Con las mareas del mar llegan, a su vez, oleadas de críticas por lucir un cuerpo no normativo, mareas de fotografías en Instagram y la exposición, como si de un escaparate se tratase, de cuerpos curvados y rocosos. Gafas de sol en mano, sonrisa forzada, y cuerpo pompeado la cámara se convierte en foco de luz constante, aunque el flash dure apenas un segundo. Una vez la fotografía circula por todas las redes sociales, meditan sobre las calorías del helado de vainilla que ingerirán después o sobre el próximo tomo de Pierre Dukan.
Perseguir una musculación que se adapte a los cánones o estereotipos establecidos por la sociedad se ha convertido en objetivo de las sociedades del primer mundo. No, no es casualidad que sea de primer mundo. Un cuerpo esbelto, robusto y musculado es asociado a la sensualidad y al éxito. Así, por culpa del “que dirán”, casi la totalidad de la sociedad está insatisfecha con su comprensión corporal, incluso sufriendo vigorexia, trastorno que se caracteriza por la obsesión de conseguir un cuerpo musculoso.
La salud mental, trastornos alimenticios, depresión o la ansiedad por cumplir lo cánones establecidos por los eruditos de la estética, véase los maniquís de las tiendas, provoca que miles de personas no quieran lucir sus cuerpos en lugares públicos como las playas. En la idolatrada “operación bikini”, venerada en su mayoría por jóvenes, ponen el cuerpo al límite, incluso en los casos más extremos pinchándose hormonas de crecimiento, para conseguir unos resultados aceptables, pasar por el filtro y espantar a los gordófobos
Según Magdalena Piñeyro, la gordofobia se basa en humillar, invisibilizar, maltratar, ridiculizar y excluir a una persona por el mero hecho de tener una determinada característica física, la gordura. Además, Piñeyro asegura que la gordofobia está omnipresente en nuestra sociedad “en todos los espacios durante todo el tiempo”. En general, las personas obesas están asociadas a falta de éxito, baja o nula autoestima y vida sexual no satisfactoria. Así, la gente tiene miedo a engordar para no ser tachadas de tales memeces, o quizá quieren más seguidores en Instagram, quién sabe.
La sociedad, que ha interiorizado que lo valioso es lo saludable, ágil y dinámico, ha perdido la identidad “real” y la ha suplantado por un perfil enérgico. Las posturas antinaturales o los ángulos fotográficos imposibles inundan de miles de likes los perfiles de los influencers, personificación de los productos de cosmética que prometen cuerpos irreales asociados al éxito y a la felicidad, generando una imagen utópica del cuerpo ideal. Así, los jóvenes, la gran mayoría mujeres, sueñan con tener las mismas curvas que su influencer favorita, alejándose de la realidad y asociando su vida al éxito, fama, dinero y salud.
Las personas que no cumplen con los cánones establecidos tienen serios problemas a la hora de “quitarse la camiseta” al llegar a la playa, generando una sensación de inseguridad constante. Hemos llegado al punto en el que las personas son juzgadas por su apariencia física y, aunque somos conscientes del problema y no queremos que nos critiquen, seguimos comentando y evaluando el cuerpo de los demás.
Este fenómeno no nos pilla de sorpresa, pero las redes sociales han contribuido a que las críticas y bullying se acentúen. Todos deberíamos colaborar a cambiar esta realidad social y cambiar el pensamiento que, desgraciadamente, poseemos. Así, invito a toda esa gente que tiene miedo a ponerse en bikini a que comparta en redes sociales que ellos también son felices y están llenos de autoestima, y animo a que cuando alguien normativo les recomiende una dieta milagro ellos les recomienden una buena novela.
Estamos cansados. Quítate la camiseta.