós, 2020), “las mujeres estamos en un proceso de actualización permanente”, mientras que ellos, no.
¿Nos encontramos en latitudes diferentes?
Sí. Nos encontramos en latitudes diferentes hasta el punto de hablar idiomas distintos. A los hombres les cuesta mucho más hablar de sí mismos, de sus sentimientos y emociones; de cómo se sienten. Para nosotras el lenguaje de los sentimientos, de los afectos, el analizarnos a nosotras mismas es algo que entrenamos desde pequeñas. Tenemos mayor capacidad de profundizar en nuestros abismos interiores porque hemos sido socializadas para poder compartir lo que nos pasa y sobrevivir en un mundo en el que cada vez el sufrimiento es más del tipo mental y emocional.
Nosotras estamos haciendo mucha autocrítica amorosa para liberarnos de los patriarcados que nos habitan. Ellos apenas están empezando y son aún una minoría los hombres preocupados por sus privilegios. Esta desventaja claro que impacta en la forma en la que nos relacionamos los hombres y las mujeres, porque llega un punto en el que los hombres no nos entienden absolutamente nada y además les cuesta mucho poner a trabajarse lo suyo y tomar conciencia de lo colectivo; de su papel como hombre dentro del sexo masculino. Es necesaria una reflexión individual y colectiva, y los hombres todavía no lo hacen porque no lo necesitan. Hay que cambiar las condiciones para que los hombres tengan que ponerse a ello: no meternos en relaciones con tipos que no saben relacionarse horizontalmente, que no saben compartir las tareas, que no asumen sus responsabilidades y obligaciones dentro del hogar y en el ámbito de los cuidados, etc.
“El amor es una especie de religión posmoderna y tiene muchas cosas en común con la religión cristiana”, dice en La construcción sociocultural del amor romántico (2011). En una de las últimas novelas publicadas en España (El fin del amor de Tamara Tenenbaum, Seix Barral), la autora escribe que la religión de las “chicas laicas” era “el amor”.
¿Cuáles son esas similitudes entre religión y amor romántico?
Muchas mujeres la primera de las figuras de referencia que tienen es Jesucristo y se relacionan con él de rodillas y mirando de abajo arriba. Así es como nos relacionamos con el resto de los hombres: desde una posición de sufrimiento, sumisión, subordinación, entrega, sacrificio, renuncia. El amor romántico tiene sus heroínas y sus héroes, sus mártires, sus mandamientos con respecto a cómo debe ser el amor, cómo debemos amarnos, qué es lo normal y qué es lo natural en una relación. A través del amor romántico asumimos todos los estereotipos de género.
Hemos asumido muchos valores cristianos que se han impregnado en nuestra cultura amorosa como, por ejemplo, la culpa de las mujeres; culpables de la violencia y el trato que recibimos. O la redención; pensando que el amor puede curar al alcohólico y al drogadicto, puede convertir a un hombre promiscuo y mentiroso en un hombre honesto y monógamo. También está el tema del paraíso romántico, que es igual que el paraíso de la religión cristiana donde nos prometen que seremos felices para siempre. Tenemos la misma fe en que nos salve la vida el amor romántico a que nos la salve dios. Los hombres en el amor romántico son los dioses y nosotras somos las fieles. La apuesta es romper con estas posiciones de sumisión para poder relacionarnos de tú a tú sin las jerarquías que marca la iglesia católica y que nos pone a nosotras de rodillas.
Como venimos hablando y expone en su obra, la mayor parte de los problemas emocionales tienen que ver con el sufrimiento que nos causa la falta de amor en un mundo cada vez más individualista y deshumanizado.
¿Qué relación guarda el poner los cuidados en el centro con la necesidad de una renta básica universal?
Es la única manera de que las mujeres podamos, por ejemplo, divorciarnos. Ahora mismo tenemos derecho a divorciarnos en muchos países del mundo, pero es un derecho que no podemos ejercer porque no tenemos independencia económica. Los ingresos son los que nos dan autonomía, y la autonomía, lo que nos permite decidir. Para muchas mujeres el divorcio es un auténtico lujo que no se pueden permitir porque los salarios no dan para vivir.
La renta básica sería, hoy por hoy, un instrumento para amortiguar o eliminar la pobreza femenina y que nos haría más libres frente a la depredación del capitalismo que no sólo comercia con nuestro cuerpo y nuestra sexualidad, sino que también se dedica ahora a comprar y vender nuestros bebés. Antes nos lo robaban y ahora nos dan unas monedas. La explotación sexual y reproductiva de las mujeres se acabaría con una renta básica, porque no estamos hablando de una renta mínima, sino de una renta básica que permita una vida digna. Acabaríamos también con la explotación del mercado laboral que nos tiene trabajando por tres o cuatro euros la hora en España. Podríamos también combatir la prostitución y la trata, porque al final una mujer con un salario digno no tendría por qué prostituirse y entonces ahí sí que veríamos si es una libre elección como promulgan algunas corrientes.
