Hoy, 14 de febrero, se celebra en Catalunya la fiesta de la democracia. Millones de personas harán cola para hacer la buena acción del día, para cumplir su deber como buenos ciudadanos, para participar en la máxima expresión democrática: poner un papelito en la urna. Luego cada uno volverá a su casa emocionado, esperando que su voto sea el decisivo, que el partido que ha votado tenga la mayor representación parlamentaria posible.
Llevamos dos semanas de campaña electoral, con debates, discusiones, insultos… Todos los partidos quieren hacerse notar, marcar su diferencia con el resto, hacer ver a la gente que ellos tienen la receta mágica para todos sus problemas: la crisis, la pandemia, la educación, la sanidad… Es curioso, sin embargo, que tras tanto griterío y tanto insulto, las políticas que se acaban adoptando tanto de un lado como del otro se caracterizan por algo común: un marcado interés de clase.
Democracia y capitalismo
Nos prometen servicios públicos mientras los externalizan, nos hablan de políticas sociales mientras recortan derechos laborales, nos hablan de trabajo mientras aumenta el paro. Los pocos movimientos que puedan hacer los partidos que gobiernen, las pocas políticas que puedan aplicar, no serán más que medidas estéticas, y con suerte pequeños parches a problemas sistémicos.
Y es que lo que debemos plantear aquí es, precisamente, de dónde vienen los problemas de la gente: el paro, el retroceso de nuestros derechos, la privatización de los servicios públicos, el racismo, la pobreza, la violencia de género, etc. ¿Acaso no están estos problemas profundamente ligados con el sistema capitalista? ¿No vienen derivados de las dinámicas de acumulación del capital, que empuja a la miseria a la gran parte de la sociedad; de la división sexual del trabajo, que relega a la mujer a un segundo plano de sumisión; del expolio imperialista, que provoca guerras y pobreza, y empuja a la emigración forzada?
Todos estos problemas, de los que los políticos se llenan la boca como si tuviesen la solución mágica, son inseparables del sistema capitalista. Unos se envuelven de una bandera y otros de otra, pero el parlamento no es más que el circo en el que se disputan los intereses de las diferentes partes de la burguesía. Unos defienden los intereses de los grandes capitalistas españoles, otros de los catalanes, otros de la pequeña burguesía de un lado, otros de la otra… Lo que sin duda no hay ahora mismo en el parlamento es la voz del pueblo trabajador. No hay aún ningún partido que se suba a la tribuna a denunciar la farsa de la democracia liberal, donde los acuerdos se toman en los pasillos y en los despachos de la patronal, y nunca podrán dar, dentro de los marcos del sistema actual, una solución efectiva a los problemas del pueblo trabajador, de la mayoría social.
Democracia… ¿Para quién?
Ante esta situación, sin embargo, no debemos desilusionarnos. No se trata de abstenerse o votar en blanco, ni de quejarse mientras seguimos en el sofá de nuestra casa. Se trata de construir un partido desde la calle, desde los centros de trabajo y desde los centros de estudio, que organice al pueblo trabajador alrededor de un programa propio, de un programa que represente los intereses de la clase trabajadora, y que entienda que mediante las instituciones de la democracia liberal no se pueden conseguir solucionar los problemas de la gente.
Se trata de hacer entender que la democracia no es algo en abstracto: la democracia es o para los capitalistas o para los trabajadores, y nuestro deber para acabar con la explotación y todo tipo de desigualdades y opresiones es precisamente acabar con esta democracia para unos pocos, la democracia capitalista, para construir una democracia para la mayoría social: el pueblo trabajador.
Al fin y al cabo no podemos hablar de justicia social mientras exista la explotación de los trabajadores por los empresarios; no podemos hablar de libertad mientras tengamos que aceptar cualquier contrato precario porque necesitamos trabajo; no habrá paz mientras los capitalistas de nuestro país explotan en condiciones de semi-esclavitud a personas en otras partes del mundo; no existirá la igualdad entre el hombre y la mujer mientras el sistema económico se base en la división sexual del trabajo… En definitiva, no podemos hablar de democracia mientras el pueblo trabajador no sea quien se apropie del poder político y construya un sistema hecho por y para la clase trabajadora.