El cambio de color en la Casa Blanca no significa el fin del trumpismo, un paradigma político muy ligado a la problemática de la clase trabajadora industrial de Estados Unidos
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Jon Salvador @jon_salva
Tras cuatro intensas noches de espectáculo mediático y electoral estadounidense, en las que parecía que el mundo entero se volcaba con el país para ir contando voto a voto junto a los oficiales de los colegios electorales, Joe Biden, el candidato demócrata, se ha alzado con la victoria y será el nuevo inquilino de la Casa Blanca. No obstante, este cambio, que se ha vendido como un punto de inflexión y una oportunidad para abrir un nuevo tiempo en Estados Unidos, no es más que otra escenificación de la política burguesa que, en definitiva, no vela por los intereses materiales de los trabajadores y se enzarza en debates terminológicos e identitarios, como la definición del término “ser americano” que tanto protagonismo ha tomado en la reciente campaña.
Análisis errático
La izquierda por su parte, no solo en Estados Unidos, que es prácticamente inexistente y relegada a un plano marginal dentro de la vida política, no ha sabido responder al discurso de Donald Trump, que parece va ganando adeptos en todo el mundo. Los calificativos de “ignorantes” o “paletos” para referirse al trabajador estadounidense que vota a Trump es, además de clasista, un análisis errático y contraproducente que le hace el juego a los republicanos facilitándoles el discurso anti-establishment y en contra del cosmopolitismo y posmodernismo urbano demócrata.
Tras la fachada reaccionaria, excéntrica e identitaria del candidato republicano que ha podido atraer a parte de su electorado, en su discurso subyace un factor fundamental que explica su alto respaldo electoral: la reindustrialización y el retorno de las cadenas de valor al país. Y es que entre todo el ruido mediático entorno a la figura de Trump, no debemos olvidar varios datos de relevancia: en esta legislatura se han registrado los mejores datos económicos en la historia de E.E.U.U. y una tasa de desempleo que, hasta antes de la pandemia, rozaba lo que los economistas denominan pleno empleo.
Zonas industriales
No es baladí que los estados que dieron en su día la victoria a este candidato fueran Wisconsin, Michigan y Pennsylvania, los tres pertenecientes al Rust Belt o cinturón del óxido, donde se concentraron durante finales del siglo XIX y gran parte del XX las potentes industrias del carbón y el acero. Con el proceso de globalización y la aparición de nuevos actores en el comercio internacional estas regiones han perdido competitividad y muchas de las empresas que daban de comer a poblaciones enteras han tenido que poner fin a su actividad.
Por poner un ejemplo, la ciudad de Detroit en Michigan tenía 1,8 millones de habitantes en 1950 y en el año 2018 el censo no contabilizaba más de 675.000 personas, es decir, una reducción de sus habitantes de más del 60%. Esto también produjo que en esta ciudad un tercio de su población viviera bajo el umbral de la pobreza y que Michigan se convirtiera en unos de los estados con la tasa de paro más alta del país.
Distorsión del sistema electoral
Con los actuales resultados, puede parecer que estos estados en declive se tiñen de azul rechazando así las políticas que Trump ha llevado a cabo en estos últimos cuatro años, pero nada más alejado de la realidad. El problema de los sistemas electorales basados en el método winner takes all es que puede distorsionar de manera considerable la realidad política. A pesar de perder la Casa Blanca, el hasta ahora presidente ha mejorado notablemente sus resultados en comparación con los comicios de 2016.
En el conteo global ha pasado de recibir casi 63 millones de sufragios a algo más de 72 millones. En estados tan significativos como Florida o Texas ha logrado sumar más de un millón de votos en cada uno y en los antes mencionados estados del óxido ha mejorado sus resultados en New York, Pennsylvania, Ohio, Indiana, Illinois, Missouri, Iowa, Minnesota y Wisconsin, siendo Michigan el único en el que el republicano ha perdido algunos votos.
Cuestión de clases
En definitiva, esto demuestra que la victoria de Biden no se ha debido al descrédito social de las políticas de su antecesor en el despacho oval, sino un empuje de la participación demócrata en las zonas más urbanas a causa de la mala gestión de la pandemia y de la ola de protestas sociales del movimiento Black Lives Matter. Sin una izquierda con una concepción de clase consolidada en los Estados Unidos, todo este descontento ha sido canalizado por los liberales demócratas que tras pasar por su tamiz ideológico y práctico cuestiones de envergadura tales como el racismo, el cambio climático o el feminismo, estas quedan reducidas a absurdos debates terminológicos y conceptuales, cediendo totalmente el discurso materialista a la derecha.
Porque seamos sinceros, ¿alguien piensa que la problemática racial que sufren Kamala Harris o Barack Obama es la misma que la de algún vecino negro de las afueras de New Orleans? ¿O que el patriarcado afecta por igual a Hillary Clinton que a cualquier trabajadora de Wisconsin? Como diría aquel… ¡es la lucha de clases, estúpido!
Lo que sí queda patente tras cuatro años de Donald Trump es que ha defendido como ha podido, es decir, a golpe de aranceles y de guerras comerciales, los últimos coletazos de Estados Unidos como potencia hegemónica mundial. Estas medidas le han podido servir en el corto plazo, pero se auguran insuficientes en un mundo globalizado y, por tanto, interdependiente, en el que China es uno de los principales poseedores de deuda externa estadounidense. También ha quedado claro que, a pesar de mostrarse como una alternativa al establishment americano, Trump encarna a más no poder todos los valores del mismo, mostrando un rostro más reaccionario y rancio de la política burguesa y del capitalismo sin tapujos.
Los retos de Biden
En suma, a Joe Biden se le presentan por delante cuatro años colmados de retos ciertamente espinosos. A nivel interno deberá lidiar en primera instancia con la segunda ola de la pandemia y la posterior recuperación, para la que ya ha prometido una inversión pública de magnitud histórica y que veremos en qué medida se destina para realmente salvar a la clase trabajadora de esta situación.
Además, deberá abordar una reforma fiscal potente para poder poner cierto límite al déficit galopante que van a suponer semejantes inversiones en ayudas públicas. Y en el ámbito del cambio climático comprobaremos si la economía verde servirá para mantener los niveles de productividad actuales o serán un escollo para un modelo basado en técnicas como el fracking. En el plano internacional, tendrá la improbable misión de dar con la tecla para equilibrar la balanza comercial con China y ver si puede poner freno al ascenso meteórico del gigante asiático.