Tal día como hoy pero hace 102 años, el 15 de enero de 1919, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron arrestados y asesinados brutalmente en la sede de la Guardia de Caballería de los freikops (cuerpos paramilitares ultraderechistas), por orden directa de Gustav Noske, Ministro de Defensa Nacional y miembro del Partido Socialdemócrata de Alemania.
Rosa Luxemburgo nació en Polonia, donde empezó a desarrollar actividad política que la forzó a exiliarse en Suiza. Posteriormente se mudó a Berlín, donde se integró en el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD, por sus siglas en alemán) y fundó, en los últimos años de su vida, la Liga Espartaquista y el Partido Comunista de Alemania junto con Karl Liebknecht. Este último, hijo de Wilhelm Liebknecht (uno de los fundadores del SPD y compañero de Marx en la Liga de los Comunistas), se integró desde joven en los círculos socialdemócratas alemanes.
El abandono del internacionalismo
Al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, una gran cantidad de partidos socialdemócratas de la Segunda Internacional traicionaron el principio del internacionalismo proletario al alinearse con sus burguesías nacionales y apoyar la guerra. El SPD, el partido obrero más grande de Europa, renunció de esta manera a la defensa de los intereses de la clase trabajadora y sustituyó la bandera internacionalista por la imperialista. Karl Liebknecht fue el único diputado que, en la votación del 2 de diciembre de 1914 por la renovación de los créditos de guerra, votó en contra.
La Primera Guerra Mundial supuso una ruptura en el seno del movimiento obrero internacional, cuando una gran parte de los socialdemócratas renunciaron a los intereses de los trabajadores, y los más “radicales”, los comunistas, siguieron fieles a los principios del internacionalismo proletario y rechazaron frontalmente la guerra imperialista. Es por esto por lo que, en diciembre de 1918, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, junto con muchos otros compañeros, fundaron el Partido Comunista de Alemania.
Los Consejos de Trabajadores
Siguiendo el ejemplo de los bolcheviques y de la democracia soviética, en Alemania se empezaron a formar Consejos de Trabajadores y Soldados (soviets, en ruso) que constituían un poder paralelo al institucional, construyendo de esta manera la efectiva independencia política de la clase trabajadora y reforzando su poder para la construcción de un sistema socialista.
Ante la inminente derrota de la Triple Alianza en la Gran Guerra, se desató en el seno del Imperio Alemán una serie de huelgas que desencadenaron la revolución de noviembre de 1918 y forzó la abdicación del káiser Guillermo II. El 9 de noviembre, Philipp Scheidemann, miembro del Partido Socialdemócrata, ante el temor de que los Consejos de Trabajadores y Soldados tomasen completamente el poder político y estableciesen un Estado socialista, proclamó la República de Weimar desde un balcón del Reichstag.
Ese mismo día pero en el Palacio Real de Berlín, Karl Liebknecht proclamó la República Libre y Socialista de Alemania. De esta manera se hicieron patente dos poderes diferentes: por un lado el del Estado Alemán, con el respaldo de la aristocracia, la burguesía y los socialdemócratas, y por otro el de los Consejos de Trabajadores y Soldados, respaldados por una gran parte de la clase trabajadora y por los comunistas.
Socialismo o barbarie
Para evitar que la revolución se expandiese y se consolidase en toda Alemania, el gobierno socialdemócrata llegó a un acuerdo con el Estado mayor alemán para acabar con la Liga Espartaquista, que lideraba la revolución. Cuando en enero de 1919 estalló el Levantamiento Espartaquista, los socialdemócratas no dudaron en aliarse con los freikops, grupos paramilitares ultraderechistas, muchos de los cuales acabaron integrándose posteriormente en las filas nazis.
Así, el 15 de enero de 1919, el levantamiento ya había sido sofocado violentamente y sus dos principales líderes, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, fueron detenidos y asesinados por los perros de caza de los socialdemócratas y por orden directa de estos últimos.
Es curioso ver cómo en la actualidad hay una gran cantidad de personas o partidos que se consideran socialdemócratas y que reivindican la figura de Rosa Luxemburgo. Sin embargo, y no me cabe ninguna duda, de existir hoy una tal Rosa Luxemburgo, la atacarían de todas las maneras posibles como ya lo hicieron en el pasado.
Decía Luxemburgo que “quien no se mueve no siente las cadenas”. Desgraciadamente, cuando en Alemania estaban a punto de librarse de ellas, la socialdemocracia mostró al mundo lo que realmente es: un dique de contención para evitar la revolución. Dicen defender a los trabajadores pero defienden acérrimamente los intereses capitalistas, y si con sus reformas no consiguen apaciguar los anhelos emancipadores de la clase trabajadora, recurren a su último recurso: los perros de caza.