Las leyes antimonopolio estadounidenses ya dividieron empresas como American Tobacco o Standard Oil; también afectó a AT&T y Microsoft
La pandemia del coronavirus ha provocado pérdidas mil millonarias en el sector de la hostelería, el turismo o el transporte. También otras prácticas profesionales se han abocado a la ruina, y retomar la actividad no será sencillo con los altos cargos saltándose los niveles de vacunación. En cambio, otras multinacionales han reforzado sus balances económicos, y las ganancias de sus inversores se han multiplicado en dobles dígitos. Es el caso, por ejemplo, de Google, Facebook o Amazon.
A pesar de que antes del coronavirus las grandes multinacionales ya citadas eran gigantes, la COVID-19 las convirtió en auténticos titanes. Pero no todo será tan bonito para las compañías, pues podríamos estar presenciando en el principio del fin. Aunque ya existen denuncias antimonopolísticas por parte de la Unión Europea, Estados Unidos demandó en 2020 a Google y Facebook por prácticas anticompetitivas, y podría ser el final del buscador más usado del mundo y de la red social de Zuckerberg.
Amazon, aunque no comparte la misma demanda con Google y Facebook, también está en el punto de mira de la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos, que está examinado si Amazon tiene un modelo de negocio monopolístico. De hecho, no sería de extrañar que Jeff Bezos (hasta hace dos semanas el hombre más rico del mundo y ahora desbancado por Elon Musk) tuviera que declarar ante el Congreso estadounidense para responder asuntos relacionados con Amazon, de su cuota de mercado y de su diseño de negocio.
El final de una era
La Unión Europea ya denunció a las grandes empresas tecnológicas por prácticas monopolísticas, pero tras la demanda de Estados Unidos la estabilidad de Google, Facebook o Amazon podría tambalearse. Y desgraciadamente para Zuckerberg, Page, Brin y Bezos la historia no juega a su favor, porque en Estados Unidos ya existen precedentes de empresas que han tenido que dividirse por su tendencia monopolística. Eso sí, no todo es tan trágico porque hoy en día las leyes antimonopolio ya no otorgan tanto poder al gobierno estadounidense.
Una de las divisiones más sonadas ocurrió a principios de siglo, que tuvo como protagonista a Standard Oil. A comienzos del siglo XX el petróleo era considerado un “monopolio natural” por lo complejo que resultaba operar con el oro negro. Pero el empresario e inversor John D. Rockefeller supo sacarle provecho al material extraído, y comenzó a vender sintéticos, vaselina o detergentes. En 1911, tras el éxito de la empresa y su gran cuota de mercado, la justicia norteamericana decretó (mediante la ley Sharman) que Standard Oil debía dividirse en 34 empresas. De la noche a la mañana.
El caso AT&T, la primera tecnológica
El caso de AT&T fue el primero que perjudicó a tecnologícas disruptivas. La empresa estadounidense de telecomunicaciones acotó gran parte del mercado por la patente que poseía sobre el teléfono. La matriz, AT&T, desplegó una red telefónica de largo recorrido en EEUU y negoció con pequeñas compañías (a cambio del uso de la patente del teléfono) para crear una red telefónica a lo largo de todo Estados Unidos, formando así un monopolio de rigor. A pesar de todo, el Gobierno norteamericano amparó la labor de AT&T, pues aseguraban que ayudaba a la distribución de la tecnología en el país.
Sin embargo, en los años 80, una sentencia antimonopolio obligó a AT&T a dividirse en varias compañías. Sin embargo, el propio mercado, tras la subida de los precios telefónicos, volvió a dar solidez a las empresas que surgieron tras la disolución, y volvió a formar la compañía matriz. De hecho, hoy en día es una de las telecos más importantes del mundo, porque además de las líneas telefónicas, también cuenta con entidades como Time Warner; HBO; CCN; o TNT. Casi nada.
Microsoft, la última víctima
La última gran empresa tecnológica que sufrió en primera persona la regulación antimonopolio fue Microsoft. En los años 90 se acusó a Bill Gates de posición dominante en el mercado, y llegó a tribunales en 1998. La fiscalía alegaba que Microsoft había tomado ventaja en el sector por incorporar Internet Explorer dentro de sus sistemas operativos. Tras muchas discusiones y cinco años en juicios, Microsoft llegó a un acuerdo con la justicia y tuvieron que abrir sus APIs a todos los desarrolladores.
