ALFREDO VALLEJO
Que la ciencia está en un estado deplorable es un hecho conocido por todo el mundo. Políticos a ambos lados del espectro ideológico se llenan la boca hablando de la necesidad de aumentar el gasto en I+D+i y mejorar las condiciones de un sector precarizado hasta la médula. Para a continuación no hacer nada sobre la primera y clavar un puñal entre ambos omóplatos a los afectados por la segunda. Se podrían escribir eternas elegías sobre este tema, llorando el maltrecho estado de la investigación en nuestro país, cuando no ahondar en toda la plaga de problemas sistémicos que acosan a los investigadores, las universidades y la ciencia en general. Que tienen como resultado un ritmo de publicaciones frenético, plagado de contenido de poca o nula importancia, que solo contribuye a aumentar los beneficios de las revistas científicas. A la vez que reduce la calidad de los contenidos publicados, así como el potencial revolucionario de los mismos. Pues no es lo mismo llevar a cabo un estudio extenso de 5 años, que 5 estudios en el mismo lapso de tiempo. Pero ese no es el tema que nos ocupa hoy, dado que otros ya lo han tratado en mayor profundidad y detalle.
La estafa
¿De qué va eso de la estafa de las publicaciones científicas? ¿Dónde está la estafa de una industria que cumple lo que promete? Publica contenido de carácter científico y garantiza que uno de los elementos cruciales del método científico se cumpla. La revisión por pares (peer review) que consiste en que otros expertos en la materia se lean el contenido del artículo y su metodología para cerciorarse de que tanto el método como las conclusiones son correctas. Sin éste, cualquier hijo de vecino podría publicar un artículo en el que, por ejemplo, se relacionase a las vacunas con el autismo y crease una alarma social contra ellas que tendría consecuencias nefastas para una generación entera, oh wait, eso ya ha pasado. Una vez revisado, se recomiendan correcciones en caso de necesitarlas y se publica el artículo, y ya estaría, hemos hecho CIENCIA. El contenido de ese artículo se presenta en la revista de turno, pasa a conformar el saber científico y sirve de base para que otros investigadores lleven a cabo descubrimientos nuevos.
Sin la revisión por pares cualquier hijo de vecino podría publicar un artículo que relacionase a las vacunas con el autismo y crease una alarma social, oh wait, eso ya ha pasado.
Hasta la fecha, parece que las revistas llevan a cabo su labor y son una parte crucial del proceso de descubrimiento científico. ¿Dónde está el problema entonces? Este se hace evidente cuando tenemos en cuenta, que las revistas bloquean este conocimiento detrás de una barrera de pago. Si quieres leer el paper más puntero del momento tienes que pagar un precio que oscila entre los 10 y 50 euros, dependiendo de la revista en cuestión, o pagar una suscripción notablemente más cara para tener acceso a todo el contenido publicado. Es aquí cuando los más liberales entre el público podríais decir, “¿Y qué tiene de malo que la revista saque beneficio por llevar a cabo su trabajo, sucio podemita?” Ya que la revista necesita pagar a una serie de maquetadores, editores, publicistas, y en los viejos tiempos hasta la propia imprenta y el papel, y no puede hacer este trabajo gratis, por amor a la ciencia. Quedaos con esta última idea, volveremos a ella.
¿Quién paga la cuenta?
La industria de publicaciones científicas genera beneficios de más de 20 miles de millones de euros a nivel global. ¿Pero de dónde sale esta cantidad desorbitada? ¿Cómo es posible que una industria tan minoritaria sea capaz de generar estas sumas? Nos falta una pieza del puzzle para resolver este misterio ¿Quién paga la cuenta? Mayormente, son los propios centros de investigación y universidades, los principales clientes de este sistema. Es decir, son los mismos creadores los que están manteniendo el chiringuito abierto, pagando suscripciones a estas revistas para mantenerse informados de los últimos descubrimientos. En este momento, nuestro público liberal, podría señalar que “Si las revistas están proveyendo un servicio, que tu tengas un problema con el modelo capitalista de la economía, no deja de ser una cuestión ideológica, maldito hippy progre”. Pero nos falta tener en cuenta el último factor para ver el funcionamiento completo y el oscuro secreto que oculta a simple vista.
¿Quién paga la cuenta? Mayormente, son los propios centros de investigación y universidades, los principales clientes de este sistema
Hasta la fecha solo hemos contemplado la dimensión productiva de la ciencia en su aspecto final, una vez terminada la investigación, cuando hay que publicar los resultados. Pero hay que tener en cuenta también su etapa inicial, la financiación en particular. ¿Quién está poniendo el dinero que paga el sueldo de investigadores y recursos? Esta fuente es mixta, participa tanto el estado como el sector privado y dependiendo del país varía el porcentaje que dedica cada sector, 54% público frente a 46% privado en España en 2017. Aunque conviene recordar también que al introducir al sector privado, se introducen de forma velada una serie de intereses económicos que pueden sesgar los resultados a favor de la institución privada de turno (ejem, ejem las tabacaleras y el cáncer de pulmón, las petroleras con el cambio climático o las farmaceúticas y sus medicamentos).
