La pantomima de la COP26

El borrador de acuerdo y los pequeños pactos alcanzados hasta el momento en la Cumbre del Clima de Glasgow (COP26) han sido ya calificados por expertos como insuficientes para alcanzar los objetivos fijados en París

Durante estas dos semanas se han reunido en Glasgow, en el marco de la Convención de la ONU para el Cambio Climático (COP26), las élites políticas. Las mismas élites políticas que repiten como un mantra y hasta la saciedad que la lucha contra el cambio climático pasa por los pequeños gestos. Pues bien, hablemos de pequeños gestos. En el vídeo en el que se muestra el dispositivo que empleó Joe Biden para transportarse al Scottish Event Campus que acoge la COP26 se pueden contabilizar hasta 25 vehículos. Mercedes, minibuses, ambulancias y coches de policía que componían el séquito del presidente estadounidense. Biden también se permitió el lujo de descansar la vista durante la sesión inaugural y delante de los ojos de un mundo que espera demasiado de líderes tan mediocres.

Pero sigamos hablando de gestos. Boris Johnson tiene escasas cinco horas entre el número 10 de Downing Street hasta Glasgow en tren. Pero el primer ministro británico prefirió realizar el trayecto en el avión presidencial. Y, según The Times, hasta 400 aviones privados aterrizaron en una cumbre que se supone que es “el principio del fin del cambio climático”, según expresó Johnson en su discurso.

Pequeños gestos son también las tan sonadas ausencias. La primera la del chino Xi Jingping, presidente del país que más gases de efecto invernadero emite, que ha participado mediante un comunicado. También la de un Putin que, hasta hace poco, se frotaba las manos con el deshielo del Ártico, pues esconde el 13% de las reservas de petróleo no descubiertas del mundo. Esta lista la engrosan los presidentes de otros pesos pesados de la contaminación como Turquía, Brasil o México.

¿Alguien se cree con estos precedentes que las autoridades presentes en Glasgow tienen algún interés real en luchar contra el cambio climático? ¿Alguien se cree a estas alturas esta gran pantomima que se organiza anualmente perdiendo una gran cantidad de esfuerzo y energía? Este tema es suficientemente serio como para seguir inmersos en ese idealismo climático con objetivos mediocres e insuficientes.

Más que gestos, datos

Por suerte o por desgracia, para paliar las consecuencias de la emergencia climática hará falta algo más que gestos. Y, sobre todo, la izquierda tendrá que redirigir el foco de atención y centrar sus esfuerzos en señalar sin prejuicios a los actores que realmente causan este modelo insostenible: las empresas. Si nos centramos en el caso español, según el informe “Descarbonización 2021 en Europa, España y Comunidades Autónomas” realizado por el Observatorio Sostenibilidad, se estima que el 56% de las emisiones de gases de efecto invernadero son emitidas por tan solo 10 grandes empresas, entre las que se encuentran Endesa, Repsol o Iberdrola. Mientras, según datos del INE, los hogares representaron un 21% de todo el pastel. Una cifra que seguro se puede mejorar, pero en la que desde luego no reside la solución para el cambio climático.

A nivel global, las cifras siguen sin ser esperanzadoras. Las 20 mayores empresas petroleras del mundo emiten el 30% de las emisiones totales, según el Climate Accountabilty Institute. ¡Solo 20 empresas! Está muy bien que la ciudadanía vaya modificando sus hábitos, pero las pajitas de aluminio y los cepillos de dientes de bambú no tienen un impacto real en la ecología. Son solo pequeños gestos individuales que podemos realizar desde un plano moral para sentirnos mejor con nosotros mismos. A veces cansa señalar al mismo mal una y otra vez, pero es que los datos sacan a relucir algo muy evidente: el problema es el capitalismo, la tendencia a la sobreproducción de las empresas por las expectativas de consumo y la necesidad voraz de las empresas de ampliar sus márgenes de beneficio para poder competir en un mercado global tendente a los grandes monopolios. Y es que ya lo avanzaba un tal Karl Marx: “El capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y los seres humanos”.

Otra de las vertientes de esta problemática es la gran brecha que existe entre el Norte y el Sur Global y de qué manera afectan las consecuencias climáticas a las diferentes regiones del mundo. Si bien los desastres naturales son, como bien indica su nombre, naturales, el cambio climático está aumentando significativamente su cantidad y su frecuencia, afectando principalmente a los países del Sur Global, que si bien son más tendentes a padecer este tipo de catástrofes, la falta de medios, infraestructura e instituciones sólidas provoca un efecto dominó que hace imposible una recuperación efectiva. De este modo, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) cuantifica en 20 millones las personas que anualmente se ven obligadas a desplazarse a causa de los peligros que suponen para poblaciones enteras estos fenómenos y reconociendo la existencia de la figura de “refugiados climáticos”.

