El ilustrador y arquitecto Antonio Cantero ha recopilado todas sus viñetas sobre la pandemia en el libro Un virus en los locos años 20
Este reportaje fue publicado previamente en El Salto | Hordago.
Desde su estudio de arquitectura, en un tercer piso frente a la plaza Santos Juanes de Bilbao, dos ventanas miran al puente de San Antón. Pegado a la Ría, Antonio Cantero (Valladolid, 1968) trabaja los planos, los encargos, los proyectos, pero también forma pilas y pilas de garabatos, ilustraciones improvisadas, bosquejos a lápiz o bolígrafo. Huele a óleo. Sobre un caballete, un lienzo. Y sobre el lienzo, color. Le da igual cómo dibujar, el momento, la herramienta. Con cera, un pincel, un palo con pintura o en su tableta digital. “Si no puedo dormir, me pongo a ilustrar en ella”, confiesa. Su método, producir y producir. Incansablemente.
Empezamos, como no, por el principio, ¿quién es Antonio Cantero?
¿Antonio Cantero? Un arquitecto de profesión y dibujante por devoción. El dibujo me ha acompañado desde muy pequeño. Me propuse estudiarlo, y, entonces, en Valladolid, las opciones que tenía eran pocas. No había Bellas Artes, así que me formé y gradué en Arquitectura. Dibujo y dibujé siempre, pero la vida da vueltas y vueltas: un trabajo, una familia. Y el dibujo queda para las horas muertas. Llegué a Bilbao y aquí se me acogió. Ahora desde mi ventana veo el escudo de la ciudad.
¿Qué hace un arquitecto urbanista? ¿Cómo puede reconocer un ciudadano de a pie una obra trazada por un profesional tan específico?
Eso pone en mi título, pero me he especializado en rehabilitación, restauración. Un urbanista realiza los planes de ordenación y organización del territorio, un restaurador va al detalle. Si un urbanista piensa en cómo confluyen las ciudades, el rehabilitador y restaurador piensa en cómo se adhieren la piedra y el ladrillo.
Y un buen día decides dar el salto y hacer públicas tus viñetas, tus ilustraciones.
Hubo un momento en el que, defecto profesional de la arquitectura, solamente dibujaba líneas. Empecé a preguntarme dónde quería estar, cuál era mi fundamento, se consagró una revolución interior. También fue necesario el empujón del grupo de artistas bilbaínos DibujaTolRato. Una vez me los encontré por la calle y les pregunté. “Estamos dibujando en la calle, únete”. Así que me uní.
“Dibujo sin querer, de forma emocional e intuitiva”
Pero tiene que haber algo más, una semilla, ¿no?
Tenía ganas de dibujar compulsivamente. Me salía de dentro. Y más con la llegada del encierro debido a la pandemia.
¿Y de niño?
Mi tío publicaba una tira cómica en prensa todas las semanas. Pasaba una cosa maravillosa: nos llamaba por teléfono y nos decía que iba a contar un chiste −que lo iba a dibujar− donde aparecían unos niños y nos preguntaba si queríamos salir nosotros en el dibujo. Allí íbamos mi hermano y yo, a su casa, encantados. Y aparecíamos, entonces, en la tira cómica de esa semana. Eso me dejó maravillado.
¿Cómo es tu proceso de creación?
Inesperado y sin querer, como casi todo en mi vida. El otro día estaba haciendo unos planos sobre la estructura de un hospital antiguo, me llegó una notificación al móvil con lo que estaba ocurriendo en Reino Unido y me puse a dibujar una caricatura de Boris Johnson. Los dibujos me salen sin querer, de forma emocional e intuitiva.
¿Estableces límites en el humor?
Por supuesto. Hay límites. También hay autocensura. Pero son cosas diferentes.
¿Sobre qué no harías humor, entonces?
No haría humor para violentar, no haría humor si hace daño ni para no crecer como ser humano. No denigraría. Ni tampoco haría humor para favorecer a los favorecidos, a los poderosos, ni desfavorecer a los ya vulnerables.
Te dedicas a la arquitectura y a la ilustración, al humor gráfico, para ser concreto. Sigues los pasos de, entre otros, el gran dibujante Peridis. ¿Qué es lo que une ambos oficios?
El dibujo es la mejor herramienta de análisis del objeto. Eso tienen en común. Al dibujar haces una abstracción, eliminas lo superfluo. Hacer arquitectura es como hacer retratos. Voy por la calle y no puedo no analizar. Analizas la composición de la cara del individuo, luego la expresión, la emoción física, la belleza interior de la persona. Sabes si la persona está nerviosa, si guarda calma. Si en una vivienda has analizado el proyecto, luego has de buscar la finalidad: qué estoy solucionando. Finalmente, el trabajo ha de ser del gusto del cliente. Hacer un retrato es como planificar una obra arquitectónica.