Recapitulando, nos encontramos con que el resultado de investigaciones pagadas con dinero tanto público como privado, se está bloqueando tras una barrera de pago. Ni siquiera podemos argumentar que tras este negocio editorial los autores y creadores estén recibiendo una parte del pastel, como es el caso en las editoriales al uso. Ya que sus sueldos están cubiertos por el estado o las entidades privadas para las que trabajan, al igual que la propia investigación que están desarrollando.
Un parásito
Se puede decir entonces, que la industria de las publicaciones no deja de ser un parásito, un intermediario, que se apropia del resultado del esfuerzo intelectual de estas personas para a continuación vendérselo, en forma de publicaciones. Erigiendo una barrera de pago para el acceso a un conocimiento que se ha subvencionado, en parte, con nuestros impuestos. Alejando de la ciudadanía el acceso a recursos de interés público. Se constituye como un entramado que se aprovecha del conocimiento generado para cobrar a las mismas personas encargadas de generarlo, encareciendo en el proceso el coste de hacer ciencia. Además, hay que tener en cuenta que también se ha de pagar una tarifa en la mayor parte de revistas antes de publicar un artículo. Como broche final, vamos a retomar esa idea a medias que comentaba antes de “hacer las cosas gratis por amor a la ciencia”. Y es que esos expertos en la materia, los pares que revisan los artículos, requisito clave para la validez del método científico, participan en este proceso de forma completamente altruista, sin cobrar un duro.
Se puede decir entonces, que la industria de las publicaciones no deja de ser un parásito, un intermediario que se apropia del resultado del esfuerzo intelectual de estas personas para a continuación vendérselo, en forma de publicaciones
Así que es ahora cuando yo pregunto a los adeptos del liberalismo económico ¿Dónde está aquí el riesgo para empresa y empresario? ¿Cómo se puede justificar un modelo extractivo que privatiza beneficios y resultados de un proceso en que actúa de forma marginal? ¿A qué costes está haciendo frente cuando ya hemos visto que su exposición al riesgo es mínima? No paga a investigadores, ni investigaciones, ni tan siquiera a los propios expertos que revisan los artículos; a la vez que a día de hoy, con el auge de la tecnología digital, ya no tienen que hacer frente a los gastos de impresión y queda todo publicado en la web. Por no mencionar la consecuencia lógica de privatizar el conocimiento. Todo paper que no se publica bajo la etiqueta de Open Acces, queda sujeto a un sistema de copyright que prohíbe la distribución y reproducción del contenido sin pagar previamente. A la vez que capacita a las editoras a perseguir cualquier repositorio de contenido “pirata”, aunque sean estos, en el fondo, los que están impulsando la labor científica al poner disponible este conocimiento a aquellos países o instituciones sin el dinero suficiente para costearse las suscripciones a estas revistas.
Pero mediante este modelo, no solo se limita y ofusca el conocimiento adquirido, sino que también se obstaculiza el progreso de la misma con estas barreras de pago.
Y este es el problema del modelo neoliberal actual, reterritorializa cualquier aspecto del campo social bajo la lógica del mercado y la búsqueda del beneficio económico. Ignorando que hay determinados aspectos de la sociedad que se ven perjudicados más de lo que se benefician de la influencia del capital, como la sanidad, el sistema penitenciario y también en este aspecto de la ciencia. La ciencia, en su concepción más idealista, nació con el objetivo de dotarnos de un conocimiento sistemático, que permitiese comprender nuestro mundo y enriquecer nuestra visión de él, a la vez que mejorar nuestras vidas con los avances y descubrimientos realizados. Pero mediante este modelo, no solo se limita y ofusca el conocimiento adquirido, sino que también se obstaculiza el progreso de la misma con estas barreras de pago.
No todo está perdido, este es un problema del que la comunidad científica es consciente desde hace años, y es gracias a esto, que se han ido proponiendo propuestas y soluciones con el fin de mitigarlo. El Open Access y las revistas gratuitas que no cobran por su contenido, o tienen tarifas de subsistencia, han demostrado ser modelos alternativos viables al de las editoriales tradicionales. Pero esto no es suficiente, las revistas más prestigiosas (aunque esta noción de prestigio y de dónde emerge, es tan discutible que daría para un artículo entero) siguen siendo de pago y bloqueando los contenidos más novedosos e innovadores, que se acaban publicando en ellas. A la vez que la importancia y prestigio de los investigadores está ligado al prestigio de las revistas en que publican. Si queremos garantizar este ideal, se ha de seguir presionando en este sentido, y el primer paso para ello es que la población sea consciente de estos problemas que aquejan al proceso de creación científica. Y comprendan cómo de forma imperceptible se están derrochando recursos económicos que podrían estar siendo invertidos en la propia labor científica, en vez de dirigirse a los bolsillos de los carroñeros que se aprovechan de esta labor para perpetuar sus chiringuitos.