En julio del año pasado vimos cómo el nuevo y débil Gobierno del PSOE daba luz verde para que el barco Open Arms atracase en el puerto de Barcelona, con sesenta inmigrantes rescatados en el mar Mediterráneo. Menos de un año más tarde, sin embargo, hemos visto cómo el mismo Gobierno bloqueaba la salida del barco durante unos cien días, impidiéndole ejercer su función humanitaria.
Hoy nos encontramos ante una situación en que, tal y como ha denunciado Open Arms, el gobierno amenaza con multas de entre trescientos mil y novecientos mil euros si rescatan migrantes a la deriva en el Mediterráneo. También vimos, hace unos días, cómo detenían a Carola Rackete, capitana del Sea Watch 3, tras desembarcar en Italia con 43 inmigrantes a bordo. Así podríamos seguir nombrando casos largo y tendido.
Ahora bien, ¿a qué se debe la negativa y el rechazo de los países europeos a acoger a aquellos que arriesgan sus vidas y las de sus familias para huir de la miseria?
Precisamente, eso mismo: la miseria. Aquí me gustaría introducir un concepto interesante, acuñado en los años noventa por la filósofa valenciana Adela Cortina: la aporofobia. Creo que sería simplista hablar únicamente de xenofobia o racismo en esta situación (aunque la aporofobia esté muy ligada a esto), ya que, a grandes rasgos, las sociedades occidentales han ido aceptando cada vez más las diferencias raciales. Esto lo podemos ver, por ejemplo, en la gran amistad entre la familia real española y la familia real de Arabia Saudí, o los grandes lazos de amistad entre Trump e Israel. Al final, la relación entre las élites de un país y de otro determina la relación entre esos dos países, y por tanto condiciona la visión que tiene la ciudadanía de cada país respecto de los demás.
Así pues, la aporofobia consiste en un sentimiento de odio, repugnancia u hostilidad al pobre, al desamparado, al que no tiene medios. Es una construcción social que vincula la pobreza con la delincuencia, colocando así, en el imaginario colectivo, a la gente sin recursos como posibles delincuentes y no como potenciales víctimas de discriminación y violencia. Si mezclamos esta aporofobia con tintes racistas, tenemos la definición perfecta de la discriminación que, desgraciadamente, vemos tan a menudo y da pie a las políticas exteriores y actitudes neofascistas tan extendidas hoy en día.
De esta manera, se manifiesta de manera clara que el problema con el que nos encontramos no es únicamente de raza o etnia, sino de clase. Si lo analizamos en su totalidad, vemos además que la cuestión de clase no se da únicamente en el rechazo a los inmigrantes y los refugiados (pobres), sino que la causa primera de estos éxodos de refugiados debe entenderse, también, desde la perspectiva de clase y el funcionamiento del capital en el mercado global.
Sin embargo, este es un tema demasiado complejo del que se han escrito cientos de libros y estudios desde diferentes perspectivas y sobre temas muy concretos al respecto. Aun así, podemos decir de manera burda y poco rigurosa que detrás de estos conflictos bélicos y/o políticos hay intereses que responden a la lógica de acumulación y reproducción del capital que, dentro de un sistema-mundo, tiende a transferirse desde lo que podemos denominar la “periferia” hacia el “centro” mediante diferentes tipos de dominación política y económica a nivel internacional.
Por tanto, hoy en día nos encontramos ante una crisis migratoria que no es aleatoria o coyuntural, sino que es consecuencia del propio funcionamiento del capital global, esto es, del sistema económico vigente a nivel internacional que responde a los intereses de las grandes potencias, aunque, parece ser, a Europa le ha salido el tiro por la culata.