La palabra tecnología está socialmente asociada con China y ante la crisis mundial de microchips todos apuntamos al país asiático, pero la atención debería estar fijada en los Países Bajos
Transcurren más de cinco meses desde que un chip es pedido hasta que es entregado. La crisis de los semiconductores ha provocado retrasos muy sonados, como prolongadas interrupciones en lanzamientos de la red 5G, líneas de automoción totalmente detenidas, multinacionales como Apple con problemas de producción o el hecho de que comprar una nueva PlayStation 5 sea misión imposible. Está claro que son problemas de primer mundo, pero en el hipotético caso de que la producción de chips se paralizase, nuestro día a día también se detendría.
Según un estudio de Susquehanna Financial Group, los tiempos entre que un fabricante pide un chip y este es entregado continúa subiendo y no hay motivos estadísticos para pensar que la tendencia alcista vaya a invertirse. El dato es demoledor: de 14 semanas a comienzos de 2021, a más de 20 semanas en agosto de 2021.
ASML es la empresa que mantiene en pie el capitalismo moderno. La entidad holandesa tiene el control del 60% del mercado de los semiconductores, una industria que genera anualmente 425.000 millones de euros. Con sede en Veldhoven, ASML ensambla máquinas de fotolitografía, aparatos que graban patrones de circuitos en obleas de chips utilizando luz de baja longitud de onda. En otras palabras, ASML es una de las pocas, casi única, empresas que fabrica máquinas con la máxima precisión para generar chips.
Líderes mundiales de fabricación, así como TSMC, Intel o NVIDIA ya advirtieron a los consumidores que las crisis de los semiconductores se mantendría durante los próximos años. En 2020 auguraron un 2021 complicado (y así lo está siendo) y aseguraron que en 2022 la escasez continuaría teniendo impacto y que la recuperación sería costosa. Para 2023, más de lo mismo.
Los motivos de la crisis
Resolver la crisis de los semiconductores no se limita a fabricar más. Ni mucho menos. Para resolverlo se debe centrar la mirada en varios actores, que va más allá de los fabricantes. El principal factor somos los consumidores, porque nuestra demanda es mucho mayor a la oferta posible en el mercado.
La alta demanda comenzó en los ordenadores y tarjetas gráficas. Por un lado, el teletrabajo provocó que millones de personas invirtieran en nuevo equipamiento tecnológico. Según la consultora IDC, durante el primer trimestre de 2021, y en comparación con el mismo periodo del año anterior, el mercado global del PC creció en un 55%.
Por otro lado, el auge de la minería de criptodivisas ha desencadenado una escasez de tarjetas gráficas. Según los datos aportados por HSU, la demanda de las tarjetas gráficas aumentó entre un 30% y un 50% entre el año 2020 y el año 2021. Asimismo, el precio de las mismas ha aumentado de manera rápida (llegando a cuadruplicarse) y todavía continúa al alza.
Además, el despliegue de las nuevas tecnologías requieren de un alto volumen de circuitos integrados de última generación. Ejemplo de ello es la implantación de las redes 5G o los servicios de almacenamiento en la nube.
Por último, la industria de los semiconductores se concreta en unas pocas compañías, y no han podido dar una respuesta óptima al rápido incremento de semiconductores. Para finalizar, el conflicto latente entre Estados Unidos y China ha agravado la crisis. Las sanciones, aranceles y bloqueos entre ambos países han resentido la capacidad de producción de circuitos integrados.
La producción
Atajar la crisis creando más fábricas es inviable a corto plazo, pues un centro de chips de vanguardia tarda en estar operativo no menos de cuatro años. Además, los gastos de construcción, mantenimiento o la revisión de las máquinas son enormes. El nuevo director de Intel Pat Gelsinger anunció que la compañía invertirá 20.000 millones de dólares para poner a punto dos nuevas fábricas. No termina ahí. El coste derivado de la puesta en marcha será todavía mayor.
Además, las máquinas empleadas son muy sofisticadas y los procesos necesarios no se pueden acelerar debido a que son procedimientos muy complejos y realizados en instalaciones con unos requisitos muy exigentes.
Del mismo modo, la industria de los semiconductores ha priorizado la producción de aquellos chips que les proporcionan más beneficios. En este grupo están los chips más avanzados y complejos, que tienen un precio de comercialización más amplio. Esta estrategia ha tenido un impacto negativo en industrias como la de la automoción, que se ha visto obligada a parar sus plantas de producción debido a la escasez de chips.
Cada industria reclama su trozo de la tarta y exige más cantidad y de manera más rápida los chips. Tanta es la presión ejercida a la industria de los semiconductores que los fabricantes han empezado a auditar los pedidos, para que ninguna empresa pida chips por encima de su necesidad real.
Financiación europea
Con el objetivo de mejorar las capacidades de producción en el mercado del silicio, la Unión Europea podría destinar más de 800 millones de euros para que los grandes fabricantes de semiconductores refuercen sus fábricas en Europa. El reto es duplicar la participación en la producción mundial al 20% y, además, fabricar chips de dos nanómetros antes de 2030.
El comisionado de Mercados Internos Thierry Bretón aseguró que Europa necesitaría ampliar la capacidad de producir chips de nivel medio para poder alcanzar los objetivos a largo plazo de aumentar su participación en el mercado global y producir silicio más avanzado.
Inviable a corto plazo
Es complicado atajar la crisis de los semiconductores, y más a corto plazo. Las dificultades y las altas prestaciones necesarias para fabricarlos complica atender a la amplia demanda. La implantación de las redes 5G; la demanda de tarjetas gráficas para arruinarte con el Bitcoin o la inversión en material tecnológico para el teletrabajo ha disparado una demanda a la que la oferta no estaba preparada.
Toca pedir paciencia y hacer autocrítica del consumo tecnológico de cada uno. También a las grandes empresas. Por más que queramos, la fabricación de semiconductores no se puede acelerar de la noche a la mañana.