Ser progre es un insulto transversal. Todos lo hemos utilizado alguna vez, los de derechas, los de izquierdas, anarquistas, jubilados y mediopensionistas. Decía Julio Anguita: “Insúlteme usted si quiere, pero no me llame progre”. Aunque a veces no seamos conscientes, porque de tanto mal usarlo lo hemos vaciado de contenido, se trata de un calificativo muy relacionado con la idea de la falta de voluntad política y coherencia; el progre es la “izquierdita cobarde” si nos proponemos imitar, como muchos disfrutan haciendo, el lenguaje políticamente incorrecto de formaciones ultraderechistas.
