Joe Biden jura el cargo de presidente y transmite un mensaje de unidad mientras que Donald Trump amenaza con volver
Envueltos en el clásico y exagerado espectáculo político que protagoniza cada cuatro años la clase política estadounidense, Joe Biden y Kamala Harris han tomado posesión de manera oficial de los cargos de presidente y vicepresidenta respectivamente. Ha sido una jornada vertebrada por los estragos de la pandemia, que ha impedido que los seguidores demócratas se acercasen a la gran explanada del Capitolio, que en ocasiones anteriores se encontraba a rebosar.
En su lugar, se han instalado en los jardines miles de banderas de Estados Unidos y de los estados que lo componen. Al acto, sin embargo, han acudido personajes políticos como los Clinton, Barack Obama o George Bush entre otros representantes. El que no ha aparecido ha sido Donald Trump, que se encontraba a la hora del juramento en su nueva morada en Palm Beach, rompiendo así la tradición con más de 150 años de presenciar esa jura como símbolo de transición pacífica del poder.
Transición de poder
El otro factor determinante ha sido la agonía con la que se ha vivido esta transición de poder, causada por el asalto al legislativo llevada a cabo por manifestantes pro-Trump el pasado 6 de enero. El dispositivo de seguridad desplegado para esta ocasión no tiene precedente. El National Mall se ha visto cercado con una valla de varios metros, más de 25.000 soldados de la Guardia Nacional han ocupado el Capitolio dejando unas imágenes inéditas y se han cortado carreteras y líneas de metro por miedo a acciones de grupos de extrema derecha.
El discurso que ha dado el nuevo presidente se ha centrado de manera especial en la unidad. Ante la clara polarización de la sociedad estadounidense, la crispación con la que se ha vivido todo el proceso electoral, pero también por las más de 400.000 defunciones que el coronavirus ha dejado en ese país, Biden ha hecho alusión a los diversos desafíos que han tenido que enfrentar durante su historia.
El tono pausado y plano, el lenguaje llano y sin estridencias y su expresión corporal comedida auguran, al menos en las formas, una legislatura más tranquila que la de su predecesor, Donald Trump. Por su parte, Kamala Harris, primera mujer de ascendencia afroasiática en ocupar la vicepresidencia, ha jurado el cargo vestida de morado, algo que los analistas entienden como un guiño al movimiento feminista. No obstante, de esta dirigente no se espera nada más allá que meras reformas de carácter liberal en esta cuestión.
El Capitolio
Esta toma de posesión se da exactamente dos semanas después del tan sonado asalto al Capitolio, un evento con una alta carga de simbología histórica y que dejó un balance de cinco muertos, pero que carecía de capacidad efectiva y material para llevar a cabo sus objetivos. ¿Alguien cree realmente que unos cientos de manifestantes concentrados en Washington iban a ser capaces de subvertir los resultados de las elecciones y forzar que Biden renunciase a su cargo? No obstante, este evento sí que es un síntoma de la creciente grieta política que vive el país y del amplio apoyo social que respalda, a pesar de todo, al presidente saliente.
Trump sabe perfectamente que es inútil para sus intereses personales y políticos apoyar ciegamente a estos manifestantes a los que él mismo arengó en su discurso en la Casa Blanca en las horas previas al asalto y de los que ya ha renegado en varios vídeos diciendo que esos asaltantes no representan su movimiento.
Los retos del nuevo inquilino
La oficina presidencial de la Casa Blanca deberá lidiar durante los próximos cuatro años con una serie de problemáticas que tienen una envergadura trascendental. Por ello, Joe Biden parece no querer perder el tiempo y ya ha anunciado que durante los primeros días de su mandato va a aprobar alrededor de una veintena de decretos presidenciales para frenar el avance de la pandemia y revertir sus graves consecuencias económicas y, por otro lado, deshacer algunas de las políticas reaccionarias que llevó a cabo Trump.
Sobre la primera cuestión, el nuevo presidente ya ha anunciado un ambicioso plan con un presupuesto de casi dos billones de dólares, dirigido principalmente a generar una robusta red de centros de vacunación que tendrán un objetivo claro: vacunar a 100 millones de ciudadanos en los primeros 100 días de presidencia. Además, otra parte de este flujo de financiación irá dirigido a reforzar el sistema de rastreadores, salvar a pequeñas empresas y garantizar la seguridad en escuelas. También ha prometido transferir a cada estadounidense 1.400 dólares, algo que ya hizo Trump en diciembre en menor medida.
Otras de las medidas tendrán que ver con revertir la herencia de Trump, como lo pretenden el reingreso de Estados Unidos en el acuerdo climático de París o acabar con la ley que impedía a algunos ciudadanos de países musulmanes viajar al país. También firmará en materia de inmigración para paliar el problema fronterizo y de las personas indocumentadas, en favor de los derechos LGTB y comenzará una progresiva subida de impuestos para las rentas más altas.
En el plano internacional, se espera que Biden recupere una cooperación más estrecha con la Unión Europea, aunque no vio con buenos ojos el acuerdo que esta alcanzó con China a finales del año pasado sobre inversiones. Las autoridades chinas ya han declarado que creen que la relación entre ambos países mejorará en las formas y que se hará más uso de la diplomacia, pero no consideran que en materias económicas la disputa se relaje. Sobre la cuestión palestina, el presidente entrante se ha declarado siempre partidario de una solución de dos estados, aunque su relación con Netanyahu es buena.
“Volveremos de alguna forma”
La salida de Donald Trump de la Casa Blanca se ha producido a las ocho de la mañana hora de Washington. En sus palabras antes de subir por última vez al Air Force 1, además de volver a insistir, como lleva haciendo dos meses, en que las elecciones fueron fraudulentas, ha dejado un mensaje claro: “Volveremos de alguna forma”. Las vías que tiene el republicano para aspirar de nuevo a este cargo no son muy prometedoras.
Para empezar todavía debe pasar por el juicio político o impeachment del Senado, en el que será juzgado por incitación a la insurrección. Si dos tercios de esta cámara vota a favor de condenarle, Trump podría ser privado incluso del derecho a ocupar un cargo público y, por ende, no podría presentarse en 2024. Pero por otro lado, en el Partido Republicano se ha abierto una brecha respecto a Trump y tras el asalto al Capitolio ya no goza del beneplácito de muchos de los dirigentes que antes le apoyaban. De hecho, Mitch McConell, líder de la minoría republicana en el Senado, ha afirmado que ve con bueno ojos este juicio político, algo que puede ser determinante en una cámara que actualmente se encuentra empatada 50-50.
Otra de las opciones que puede tener es presentarse mediante una plataforma centrada en su persona, algo que ya han puesto sobre la mesa algunos analistas. Y es que, a pesar de todos los escándalos, comentarios y excentricidades de este líder, sorprende ver el amplio apoyo social que todavía cosecha. Esto lo respalda el alto porcentaje de ciudadanos que a día de hoy siguen pensando que las elecciones fueron un fraude. No obstante, esta vía es complicada, ya que esta estrategia en unas elecciones supondría dividir a la derecha y facilitar absolutamente a los demócratas la victoria.
Sea como sea, nadie duda que de una manera u otra Donald Trump seguirá influyendo en la política nacional, tal y como lo hacía antes de presentarse a presidente. Y lo que todo el mundo sabe es que el melón que le ha dejado a Biden no será fácil de gestionar. Tenemos cuatro años por delante para presenciarlo.