En abril comienzas a colaborar con Hordago, ilustrando casi a diario la pandemia. Y llamaste La nueva anormalidad a esta crónica cotidiana que dura hasta hoy. ¿Qué te llevó a lanzarte?
Una carambola. Es como cuando te encuentras en Internet un pintor con un cuadro buenísimo y dices: “Está al nivel de Velázquez”. Pero no está en el lugar en el que estuvo Velázquez, ni en el momento. Algo así. Yo estaba en el lugar y en el momento adecuados. Fue casi todo fruto de la casualidad.
Decía el periodista y comunicador Jonathan Martínez que la política española se presta mucho a la “mofa popular, a la viñeta cómica y al sketch humorístico”. ¿Corren buenos tiempos para ilustradores y viñetistas? ¿Es inspiradora la situación política y social?
Donde hay picor se puede rascar. Tener cosas que decir es necesario para dibujar. Buscas aportar tu visión crítica, tu granito de arena en la visión de la realidad.
“Al dibujar haces una abstracción, eliminas lo superfluo”
Y después de atreverte a publicar en prensa, decides recopilar esas ilustraciones y lanzarte de nuevo, quizá desde más alto, y publicar un libro de esta crónica pandémica gracias a un crowdfunding en Verkami. ¿Cómo surgió la idea de este piscinazo?
De nuevo, sin querer. Casi todos mis actos son inconscientes. En mi profesión siempre me dicen que me tiro a las piscinas sin agua. Entro en un edificio y digo aquí hay que hacer todo esto, todo eso… y al que viene detrás se le cae el alma a los pies. Pero vamos a hacerlo. [Risas]. El libro es otro acto de inconsciencia más en mi vida.
Y un paso gigante.
Quise exponer en los bares, pero nos los cerraron. [Risas]. De hecho, hice una exposición en el local de un amigo el 10 de marzo. [Risas]. Fue un desastre. Pensé que estaba gafado.
En poco más de dos semanas has conseguido el objetivo económico para sacar tu libro de ilustraciones. ¿Pensaste que lo lograrías?
Consecuencia de ser un inconsciente, que no lo piensas. Nunca lo hubiera pensado. Y en solamente un par de semanas. Un virus en los locos años 20 estará pronto en la casa de más de 90 mecenas que han aportado su dinero. Aún pueden seguir aportando. El objetivo económico que establecimos es un mínimo para empujar la edición. Pensaremos en la tirada. Cuantos más libros lancemos, mejor. ¿300? ¿400? Los que la gente quiera.
Realmente no existen facultades o estudios especializados en viñetas, humor gráfico, opinión dibujada. Todos y todas, en mayor o menor medida, sois autodidactas.
Aunque sí tengo referentes y referencias, inevitablemente, como pueden ser Quino o Mingote, no me enmarco en ninguna escuela especial del dibujo. Es más, soy un poco antiescuelas. Y sí, me considero autodidacta.
Las escuelas perfilan tu manera de dibujar.
Las escuelas hacen que pierdas tu pureza. Si caes con un profesorado no muy bueno, te puedes malograr. Te formas mal. Y después, a desandar el camino. He aprendido más de otros amigos que dibujan, sobre todo técnica. Ves cómo hacen y lo haces tú. Eres quien observa, no hay intención de enseñar.
¿No puedes aprender en una escuela?
El humor y la ilustración, en mi caso, es tan personal y emocional que es difícil que te lo enseñen. Podrías perder tu estilo. El aprender en una escuela te aleja de ello. Luego tendría que esforzarme en recorrer el camino inverso.
Decía el dibujante y caricaturista Tignous, asesinado en el atentado contra Charlie Hebdo: “Un dibujo bien hecho hace reír. Cuando está de verdad bien hecho, hace pensar. Si hace reír y pensar, es que es un excelente dibujo”. ¿Qué papel tiene el humor gráfico en el pensamiento de nuestra sociedad?
Lo acerca. Lo entiendo como una herramienta para que los lectores se pregunten a sí mismos. Lo gráfico es muy directo. Abres los ojos y lees lo que te cuento. Los dibujos en prensa tienen que ser directos y sencillos, pero tienen que hacerte llegar un mensaje que, a su vez, te cuestione. La risa, en este caso, sería la consecuencia del acto intelectual previo del profesional del dibujo. Si te ríes, llega, ganas.
Plasmas tus opiniones con el humor gráfico y acercas la información.
Hay quien usa el humor para informar, pero yo no lo pretendo. Me conformo con la crítica a la información. Exagerar, llevarla a lo absurdo y plasmar así, mi opinión sobre unos hechos.