Por Jesús Aguilera, @aguilerajs
Conocer la historia de la humanidad compunge porque sabemos que su evolución se encuentra indisolublemente unida, como lo está la muerte a la vida, a la voluntad de acción de los hombres y sus ideas y que discurre condenada, por tanto, al progresivo desarrollo de las capacidades intelectuales. Para que la historia pudiese sobrevivir el hombre tuvo incluso que hacer frente a la ignorancia inicial de su especie. Hemos tenido que ir rezagando sistemas de producción y reproducción -todo sistema de producción conlleva un modo de producción y toda producción una organización- de la vida material inmediata que ahora a algunos nos parecen despreciables (esclavitud, servidumbre…) y que, sabemos, no desaparecieron solos, sino que fue necesaria la intervención de aquellos a quienes ese sistema de producción condenaba a la menesterosidad. Es fundamental en Marx: ‘’Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases’’.
En efecto, la acción transformadora del hombre es innegable porque deja huella. La realidad es cognoscible y el estudio de los fenómenos de la naturaleza nos ha permitido someter la fuerza de ésta última a nuestros intereses, así como el conocimiento objetivo nos ha permitido cambiar las cosas -nuestras condiciones de existencia- y con ello cambiar también nuestras ideas (las segundas son producto de las primeras). También lo señaló Marx: ‘’No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia’’.
Pues bien, el 14 de junio de 2019, en un intento por evitar la aprobación de un impuesto a la banca propuesto por Adelante Andalucía, el diputado de Vox en el Parlamento andaluz Rodrigo Alonso, jugando al parlamentarismo burgués, esto es, a su juego, ha dicho a todos, no sólo al resto de diputados autonómicos de las distintas formaciones allí presentes o a los andaluces a los que ellos gobiernan, sino a todos, que ‘’nos olvidemos de los ricos’’, que ‘’lo son por naturaleza’’ y que ‘’ante eso no se puede hacer nada’’. No es para atreverse a comparar esos ‘’ricos’’ de los que habla el político, un grupo de hombres por naturaleza -o mandato divino- favorecidos con mejores condiciones de existencia, con la ‘’raza aria’’ de Hitler, un grupo de hombres por naturaleza -o mandato divino- favorecidos con mejores condiciones biológicas. Sería muy descabellado, ¿no? Lo cierto, como dos y dos son cuatro, es que la consideración es feroz y despiadada pues pretende justificar la riqueza eterna de una parte (‘’siempre habrá ricos’’) con la pobreza eterna de otra (si siempre habrá ricos, implícitamente, es porque ‘’siempre habrá pobres’’).
Como decíamos, Alonso juega en casa y un burgués en un parlamento es como un niño en un parque de bolas. En esos parques los niños, cada uno ‘’de su padre y de su madre’’ se conocen y juegan entre ellos estableciendo relaciones cuyos lazos parten de una base común: la diversión a la que abre paso la inocencia infantil. En los parlamentos los políticos conversan unos con otros y, cada uno situado en un punto del espectro político burgués izquierda- derecha, establecen su relación partiendo de una base común: el afán por mantener su posición de clase dominante en la sociedad. Mientras, se divierten.
Es por lo que no nos han de extrañar sus aseveraciones: es comprensible considerar que no hay nada que cambiar en un mundo que te da la mejor parte. En interés de su clase quiere hacernos creer que nacemos, para fortuna de pocos y desgracia de la mayoría, con un destino naturalmente impuesto y que cualquier intento por cambiarlo resultará en vano. Parece hasta rechazar el concepto de meritocracia inventado por los ideólogos de su misma clase según el cual la posición de una persona en la sociedad es determinada por sus méritos y no por su nacimiento. De este modo, Alonso niega lo innegable: niega el cambio y niega así la ciencia y la historia. Nos obliga a aceptar la realidad en su inmutabilidad y a entender nuestra situación social como una fatalidad obligatoria que hemos de sufrir. Víctima del modo de razonar metafísico profundamente arraigado que empodera la concepción del mundo de los explotadores y los ignorantes, otorga preferencia a la inmovilidad frente al movimiento y a la identidad frente al cambio que producen los acontecimientos. Esta es, de hecho, la primera ley de la metafísica.
Asimismo, desmiente la capacidad de acción del hombre sobre el mundo. Puesto que conocer la realidad es el requisito indispensable para poder transformarla, si el hombre no puede transformar la realidad es porque no la conoce, es decir, no existe el conocimiento objetivo. Debemos tomar la sociedad como es: sufrir la explotación o abrirnos un pequeño lugar a punta de codazos. Los ricos pueden dormir sin remordimiento de conciencia y tranquilos porque su situación social es natural, inmanente a su persona.
Desde aquí me gustaría pedir a los ricos, mis explotadores, esa clase universal de la que habla la filosofía del diputado andaluz de Vox, que, si terminasen resultando ciertas sus concepciones idealistas y metafísicas del mundo, se apiaden de mi clase y tengan el considerable gesto de dignarse, al menos, a pagar mayores impuestos que los nosotros, los pobres, destinados por naturaleza -o mandato divino- a la fatalidad y la desgracia. Que podamos redistribuir su riqueza excedente y vivir un poco mejor. Porque quizá la vida no nos haya dado la suerte que a ellos, pero sí algo de dignidad. Eso sí que no cambia.