Myanmar: radiografía de un golpe de estado anunciado

Myanmar

Las protestas se han saldado este fin de semana con las tres primeras muertes desde su inicio, algo que ha conmocionado al país y pone más presión sobre los militares golpistas

Como suele ser habitual con los países empobrecidos, las únicas noticias que arriban a los tabloides occidentales suelen ser escasas y, por lo general, malas. Y en este caso no es diferente. Hace tres semanas el ejército de Myanmar dio un golpe de Estado, arrestando en su domicilio a Aung San Suu Kyi, la actual presidenta de facto, colaboracionista con el genocidio rohingya y, paradójicamente, ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1991, y a otros miembros del Gobierno de la Liga Nacional para la Democracia (LND).

El general Min Aung Hliang, al mando de las fuerzas armadas, encabeza desde el 2 de febrero el nuevo Consejo Administrativo del Estado, una camarilla militar compuesta por 11 personas y que, en teoría, pretende estabilizar el país para celebrar dentro de un año unas nuevas elecciones “democráticas”.

Myanmar, convulso lugar

Hasta este punto, el relato puede identificarse con cualquier otro momento de la convulsa historia de Myanmar, que se ha visto determinada, tras la ocupación colonial británica, por un intento de socialismo que desembocó en una larga dictadura militar y, desde 2010, con una paulatina apertura que ha generado numerosas fricciones entre gobierno y ejército por cómo llevar a cabo las medidas de reforma política que el país necesitaba para aliviar las duras sanciones internacionales, restricciones a la inversión y la ayuda humanitaria que pesaban sobre el mismo. 

Sin embargo, esta vez algo sí ha sido diferente. Tras el levantamiento militar, la población ha mostrado en numerosas manifestaciones, que continúan hasta hoy, su descontento con las prácticas mafiosas y autoritarias del ejército que no acepta los malos resultados en las elecciones celebradas el pasado 8 de noviembre. De hecho, la Assistance Association for Political Prisioners (AAPP) ha notificado mediante fotografías y vídeos 325 manifestaciones pacíficas en municipios de todo el territorio, en las que ya se han registrado tres manifestantes asesinados por la policía.

Control y gobierno

La nueva generación de jóvenes birmanos, móvil y Facebook en mano, evidencian la insalvable brecha generacional que se atisba entre ellos y las personas al mando, de avanzada edad y con métodos ya obsoletos para controlar unas protestas que se organizan y coordinan en red.

Myanmar nunca ha sido un lugar fácil donde gobernar. Más allá de la clásica dicotomía entre dictadura o democracia, en este país asiático de más de 55 millones de habitantes, la variable que más protagonismo capta en el escenario político es la étnica, con 135 grupos reconocidos por el gobierno, alrededor de 100 lenguas practicadas y los conflictos que surgen entre las etnias budistas dominantes y las denigradas comunidades musulmanas, como la rohingya. Por ello, para entender correctamente las actuales protestas es necesario realizar una amplia radiografía de las cuestiones del país. 

¿Cómo se ha llegado hasta aquí?

Aung San, padre de la actual líder Aung San Su Kyi, lideró el movimiento por la independencia birmana de las garras del imperialismo británico. Con su idea de la vía birmana al socialismo, una mezcolanza de nacionalismo y la transformación hacia un estado budista, logró aunar a la mayoría de las etnias del país para tomar el poder. Sin embargo, poco después de proclamarse ganador de las elecciones en 1947, fue brutalmente asesinado junto a parte de su gabinete. Desde entonces es considerado por la población como mártir y padre de la nación, a la que le dejó una herencia doble: por un lado, el Tatmadaw o Fuerzas Armadas de Birmania y, por otro, su hija, la ya conocida Aung San Su Kyi. 

Inestabilidad

Esos primeros años de independencia se vieron sumidos en una alta inestabilidad social y política en el marco de una república socialista de partido único dirigida por los militares del Partido del Programa Socialista de Birmania y su líder, Ne Win. El fuerte aislamiento del país y las malas condiciones de vida de sus ciudadanos llevaron en 1988 a un levantamiento popular que puso en jaque al gobierno socialista, ocasión que supo aprovechar la facción más reaccionaria del ejército para dar un golpe de Estado y hacerse con el control.

Fue en este contexto de protestas en el que Aung San Suu Kyi se erigió por primera vez como líder política del país, una mujer que había vivido gran parte de su vida en el extranjero, concretamente en el Reino Unido, donde se casó con un inglés y tuvo descendencia. Pero su “heroico” regreso al país, sacrificando su cómoda vida en occidente, y el aura de grandeza que le transfiere todavía la figura de su padre, la convirtieron inevitablemente en la cabeza del movimiento contra el ejército. Este último, por miedo a los levantamientos decidió mantenerla bajo arresto domiciliario durante más de 20 años, periodo en el que Aung San Su Kyi recibió el Premio Nobel de la Paz.

PRESIÓN FINANCIERA

Fue en 2010 cuando las tornas comenzaron a girar. La gran presión financiera que sufría el país por las sanciones internacionales que se le habían interpuesto, incluyendo a varios miembros de la junta militar en las listas negras de la Unión Europea, y la necesidad de inversiones internacionales y ayuda humanitaria para paliar los altos niveles de pobreza empujaron al régimen a emprender una serie de reformas políticas para dar un tinte de democracia al país y así poder optar a las ayudas del FMI y el Banco Mundial. En este esfuerzo de maquillar el rostro autoritario del sistema político, los militares redactaron una nueva Constitución y permitieron, mediante unas elecciones parciales que reservan el 25% de las cámaras al partido de los militares, que Aung San Su Kyi ocupará un asiento en el parlamento. 

