La madrugada del 8 de julio de 1994, dos horas después de la media noche, Pyongyang vio, por última vez y por mucho tiempo, ponerse el sol. Kim Il-Sung había muerto de un ataque al corazón. Inmediatamente después, un compungido locutor de la agencia oficial norcoreana, KCNA, comunicaba que el Gran Líder había fallecido por una “infracción miocardial grave debido a una fuerte tensión mental a la que siguió un ataque al corazón”.
Una de las frases más destacadas de Kim Jong-Il (hijo de Kim Il-Sung y padre de Kim Jong-Un) decía que “un pueblo que no tiene un líder destacado, no difiere de un huérfano”. A propósito de las imágenes que recorrieron las televisiones occidentales donde los ciudadanos norcoreanos, desconsolados, lloraban su muerte. Unos podrían asegurar que, por aquel entonces, Corea del Norte era una nación huérfana, mientras que otros podrían definirlo como un desfile de plañideras.
Kim il-sung, de guerrillero a gran líder
De origen campesino y militante de las juventudes comunistas coreanas, Kim Sŏng-ju nació el 15 de abril de 1912 en la localidad de Mangyongdae. Durante la ocupación japonesa de la península de Corea, el que pasaría a ser el primer presidente de la República Popular Democrática, fue uno de los guerrilleros coreanos que lucharon junto a las tropas de Mao Tse-Tung (1893-1976) para expulsar al imperio nipón. Fue en su etapa como miembro de la guerrilla antijaponesa cuando adoptó el nombre de Kim Il-Sung, tras la muerte de un ex-guerrillero que llevaba este nombre.
LA GUERRA DE COREA, UNA HISTORIA INTERMINABLE
Finalizada la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Japón abandonó la Península y “El Sol” regresó a Corea. Tres años después, se erigiría como la figura de máxima autoridad en el recién fundado país (1948) hasta su muerte en el año 1994. Durante la Guerra Fría (1947-1991), el avance de los bloques capitalista y comunista se detuvo en el Paralelo 38. Las tensiones entre Kim Il-Sung al norte y Syngman Rhee al sur desembocaron en el estallido de la Guerra de Corea el 25 de junio de 1950. El casus belli fue la invasión del Sur por parte del líder norcoreano, con la ayuda de Stalin y de Mao Tse-Tung, en aras de unificar la Península.
Tres años después, con más de 3´5 millones de víctimas mortales, Corea del Norte, China y Estados Unidos firmaron el armisticio de una guerra sin vencedores ni vencidos. No obstante, Corea del Sur no estuvo presente ya que Syngman Rhee deseaba continuar hasta el final de la contienda. Desde entonces y, hasta ahora, la Península de Corea se mantiene, de facto, en un alto al fuego donde ninguna negociación de paz ha llegado a hacerse efectiva.
LA FILOSOFÍA JUCHE COMO PASAPORTE A LA SUPERVIVENCIA
La caída del telón de acero y el inminente desplome del bloque comunista hizo saltar todas las alertas del estratega norcoreano. Así pues, Kim Il-Sung decidió demostrar al mundo que Corea del Norte se regiría por su propia ideología: la filosofía Juche. Así, nada tendría que ver el pueblo norcoreano con la URSS. De hecho y, como ya explicó en una entrevista para lamordaza.com el Delegado Especial de Corea del Norte, Alejandro Cao de Benós, “la ideología Juche es el comunismo al estilo coreano y no puede ser exportada por otras naciones”.
Así pues, el Presidente Eterno blindó el modelo socialista que había implantado en su país; un modelo que, a finales de los años 60 se terminó de consolidar con la “imposición de un Sistema de Ideología Única que tenía como objetivo transformar las mentes de cada uno de los norcoreanos para que piensen y actúen como un solo hombre”, según el periodista Roger Mateos.
Todo ello, unido a la campaña de demonización del modelo capitalista y a la censura de toda influencia del exterior para garantizar la cohesión social y la estabilidad política, hacen del país una anomalía ante los ojos de la comunidad internacional y un paraíso comunista o dantesco infierno para el pueblo norcoreano.
POROSIDAD DENTRO DE LA AUTOSUFICIENCIA
Una de las pretensiones del líder norcoreano fue la de la autarquía en el seno del paraíso comunista que pretendía crear. La colectivización de la agricultura, la militarización del país y la sucesión de sendos planes quinquenales fueron algunas de las principales medidas adoptadas por Kim Il-Sung; todas ellas bajo el paraguas de la autosuficiencia económica y el patriotismo popular.