En declaraciones al The New York Times Bill Gates aseguró que la sentencia por monopolio había afectado en gran medida a la compañía. “No hay duda de que la demanda antimonopolio fue mala para Microsoft”, confirma Gates. “Nos hubiésemos centrado mucho más en crear el sistema operativo para móviles, así que en vez de estar usando Android hoy, estaríais usando Windows Mobile”, continúa el fundador de Microsoft. “Windows Phone sería el sistema más usado en el mundo”, finaliza el de Seattle.
Google, en el punto de mira
Fue el primer bombazo de 2020, y Google es, a priori, la empresa que peor pronostico tiene. Además de la demanda del Departamento de Justicia de EEUU; la compañía acumula miles de millones en multas antimonopolio por parte de la Unión Europea y Turquía. Uno de los puntos fuertes de la denuncia radica en el pago de miles de millones de dólares (entre 8.000 y 12.000 millones de dólares según The New York Times) que desembolsa Google a Apple para aparecer como buscador por defecto en sus dispositivos, en detrimento de Bing o Yahoo entre otros.
La discusión en los tribunales se centra en si esta práctica se realiza para la mejora del producto (permitido por la ley) o si el fin es expulsar a la competencia del sector. En este caso, para la justicia, el bienestar del consumidor es la clave, y es el argumento que a priori aportará la compañía. El problema se centra en que Google ofrece productos gratuitos para el consumidor, y por tanto resulta complicado asegurar que sus servicios “dañan al usuario”.
La pregunta “¿el modelo de negocio de Google aporta beneficio al bienestar del cliente o daña a la competencia?” es muy complicada de resolver. La tecnología evoluciona a un ritmo vertiginoso, a varios cientos de kilometros por hora más que el ámbito jurídico. La transformación de ambos ámbitos debe ser pareja, porque si no estarían juzgando a Google con leyes no adaptadas a las nuevas tendencias. Por ende, la justicia debería cambiar la perspectiva de lo que supone el “bienestar del consumidor” en la red, y más allá del precio deberán fijarse también en la privacidad del usuario o en el tratamiento de los datos.
Facebook, el monopolio de las redes sociales
La segunda gran bomba se produjo el 7 de diciembre, cuando la Comisión Federal del Comercio, FTC, y los fiscales generales de 46 estados presentaron querellas contra Facebook. La demanda se fundamenta en la adquisición de la empresa de Mark Zuckerberg de Instagram y WhatsApp, en 2012 y 2014 respectivamente. Curiosamente la FTC aprobó la misma compra que ahora denuncia, algo paradójico que Zuckerberg cuestiona cada vez que tiene la ocasión.
La Comisión Federal del Comercio asegura que “Facebook ha crecido demasiado” y que “apenas han aparecido nuevos competidores”. No hay ninguna otra compañía que abarque tanto como lo hace la empresa de Zuckerberg, y la justicia estadounidense solicita, por tanto, que Facebook se deshaga de WhatsApp e Instagram. Según la demanda, la tecnológica lleva años manteniendo su “monopolio” en el sector de las redes sociales mediante conductas empresariales que atentan contra el libre ejercicio de la competencia.
La Comisión afianza que “la conducta [de Facebook] daña a la competencia, que deja a los consumidores con poco margen de opción para sus redes sociales personales y priva a los anunciantes de los beneficios de la competencia”. En el mismo comunicado añaden que “las redes sociales son centrales para las vidas de millones de estadounidenses,» y que asimismo «la práctica de Facebook de atrincherarse y mantener su monopolio niega a los consumidores el beneficio de la competencia”.
Proteger el mercado
Todas las empresas tecnológicas citadas comparten un mismo denominador: se han creado y crecido exponencialmente gracias a los efectos de la red (cuanto más usuarios, más repercusión). Cualquier cuestión con las demandas antimonopolísticas deberán centrarse, eso sí, si las empresas tratan de eliminar a otros competidores del sector o si por el contrario aportan un bienestar de mayor calidad a los consumidores.
La clave, por ende, se centra en el cliente. Si las empresas tecnológicas mejoran el producto y experiencia del usuario, no habrá ningún problema ni discusión. Será cuestión de tiempo y la justicia terminará dictando sentencia, pero dividir Google, Facebook o Amazon no será tarea sencilla, pues tienen influencia directa en el devenir, probablemente, de la humanidad.