Ante la crisis educativa: ¡a la huelga!

Este miércoles 21 de octubre están llamados a la huelga el conjunto de la comunidad universitaria en Catalunya, impulsada principalmente por la CGT, el col·lectiu Doctorands en Lluita, el Frente de Estudiantes y el SEPC.

Esta huelga viene marcada por el COVID, que lleva ya varios meses condicionando nuestras vidas completamente. La pandemia ha obligado a cambiar el modelo de estudio presencial a uno telemático, llevando la universidad a nuestras casas. Esto, como es obvio, ha profundizado sobremanera las desigualdades existentes entre los estudiantes –y profesores–, que deben usar sus propios recursos y encontrar sus propios espacios de estudio y/o de trabajo en sus lugares de residencia.

CRISIS CAPITALISTA Y EDUCATIVA

La crisis actual no es consecuencia exclusiva del virus, sino que, tal y como muchos estudios previeron antes de la pandemia, la crisis viene gestándose desde hace mucho tiempo: es una de las crisis cíclicas propias del capitalismo, que el virus ha acelerado y agudizado, dándole nuevas dimensiones.

Respecto a la educación, los estudiantes sabemos que se encuentra en crisis desde hace décadas: y es que la pública no deja de perder posiciones frente a los intereses del capital. Esto significa que el sistema educativo responde a las dinámicas mercantilizadoras propias del capitalismo, configurando y orientando los planes de estudio en función de los intereses del mercado, así como aumentando constantemente la tasa de explotación sobre el personal docente e investigador y del personal administrativo y de servicios, empujándolos hacia una precariedad insostenible.

MERCANTILIZACIÓN DE LA EDUCACIÓN

A esto hay que añadir la constante subida de las tasas universitarias durante estos últimos años,  lo que implica una elitización de la misma y la expulsión de una gran cantidad de jóvenes, en su mayoría de familias trabajadoras, de las universidades. Además, el ministro de Universidades, Manuel Castells, ha vuelto a poner sobre la mesa el modelo del 3+2, que reduciría en un año el tiempo en el que se hace un grado universitario, a la vez que aumentaría en un año la duración de los másteres, cuyos precios anuales desorbitados dejan de lado a una gran parte del estudiantado.

En cuanto a la situación del profesorado, es común encontrarse con que sus contratos son de profesor asociado: contratos que deberían ser únicamente para especialistas en algunos campos de investigación que, además de su trabajo principal, deciden impartir docencia. Sin embargo, estos contratos son utilizados de manera fraudulenta, haciendo que la mayor parte de nuestros profesores cobren entre 400 y 800 euros al mes, teniendo que impartir varias asignaturas y obligados a asumir algún otro trabajo precario para llegar a fin de mes.

Además, estos contratos suelen tener una duración de entre tres meses y un año, por lo que si alguno de los profesores se sindicaliza o hace público su rechazo a este modelo, en el curso siguiente no lo volveremos a ver. Esta situación prácticamente imposibilita la capacidad de organización de los profesores universitarios e invisibiliza esta situación de máxima explotación.

A estos problemas –y todos los que no he mencionado aquí– hay que agregarle la pésima gestión por parte de las universidades de la pandemia y la educación telemática. Los órganos directivos de las universidades están conformados por intelectualoides alejados completamente del día a día de la universidad y de la realidad concreta que viven la gran mayoría de los profesores y de los estudiantes, por lo que, desde sus despachos llenos de libros sobre justicia, igualdad, y democracia, no hacen más que reforzar la intromisión del capital en la universidad y abrir los brazos a la injerencia privada en nuestros centros de estudio.

POR UNA EDUCACIÓN AL SERVICIO DEL PUEBLO TRABAJADOR

Es por todo esto y por mucho más que debemos poner la universidad y la investigación al servicio de quien estudia y de quien trabaja: al servicio del pueblo trabajador. Debemos aspirar a un sistema educativo controlado por aquellos que hacen funcionar la universidad, para acabar con las dinámicas mercantilizadoras que precarizan hasta lo irreductible a todos los trabajadores y expulsa a una gran cantidad de estudiantes.

Los motivos que nos llevan a la huelga son miles, pero estos problemas no se solucionarán por sí solos. La historia nos ha enseñado que nada se cambia sin organización, y que si de verdad aspiramos a una educación pública, gratuita y de calidad, no tenemos otro camino que el de la unión de estudiantes, profesores y trabajadores, luchando codo con codo y día a día por una educación al servicio del pueblo trabajador.

Tras tantos años de derrotas de la pública, empieza el contraataque: compañero, compañera, ¡a la huelga!