La inseguridad creciente en la ciudad de Barcelona es foco de atención constante, llegando al punto de “crisis de seguridad”. Si bien es cierto que ha aumentado el nivel de criminalidad en estos últimos meses, hemos visto que los partidos políticos y los medios han utilizado esta situación como arma política.
Se está llevando a cabo una gran campaña de desprestigio de la administración del Ayuntamiento de Barcelona (aunque la competencia de los mossos recaiga sobre la Generalitat) e, incluso, se ha llegado a sugerir un despliegue de la Policía Nacional en Barcelona (con la buena fama que tienen los piolines aquí). Aún así, no se puede negar que Barcelona sufre de un grado de inseguridad mayor al de otras ciudades europeas, con más de mil hurtos mensuales, con un aumento de casi un 40% respecto años anteriores, y un 30% más robos con violencia (5.331 casos entre enero y agosto) y 12 homicidios en este mismo período.
Además de esto, Barcelona es también conocida por la activa vida nocturna y por tanto un alto consumo de drogas, siendo la ciudad que más cocaína consume de Europa. Sin embargo, la mayor parte de las víctimas de hurtos son turistas, igual que la mayor cantidad de droga consumida es por estos. Esto, entre otras cosas, es debido al modelo turístico que se ha ido implantando en la ciudad durante los últimos años.
Barcelona es ahora una ciudad que todo el mundo tiene en su lista de lugares pendientes, y la masividad del turismo en la urbe no son todo (realmente muy poco) cosas buenas. El impacto evidente es la gentrificación, que expulsa a los habitantes de los barrios más céntricos (que no los más ricos) a vivir en las periferias. Esto ocurre porque, al venir grandes masas de turistas con mayor capacidad adquisitiva que los locales, no solo implica que haya un gran aumento en los precios de la vivienda en los barrios (ya que una gran parte de los pisos son utilizados de alquiler, dejando además la puerta abierta para que entren los fondos buitres) sino que también destruye los pequeños negocios, obligándoles a cerrar y ser sustituidos por tiendas enfocadas exclusivamente al turismo (como las de souvenirs) o naifs “entrepreneurs” cuyo negocio no dura más de dos años.
Las consecuencias más evidentes son la expulsión de los habitantes y los pequeños negocios y la enorme precarización del trabajo, además de la gran dependencia en el capital extranjero. Como vemos, este problema a quién afecta realmente es a las “clases bajas y medias”, en otras palabras, a la clase trabajadora. Es por esto por lo que debemos englobar el problema en la lucha de clases y analizar el modelo turístico desde la perspectiva de clase.
Además de esto, como he comentado anteriormente, una gran parte del turismo en Barcelona es por su gran vida nocturna. Cualquier noche del año puedes salir por el centro y encontrarás clubs, bares y discotecas abiertas dispuestas a acoger a guiris por precios absurdamente altos.
Ya desde la tarde, paseando por las ramblas de Barcelona o por la playa de Vila Olímpica, te van a ofrecer al menos cinco veces ir a un “coffee shop” a por marihuana o hachís, aunque en algunos de ellos venden también drogas duras como cocaína y heroína, o sino las puedes encontrar con la misma facilidad en algún vendedor de la calle. Debe de ser muy gracioso para un guiri encontrar tantas facilidades para drogarse y emborracharse en un lugar tan lejano de casa y hacer el tonto en la calle, pero no lo es tanto para los vecinos, que no solo han de soportar sus gritos de macho alfa, sino que tienen que vivir en barrios en los que poco a poco se va afianzando la precariedad y el narcotráfico y su consiguiente aumento de inseguridad.