«Para cambiar el mundo hay que hacer ruido»
Desde el 7 de octubre Extinction Rebellion (en español “Rebelión contra la Extinción”), el movimiento social que busca influir en los gobiernos del mundo para mitigar a través de políticas medioambientales la extinción masiva y el calentamiento global, ha tomado las principales calles de muchas ciudades del mundo: de Madrid a Buenos Aires pasando por Berlín, Sydney, New York y Londres, donde todo comenzó hace poco más de un año.
Hastiados por la inoperancia y en ocasiones despreocupación por parte de nuestros políticos la plataforma aboga por una declaración de emergencia climática inmediata “con políticas acordes a lo marcado por la ciencia y recursos económicos suficientes para abordarlas”. Sencillamente piden que se “cuente la verdad” a la ciudadanía – tell the truth gritan en Londres – respecto a la situación climática y la degradación ecológica, y que se actúe consecuentemente.
“Para cambiar el mundo hay que hacer ruido” comenta Roger Hallam, uno de los fundadores de Extinction Rebellion y razón no le falta. Estas protestas que han recorrido el mundo las últimas semanas se han caracterizado por su componente de desobediencia civil y resistencia no violenta con cortes de tráfico en el corazón de las ciudades y acampadas en espacios públicos, saldándose con un considerable número de arrestados, especialmente en Londres. Aquí, en España, aquellos que tomaron parte en la semana del 7 de octubre también eran conscientes de que podían vérselas con la Ley mordaza, pero la libertad de expresión es un derecho y más si se hace uso de ella en aras de un (futuro) bien común.
Ahora bien, en este contexto de recientes protestas climáticas no debemos menospreciar la figura del capitalismo verde. Éste es aquel que pretende resolver el problema de fondo colocando en el centro únicamente la transición a las energías renovables, sin tener en cuenta por ejemplo la redistribución de la riqueza. Como bien apunta la activista ecofeminista Yayo Herrero, en los llamados estados de bienestar lo que se ha producido durante las últimas décadas ha sido “una sustitución de la justicia por el crecimiento económico” que beneficia a unos pocos generando desigualdades entre otros muchos. Por tanto, resulta necesario tomar la redistribución de la riqueza como elemento principal, pues podríamos correr el riesgo de hacer una apuesta por un sistema ecológico que en el extremo se transformase en palabras de Yayo Herrero en “ecofascista”.
En definitiva, nos encontramos ante una crisis ecológica que a su vez resulta en una crisis social. Mientras tanto, la socialdemocracia o partidos que se reconocen de izquierdas parecen comenzar a transformarse en lo que Nancy Fraser llama “neoliberalismos progresistas”: eluden la redistribución de la riqueza y no consideran los problemas estructurales, pero salen airosos siendo un poco feministas, un poco verdes e incluso multiculturales.
Abogar por una justicia climática debería ser abogar por una justicia social y viceversa. Así que, ante la pregunta ¿Extinción o rebelión? La respuesta es una: rebelión, eso sí, con conciencia de clase y perspectiva de género.