Con las elecciones de Madrid –esa España dentro de España– a la vuelta de la esquina, volvemos a escuchar esa “terminología antigua”, esa clase olvidada por muchos: la clase obrera. Por un lado, la socialdemocracia, a la vez que habla de “escudos sociales” y se autoproclama el “gobierno más progresista de la historia”, reivindica orgullosamente los ERTEs y las decenas de millones de euros dedicados a subvencionar a los empresarios.
Por otro lado, la extrema derecha con su sindicato Solidaridad –con la patronal, evidentemente–, y aquella cantinela de que “la patria es la única defensa que tienen los trabajadores”, que quizá nos suene del yugo y las flechas, de esa combinación entre el “sindicalismo” y el nacionalismo (¿nacionalsindicalismo?… ¡ups!).
Ahora todos hablan de los trabajadores, apelan a ellos como actores pasivos que pueden utilizar a su favor en el mercado de votos, pero los ataques a los derechos sociales y laborales y al nivel de vida de la clase trabajadora en general no cesan; es nuestra clase la que siempre tiene que pagar por las crisis que provocan los capitalistas. Ante tanta confusión, tantos estímulos, tantos discursos vacíos y tanto teatro, se pone sobre la mesa un falso dilema que genera aún más confusión: ¿comunismo o libertad?
Libertad
Los adalides de la libertad, esos que se dan de la manita con la ultraderecha, vociferan ante los “socialcomunistas”, los “rojos” y los “totalitarios”. Sin embargo, es cuanto menos curioso el concepto que tienen de libertad. Decía Ayuso el otro día que libertad es poder “cambiar de pareja y no volver a encontrártela nunca más”, o que, pese a la situación de crisis y pandemia que estamos viviendo, libertad es “poder tomarse una caña en el bar”.
Ante este cúmulo de sandeces, y ante la palabrería vacía sobre la libertad tanto por parte de la izquierda como de la derecha, debemos poner sobre la mesa una cuestión esencial. Y es que siempre que nos hablen de libertad o democracia en abstracto, nosotros debemos preguntarnos, libertad ¿para quién?
La pandemia ha dejado al descubierto muchas de las contradicciones del capitalismo, que dificultan y enlentecen la vacunación masiva de la población, que privatiza y mercantiliza absolutamente todo lo que puede para que el capital pueda seguir acumulándose, que deja sin trabajo a casi cuatro millones de trabajadores, que ha aumentado la desigualdad de manera exacerbada, que desahucia a miles de familias, etc.
¿Qué tipo de libertad podemos encontrar en esta situación? Nosotros, ninguna. Ellos, los capitalistas, ahora más que nunca gozan de su libertad, de la libertad que tanto defienden sus socios en política, de la libertad que es propia de este sistema: la de explotar hasta lo irreductible a los trabajadores para seguir acumulando sus riquezas.
Comunismo
En contraposición a su libertad, resucitan el fantasma del comunismo. Pese a que la derecha acuse de comunistas a partidos socialdemócratas como Podemos o IU, estos últimos han declarado de manera reiterada –y así lo demuestran sus políticas– que no aspiran a más que reformas socialdemócratas que, en última instancia, siguen facilitando la concentración y acumulación del capital y la perpetuación de la explotación capitalista.
Hay quien dice que el marxismo está anticuado, que quizá fue útil en su momento, pero que ya no vivimos en el mismo mundo. Pues, de hecho, sí que vivimos en el mismo mundo, ¡y en el mismo sistema! Aunque haya cambiado la superestructura –nuestras instituciones, nuestro modo de vida e incluso nuestras ideas–, cuyo desarrollo ha sido magníficamente analizado por marxistas posteriores, las bases del sistema capitalista siguen siendo las mismas.
Hay otros que afirman que ya no existe ni la clase obrera ni la burguesía. Esta perspectiva es tan corta de miras que cree que ser obrero implica vestir un mono azul, y que el burgués es quien lleva un sombrero de copa. Sin embargo, ser trabajador o ser burgués no está determinado por si uno es rico o pobre, sino por su posición en el modelo productivo.
En el sistema capitalista los medios de producción están en manos privadas. Quien los posee son los capitalistas, y aquél que está desposeído de estos medios, que lo único que tiene para vender es su propia fuerza de trabajo –tanto manual como intelectual–, forma parte de la clase trabajadora. ¿Podemos afirmar, acaso, que ambas clases ya no existen?
Los capitalistas, al tener en su propiedad los medios que trabajan los trabajadores, tienen la capacidad de apropiarse de una parte del fruto del trabajo de estos. A esto le llamamos explotación: a la extracción de la plusvalía por parte del capitalista a sus trabajadores. ¿Podemos afirmar, acaso, que ya no existe la explotación capitalista?
El capitalismo, cuanto más putrefacto sea, más vivo está. Ya nos advirtió Marx de que “el capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y los seres humanos”. Por eso, hoy, Día Internacional de los Trabajadores, es tan importante reivindicar no solo nuestros derechos, sino nuestros intereses y nuestros objetivos: la abolición de la explotación y de la propiedad sobre la que se sustenta.
Frente a su libertad, nuestra libertad: el comunismo.