El pasado sábado Trump publicó unos tweets en los que invitaba a miembros de la Cámara de Representantes a volver a “sus países de origen” si no les gustaba los Estados Unidos de América, EUA. Se dirigía indudablemente a Ayanna Pressley, Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib y Omar, cuatro demócratas conocidas también como “el escuadrón”, sobrenombre por el que las llama el mismo presidente. Tres de ellas llegaron a nacer en “el país del Tío Sam” y, sin embargo, se las quiere echar de su propia casa. Trump, en un innecesario intento de reafirmarse, ha vuelto a la carga, especialmente contra Ilhan Omar.
Dentro de su lógica ilógica está claro que ella es el punto blanco. Nacida en Somalia en 1981 dejó su país tras el inicio de la guerra civil en 1991 y, después de pasar unos años hacinada junto a su familia en un campo de refugiados en Kenya, decidieron emigrar a Estados Unidos. En la actualidad, Omar es una de las dos únicas mujeres musulmanas que ocupan el Congreso y poco después de su elección luchó para tratar de revocar la norma que prohibía desde hacía 181 años el uso del velo en la Cámara Baja, lo que tras conseguirlo le permitió vestir su habitual hijab cuando prestó juramento al cargo.
Poco deberíamos extrañarnos a estas alturas de las intervenciones del presidente de una de las mayores potencias mundiales, no por ello hemos de caer en él “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”. Y no hemos de hacerlo porque Trump no está solo. En el mitin que tuvo lugar en Carolina del Norte el pasado miércoles el presidente comenzó los ataques contra Omar, no olvidemos que fue la muchedumbre que le vitoreaba la que acabó gritando con gran exaltación “send her back” (envíala de vuelta). Por ello, debemos dejar constancia de que ellas tampoco están solas ante los señalados ataques racistas.
¿Enviémoslas de vuelta? ¿A dónde? Estas mujeres son igual de estadounidenses que aquellos a los que se les llena la boca intentando deshacerse de ellas. Además, en un mundo globalizado como es en el que vivimos las nacionalidades ya no entienden de raza, color, religión ni etnia. Nuestras sociedades y naciones se caracterizan por su diversidad y por tener una alta movilidad de personas. No acabemos con aquello que nos hace ricos.
Pero claro, quizá el problema ya no esté en poseer o no la nacionalidad, sino en el querer a tu país por encima de todo en el mundo. El lema “USA, if you don´t love it get out” (EUA, si no lo amas, fuera) está comenzando a proliferar. Entonces, ¿Qué es amar? ¿Amar es hablar por hablar? ¿Amar es querer expulsar a cuatro políticas sin razonamiento alguno? ¿Amar es no querer abrir las puertas a los inmigrantes? ¿Amar es pensar solo en ti y para ti? De ser así deberíamos repensar qué es amar y en qué términos amamos, ya sea a una persona o una nación. Tal vez la tensión política estadounidense vaya más allá y estribe en las muchas y diversas maneras de concebir el amor; algo más complejo de lo que parece. Quede dicho que lo importante no es amar más, sino amar mejor.