Por todos los intereses económicos y geopolíticos que existen detrás de los gobiernos que, en teoría, representan al mundo entero en este tipo de cumbres parece altamente improbable que se llegue a un acuerdo efectivo en esta COP26 de Glasgow. Por otro lado, los precedentes de anteriores cumbres tampoco son alentadores. La cumbre de Kioto en 1997, quizás la más conocida por ser en la que se estableció un protocolo limitación de emisiones por consenso, quedó en nada porque a raíz de esas restricciones se generó un mercado, aunque la expresión más ajustada sería mercadeo, de emisiones por el que los países más industrializados compraban a los que menos lo estaban los derechos de emisiones. En la de París de 2015 se llegó a la conclusión de no superar el aumento de 1,5 ºC para el final de siglo, una meta que ya ha sido calificada como insuficiente por la propia ONU, además de estar muy mal encaminados para lograrlo. Estudios realizados por el Programa de la ONU para el Medio Ambiente alertan que siguiendo esta senda de contaminación en el año 2100 habremos alcanzado un aumento de la temperatura mundial de entre 3 y 5 grados.

Lo más alarmante de todo es que este proceso no es una cuestión de futuro, es algo que está sucediendo ahora mismo y que cada segundo más es un segundo menos para llegar al punto de no retorno. Por eso no se trata de una crisis, sino que estamos en una auténtica emergencia climática. Esto lo escenificaba a la perfección el ministro de Exteriores de Tuvalu, Simon Kofe, enviando su vídeo de intervención en la cumbre desde el mar y con el agua hasta las rodillas, eso sí, con las banderas reglamentarias y un elegante traje al que había cortado los pantalones para que no se empaparan los bajos. Tuvalu es un pequeño archipiélago formado por nueve islas ubicado en el océano Pacífico y que se encuentra gravemente amenazada por la aumento del nivel del mar hasta tal punto que su gobierno ya anunció hace años la necesidad no tan lejana de evacuar a sus 11.800 habitantes.

Unión Europea: ¿purismo climático?

Entre todo este alboroto pareciera que hay un actor internacional que sí que se erige como defensor incondicional de todo lo relativo con la ecología y con las políticas encaminadas a descarbonizar la economía para llevar a cabo una transición hacia un modelo más sostenible: la Unión Europea. Pero más allá de personas concretas que seguro que ponen todo su empeño en frenar las consecuencias del cambio climático, la postura de la unión en estas cuestiones se puede explicar, como casi todo en política internacional, mediante los intereses económicos.

Y es que dentro del club europeo se encuentran la mayoría de los países del mundo con economías más desarrolladas, con un mayor peso del sector servicios y que, por ende, menos dependencia tienen de las formas de producción más contaminantes. A esto se le añade que el subsuelo europeo no destaca precisamente por ser rico en petróleo, pues las reservas de todos los países comunitarios juntas no llegarían ni al puesto 20 de países con más crudo. Parece lógico, entonces, que la Unión Europea apueste firmemente por el empleo de energías renovables y el fomento del uso de los coches eléctricos, ya que de este modo reducirían su dependencia de terceros países y podrían competir mejor en el mercado internacional. Algo muy alejado del discurso buenista de salvar el planeta.

Además, dentro de la propia unión existen posturas muy divergentes entre los países miembros que evidencian esta divergencia de intereses. ¿Por qué Polonia, por ejemplo, se suele mostrar bastante reacia ante este tipo de medidas ecológicas? Pues porque la industria del carbón en este país tiene un peso descomunal, genera aproximadamente el 80% de la electricidad a nivel nacional y es un sector del que dependen nada más y nada menos que 170.000 empleos, especialmente en la región de Silesia. ¿Actuaría Europa de la misma forma si tuviera las mayores reservas de petróleo del mundo? ¿Tendrían los dirigentes europeos tanta compasión por el medio ambiente si se tratase de una región altamente carbonizada o en vías de desarrollo?

Son preguntas que hay que plantearse al escuchar la retahíla de compromisos que se están adquiriendo durante esta COP26. No habrá ningún acuerdo significante en esta COP26 y los pequeños acuerdos contra la deforestación o la reducción del uso de metano son claramente insuficientes. Tras 26 cumbres en las que se ha conseguido más bien poco, parece que va siendo hora de darse cuenta de que estas élites políticas no van a ser las que salven el planeta. Que este tipo de cumbres no son un instrumento útil para frenar el cambio climático porque como telón de fondo siguen en funcionamiento un sistema que sobrepone los beneficios económicos a la vida de las personas. Solo desde una transformación radical de los métodos productivos y nuestros ámbitos de consumo seremos capaces de alcanzar los objetivos planteados. Que debemos tomarnos el cambio climático mucho más en serio de lo que hacemos. Basta ya de tanta pantomima. Pasemos a la acción.