Sin embargo y, pese a que Corea del Norte siempre fue el “hemisferio rico” de la Península, el fin del socialismo y la muerte de Kim Il-Sung, “quedaron al descubierto las miserias del país, las tremendas desigualdades y los innombrables abusos. Pyongyang era un enorme mausoleo a mayor gloria del Líder Supremo, mientras que el resto del país es un recordatorio de la pobreza, la desidia y la desolación”, según narra el prólogo de La Marcha Infinita (Choi, 2017).
En definitiva, en los años 90, el legado heredado por Kim Jong-Il, en tiempos de crisis, puso en jaque a un impotente estado paternalista en el que “los llantos de los bebés no se oían porque ya sabían que no había nada para comer” (extracto del programa emitido en CBS el 2 de octubre de 1997). Fue así como comenzaron a proliferar precarios mercados que se fueron consolidando como el eje fundamental de la sociedad norcoreana actual.
Tanto es así que, ahora, “el consumo es la moda y la política de Pyongyang, como demuestra la iconografía que sustituye los antiguos pósteres de misiles nucleares volando rumbo a la Casa Blanca o a los imperialistas estadounidenses y japoneses bajo la bota norcoreana”. Estas eran las palabras de la periodista Mónica G. Prieto en uno de sus artículos para la Revista 5W en el que hablaba de cómo uno de los supermercados del barrio Mangyongdae de Pyongyang, entre promociones de champúes, cervezas y papel higiénico locales, también dejaba hueco a importaciones como los vinos o licores franceses e italianos.
EL TÓPICO INFORMATIVO NORCOREANO
La superioridad moral e intelectual con que siempre ha vivido occidente nos ha llevado a mirar “al otro” como “lo incivilizado”. Desde el origen de los tiempos hemos tratado de explicar oriente con occidente, sin reparar en el hecho de que nuestras culturas son totalmente distintas. Para más inri, tratamos de evaluar a los países en función de lo que nos dicta el Consejo de Seguridad. Un organismo que, como decía Eduardo Galeano, está integrado por cinco potencias, con derecho de veto, que, curiosamente, “son las principales productoras de armas que hacen negocio de la guerra, mientras se ocupan de la paz”.
Referirse a Corea del Norte como esa hermética burbuja, cargada de armas nucleares hasta los dientes y capitaneada por la tercera generación de una tiránica dinastía que idiotiza y pauperiza a su pueblo, torturando a todo el que piensa diferente, es el discurso tópico y fácil del que hemos abusado los medios de comunicación. El periodista debe dar voz al que fue privada de ella porque el periodismo debe estar al servicio de las sociedades y no al de sus cúpulas políticas. Ahora bien, emitir juicios de valor en lo que llamamos información y no opinión es condicionar al lector y liquidar una de nuestras misiones: hacer reflexionar a la gente, desde la información y no desde la opinión.
LA NECESIDAD DE REFLEXIONAR
Somos informadores, no opinólogos. Si pretendemos contar la realidad norcoreana y atacar a las dictaduras y demagogos de todas clases, habremos de invitar al lector a hacerse preguntas. ¿Por qué todos conocemos Corea del Norte y no otros países que viven bajo el yugo de una dictadura que oprime a su pueblo? ¿Acaso la carrera armamentístico-nuclear no ha sido y sigue siendo la gran baza del país para asegurarse un lugar en el panorama internacional y prevenir invasiones como la de Irak? ¿Hasta qué punto las tres generaciones Kim encarnan la figura de meros gorditos que comparecen ante los medios oficiales en los ensayos nucleares y no astutos estrategas que han sabido asegurarse su posición en el trono?
Entre tanto, los norcoreanos seguirán celebrando a los pies del embalsamado cadáver de Kim Il-Sung, entre tanques y militares, cada 15 de abril “El día del Sol”, para conmemorar el nacimiento del que marcaría el año cero del calendario norcoreano. ¿Fue uno de los mayores tiranos de la historia junto a sus dos generaciones venideras o fue el primer padre la nación?, ¿hizo algo bueno por su pueblo? Estas son respuestas que solo podrán darnos los propios norcoreanos, todas las conclusiones que podamos sacar nosotros, son sólo conjeturas.