Eso sí, el artículo 59 de la carta magna establece que para ocupar los cargos de presidente o vicepresidente no se podrá estar casado o tener descendencia con nacionalidad extranjera. ¿Recordáis quién estaba casada con un inglés y tuvo hijos allí? Pues eso. No obstante, cuando la LND ganó las elecciones en 2015, los asesores jurídicos de la lideresa crearon el cargo de Consejera de Estado para que, de facto, ella gobernase el país.

La figura de Aung San Su Kyi: ¿Madre o criminal?

La figura de Aung San Su Kyi ha generado durante los últimos años mucha polémica, no solo por la limpieza étnica rohingya, sino también por el giro autoritario que ha protagonizado desde que en 2015 obtuviera la mayoría absoluta en las elecciones al parlamento y el senado. Esto se ha traducido principalmente en un mayor control y presión sobre los medios de comunicación del país más críticos con “La Dama”, como se le conoce popularmente.

A pesar de todo ello, una gran parte de la población todavía siente una gran devoción por ella y muchos la consideran, como se ha podido escuchar en las actuales manifestaciones, la madre de la nación. Una suerte de heroína externa que regresó a Myanmar para traer consigo la democracia y que goza todavía de una alta popularidad que puede comprobarse en los numerosos retratos suyos que cuelgan de casas, comercios o lugares públicos en las ajetreadas calles de Yangón. 

Rohingyas

Esta popularidad y los buenos resultados electorales son los que provocaron que Aung San Su Kyi no se pronunciase de manera tajante en contra de las atrocidades ocasionadas por las fuerzas armadas en las provincias norteñas del país. Para entender esta actitud, se debe tener en cuenta el gran odio existente en la sociedad birmana en contra de los musulmanes rohingyas.

La leyenda negra cuenta que estos musulmanes fueron traídos al país por el gobierno colonial británico desde Bengala para defender sus intereses y es por eso que estas personas no tienen en estos momentos la nacionalidad birmana reconocida, dejándoles en una situación apátrida que viola la legislación internacional. El informe del Consejo de Derechos Humanos de la ONU que es publicado de manera anual sobre este tema sigue notificando violaciones graves de derechos humanos, como violencia contra objetivos civiles y desplazamientos forzosos. De hecho, el mayor campo de refugiados del mundo se encuentra en Bangladesh y lo componen unos 900.000 rohingyas. 

Lo que se le reprocha a la premio Nobel de la Paz es que no empleara su poder político y su carisma moral para intentar frenar semejante masacre, porque eso le penalizaría en las urnas. Y el problema que tiene Myanmar es que no existe nadie que lo haga. La cuestión política se ha convertido en un binomio en el que Aung San Su Kyi se encuentra como estandarte del lado “democrático”, principalmente porque en contraste con el ejército sí que lo es.

El resto de partidos políticos con asientos en el parlamento son pequeños grupos que representan a etnias minoritarias de algunas regiones y que, muchas de ellas, apoyan también la limpieza étnica. En el sentido generacional las instituciones se ven copadas por personas de avanzada edad, que taponan la entrada de jóvenes y las relegan a un papel secundario dentro de la sociedad. El general Min, autor del golpe de estado, es uno de los más jóvenes en la cúpula. Y tiene 64 años.

La juventud reacciona

Este golpe de Estado era una hipotética realidad bastante plausible durante los meses que precedieron a las elecciones, aunque en occidente esta noticia nos haya pillado por sorpresa. Ante las malas previsiones electorales del partido militar algunos de sus líderes ya solicitaron en agosto de 2020 el aplazamiento de los comicios por “motivos sanitarios”.

Tras la abrumadora victoria de la LND, que se llevó el 83% de los escaños en disputa, el ejército temía que un nuevo gobierno de Aung San Su Kyi llevase a cabo una excesiva y apresurada apertura del país, aunque lo que realmente temen es no ser ellos mismos los que la controlen este proceso. Por ello, desde el primer momento alegaron numerosos casos de fraude electoral y solicitaron a la comisión electoral la suspensión de los resultados, amenazando con un golpe de estado si se les hacía caso omiso. Y así sucedió.

Manifestaciones

Por suerte, la población civil encabezada por una juventud que ya no se conforma con cualquier forma de gobierno, saltó a la calle desde el primer momento. Los continuados cortes de internet y el toque de queda establecido por las nuevas autoridades enfureció también a gran parte de la población que se sigue manifestando con multitudinarias marchas, cortes de carretera y caceroladas nocturnas. Este fin de semana las movilizaciones han sido de récord, con millones de personas en las calles, y la policía ha endurecido también su respuesta, dejando a tres manifestantes asesinados por disparo de bala, numerosos heridos y centenares de detenciones. 

Por suerte, a diferencia de 1988, esta vez cada birmano cuenta con un smartphone con el que grabar las atrocidades de la policía y mostrarlas al mundo, algo que ya ha producido la condena de diversos estados y organismos internacionales al golpe de estado. Las características de la protesta, los carteles y eslóganes exhibidos y las demandas exigidas en las mismas recuerdan inevitablemente a las que se han vivido recientemente en lugares cercanos como Tailandia o Hong Kong. Muestra de que en el sur de Asia la cultura democrática, al menos entre la población, es cada vez mayor.

El futuro para Myanmar es incierto y ninguna de las vías factibles parece esperanzadora. Lo más probable, como ya sucedió en Tailandia con el golpe de estado de 2014, es que los militares obvien el calendario que ellos mismos han fijado y que los pasos hacia la senda de una transición a la democracia sean más lentos de lo esperado. Lo que sí parece seguro es que el ejército intentará mediante cualquier medio a su alcance evitar que La Dama ocupe de nuevo un cargo político y habrá que estar también al tanto del recorrido de estas protestas que, por el momento, están poniendo en un serio aprieto los planes del ejército.