Por Ainhoa de la Peña (En Instagram @ainhu_)
La ciberadicción forma parte del día a día. Vemos la vida a través de pantallas e intentamos dar la imagen perfecta aunque diste de la realidad. Es la era digital, donde las relaciones también mutan.
Vivimos enamorados de lo digital. Son muy pocas las personas que presumen de tener una vida privada cien por cien al margen de esa locura que es la red. Publicamos fotos, compartimos vídeos, retuiteamos mensajes y, cómo no, buscamos pareja. Porque, aunque parezca increíble, Internet también se ha convertido en el escaparate del amor y marca las nuevas relaciones: las 2.0.
La gente ya no se junta para hablar de su vida y contar sus experiencias, sino para comentar todo lo que se ve en las redes. Tiene sentido, ¿por qué iba a preguntarte tu mejor amiga cómo lo has pasado en las vacaciones a Bali si ya has subido 240 instastories relatando tu viaje en Instagram? La necesidad de informar de lo que hacemos en cada momento es ya parte de nuestro ser. Nadie se asombra si publicas el nuevo outfit que te has comprado o si tuiteas que tienes hambre a las dos de la mañana un domingo. Porque lo raro es no hacerlo.
Y entre toda esa moda de dar la imagen perfecta en la red, se cuela el tema del amor. Hasta los dichos populares nos aseguran que para ser feliz hay que encontrar a nuestra media naranja. Y, si los dichos populares fueran de nuestra era, también añadirían que no se puede ser feliz si no subes 500 fotos cursis demostrando lo envidiable que es tu relación (otra de las características de las relaciones 2.0). Un estudio reciente muestra que son 500 millones de usuarios los que hacen uso de los stories de forma diaria.
“¿Ya tienes novio/novia? ¡Yo a tu edad ya estaba más que casada!”, te preguntan en una comida familiar. Y a ver cómo le explicas a tus abuelos, que nacieron hace más de medio siglo y cuando ni siquiera existía la televisión en color, que ahora la cosa no va de novios o novias que conoces una tarde en el parque, sino de descargarte aplicaciones y dar match. Abuelo, abuela, mis relaciones son 2.0.
Así es. Si exploramos la nube encontramos Tinder o Grindr, el último grito entre las apps para buscar pareja. Tenemos la búsqueda del amor, literalmente, en la palma de la mano. Después sólo hace falta deslizar hacia la derecha o izquierda. Parece un gesto adictivo, pues sólo en 2017 los españoles realizaron más de 10.000 swipes en Tinder. Y entre estos ‘buscadores del amor’, Ceuta encabeza el ránking de ciudades españolas con más éxito en esta app.
Baja autoestima
De intentar que nuestro ego se vea reconfortado, a sufrir una depresión por recibir cientos de críticas ante una idea que nosotros creíamos maravillosa. Nuestra autoestima experimenta una montaña rusa de emociones dentro del mundo de las redes sociales. Los más afectados son los adolescentes, que se han criado en esta era digital y sienten que relatar mediante fotos lo que hacen en cada momento es el eje esencial de sus vidas. Un estudio de la Universidad de Van Wageningen investigó la relación de los selfies con la autoestima en las redes sociales y reveló que aquellas personas que realizaban más selfies poseían una autoestima más baja, tenían menos sexo y mostraban un alto índice de inseguridad y miedo al abandono. Es por ello que el éxito que reúnen redes como Instagram o Facebook se debe a la necesidad de sentirnos aceptados o tener popularidad en un grupo.
La constante lucha por ganar likes y comentarios positivos en nuestros posts mina nuestra autoestima cuando no conseguimos el objetivo deseado. En muchas ocasiones desprivatizamos nuestros perfiles para llegar a más público. Nuestra intimidad se ve relegada a un segundo plano con tal de conseguir un puñado de followers que, probablemente, vivan a cientos de kilómetros y no hayamos visto jamás.
Hemos llegado a un punto de no retorno en el que vale más la vida virtual que la real. Conviene recordarlo: la mejor red social es una mesa rodeada de los tuyos.