Pepa Flores, Goya de Honor para un leviatán comunista

PEPA FLORES RECIBE EL GOYA 2020

Marisol, la niña de Moscú, recibe el premio de la academia por su trayectoria en las artes escénicas

Josefa Flores González nace en Málaga un 4 de febrero de 1948. A los 12 años estaba recibiendo el premio a mejor actriz infantil en la Mostra de Venecia por Un rayo de luz. Empezaba entonces, su aventura como mujer instrumentalizada por el Régimen como elemento de propaganda. Marisol, la niña prodigio, era la viva imagen del ambiente del renacer franquista. España era una grande y libre, y libre. Y libre. Eso quisieron mostrar al mundo. Este 2020 ha recibido el Premio Goya de Honor por su trayectoria, pero Pepa Flores, si acaso, lo vio desde la pantalla de la televisión de su casa. Se negó a acudir, así lleva desde el 85: en la sombra, en el anonimato y en la lucha.

La sociedad española creyó en ello. España era Marisol. España era una y no cincuenta y una. Marisol, qué nombre tan apropiado para una España heliocentrista. El país del renacer democrático, del Mari-sol naciente. La nueva democracia traería la libertad sexual, dijeron. Pero solo rasgó las vestiduras de la sexualización.

Se dio un paso: el hábito y el voto de castidad a la excusa de la liberación sexual como alimento de hombres voraces que ahora se veían legitimados a ser animales en público.

Interviú nace un 20 de mayo de 1976. Antonio Asensio explicabla los motivos de la creación de esta revista que se vio obligada a desaparecer hace este mes de enero, justo dos años, en 2018: «A los españoles les faltaba sexo, les dimos sexo. Faltaba claridad, les dimos la libre expresión de los columnistas. Era un traje a la medida. Era un cóctel. Pero no molotov».

Tardofranquismo sexualizador

Marisol apareció en una de las portadas del semanario. La fotografía se ha quedado pegada como un chicle en nuestro imaginario colectivo. Es la respuesta al “¿Qué fue la Transición?”. Pues eso: una mentira. Unas fotos acompañadas del sumario «MARISOL, desnuda y joven». La España que renacía, renacía a través de una red elitista y patriarcal que marcaba el horizonte cultural. La España que volvía era una España cuasipederasta, que añoraba los dulces 12 años de ‘la niña prodigio’. Pero claro, libre sexualmente. Libre sexualmente si eras un hombre.

Siendo ya Pepa, habiéndose despojado de Marisol, la artista dio una serie de entrevistas donde, por qué no, podríamos situarla a la vanguardia del #metoo: “Yo estaba como secuestrada. Cuando ya siendo mayor quería conocer chicos me lo prohibían. Y si de los que conocía me gustaba alguno, me lo aislaban inmediatamente. Yo era intocable, ¿entiendes?, era su negocio”.

Además de ese secuestro a cambio de pesetas, Marisol, siendo niña, recibía palizas de parte de la amante del empresario que había contratado a su coro. Pero, sin lugar a dudas, el peor episodio lo sufrió con el fotógrafo de las imágenes más famosas de la Transición: «En uno de aquellos días que estaba yo en el estudio, el fotógrafo este se puso a desnudarme, a meterme mano por todo el cuerpo y a preguntarme si ya me había hecho mujer. (…) el fotógrafo mutilado nos amenazaba para que no dijéramos nada. Más tarde descubrimos en la cocina muchas fotos de niñas desnudas con vendas en los ojos».

Todo ello acabó con Pepa. Dos intentos de suicidio precedieron a una larga juventud de esclavitud. Hasta que decidió romper con aquello. Con el negocio y con el supuesto molde para otras generaciones que suponía ser. En nombre del Franquismo y de los nuevos tiempos.

Pero tanto Marisol como Pepa Flores, voces de oro, interpretaciones de brillo, eran en una la oposición al Régimen y lo que este representaba. Orgullosa de su clase y de sus raíces. Criada en una barriada alejada de la mano de Dios se atrevió con esas palabras: “Soy una obrera de la cultura, me fusilarán antes de traicionar a mi clase”. Se manifestaba, también, bajo las siglas del Partido Comunista. Y era más grande que las siglas y lo que estas representaban.

Y es que la Transición fueron fotos publicadas sin el consentimiento tácito de Pepa Flores, como lo fue la redacción de la Constitución del 78, un teatro falso que hoy nos averguenza: Fraga y Carrillo dramatizaron un supuesto diálogo que sentó las bases de lo que hoy conocemos y vemos tambalearse.

Pepa vendió los premios que le había otorgado Franco para apoyar la causa comunista. Junto a su compañero, el también artista y bailarín Antonio Gades, encabezó y lideró como cara visible marchas contra el Franquismo. Al Régimen, esta vez, el tiro le había salido por la culata y se había disparado en un pie. La niña de Moscú, sobrenombre por el que llegaron a referirse a Pepa, dejó la vida pública con 37 años. Antes de hacerlo por completo, en el 86, acudió a Vitoria a apoyar a Herri Batasuna: “He venido hasta aquí para expresar mi sentimiento de solidaridad y apoyo a la lucha de este pueblo”. Pepa seguía incomodando a los nuevos demócratas.

Los mismos que abanderaron y abanderan su cuerpo desnudo como símbolo de Transición y democracia, los mismo que se masturbaría por su cuerpo (añorado) de niña, esos mismos que resudan caspa y olor a cerrado, justo esos no lo dudarían: Pepa Flores era una enemiga de España, una filoetarra, el leviatán comunista personificado.

Interviú, en su último número en papel, lanzó de nuevo su cuerpo desnudo como portada, volviendo a la instrumentalización de su nombre.

Ojalá hubiera acudido a los Premios Goya a contarnos la verdad: todo ha sido una mentira.