Hablar de cuidados es hablar de tiempo(s); para cuidarse uno, para cuidar al otro. El tiempo es necesario para construir lazos, pero no nos queda mucho cuando acaba la jornada laboral o de estudio. Usted resalta que las mujeres tienen aún menos tiempo.
¿Por qué en las sociedades contemporáneas resulta tan complejo administrar los tiempos?
Más que resulte complejo administrar los tiempos, es que no tenemos tiempo para cuidar a toda la gente a la que queremos, a nuestros familiares más cercanos. No hay tiempo. El ritmo de producción que nos exigen para tener unos ingresos mínimos es demencial. No es un tema de manejar nosotros la gestión del tiempo sino más bien de que el tiempo que le dedicamos a trabajar y a desplazarnos al trabajo nos roba todo el día y toda la energía. El resto son tres o cuatro horas para cocinar y poco más. El capitalismo no nos deja tiempo para más; nos quita tiempo para cuidarnos y para disfrutar de la vida, que también es una forma de cuidarse.
En su último libro concluye que la sociedad organizada «de dos en dos» no empuja al cambio social y político; reivindica una red no sólo de solidaridad sino de crianza y cuidados. Su propuesta es clara: «La única solución para vivir el amor de pareja sin caer en la trampa romántica es convertir a los amados en amantes […] Seríamos más felices sin convivir con los hombres, sin formar hogar con ellos».
¿Por qué se antoja este camino el más sano? ¿Qué es el amor compañero?
Seríamos más felices sin convivir con los hombres, que ellos fueran nuestros amantes, divertirnos con ellos, pero no ponernos de criadas a mantener a los hombres, a cuidarles y a entregarles toneladas de horas de trabajo gratis y de energía. Creo que sin tener que lavarles los calzoncillos y sin tener que atenderles como sirvientas, tendríamos relaciones más igualitarias y bonitas basadas únicamente en el disfrute de estar juntos un ratito cuando se pueda.
El amor compañero es aquel en el que te puedes relacionar en una estructura de igualdad, compañerismo, solidaridad, de apoyo mutuo, de trabajo en equipo. Lo veo como una utopía personal pero también colectiva que nos puede llevar a elaborar las herramientas que necesitamos para aprender a querernos bien, más y mejor. Hoy en día es muy difícil crear amores compañeros porque los hombres no nos tratan como compañeras, no saben relacionarse en igualdad con nosotras, pero creo que entre nosotras sí sabemos, así que hay que construir amores compañeros con quien se pueda.
Para finalizar, hablemos de los finales: “Disfrutar del amor es un arte que requiere de entrenamiento”, pero no menos que el que requiere separarse de la persona amada y decir adiós, explica. Este enero llegaron a las librerías españolas dos libros que llevan por título El fin del amor (de Tamara Tenenbaum y Eva Illouz).
¿Es el fin? ¿Es el principio?
Sobre el final de los amores, es fundamental que nos enseñen a separarnos con amor, a querernos cuando nos estamos separando; que entendamos que el amor no es para siempre, que hay formas de separarse amorosamente, de decirse adiós sin tantísimo dolor. No sabemos decir adiós ni a la gente que se nos muere ni a la gente que quiere salir de nuestras vidas o permanecer en otro plano dentro de ellas y es fundamental que nos enseñen a despedirnos. En ocasiones, formamos unas guerras tan crueles y violentas entorno a los divorcios, que el sufrimiento psíquico y emocional es totalmente desproporcionado. Al final, de lo que se trata es de que la vida tenga menos sufrimiento y más disfrute; que podamos ser más felices todos y todas, teniendo en cuenta que la felicidad es un asunto político y que sólo entendiendo la felicidad como algo colectivo, podremos llevar todos y todas una buena vida.
Por eso es tan importante el tema del amor romántico: porque las mujeres nos merecemos una buena vida. Tenemos derecho al placer, al goce, al disfrute y nadie nos lo va a regalar. Tenemos que luchar por ese derecho, porque nos han hecho creer que no nos merecemos nada más que sufrir y pasarlo mal. La clave está en darnos cuenta de que el amor está en todas partes: estamos rodeadas de amor. El amor de pareja no es el único y cuando se acaba no es el fin del mundo, sino más bien el principio de una etapa de tu vida. Es algo muy hermoso pensar que podemos vivir varias vidas en una y que de alguna manera van a estar marcadas por la gente que habita esas etapas junto a nosotras. Cada etapa con sus historias, experiencias, aprendizajes y afectos.