Aviso: Los hombres también menstrúan. En el presente reportaje se habla principalmente de mujeres y hombres cisgénero por fuerza mayor: Todos y cada uno de los estudios científicos a los que se hace alusión se han llevado a cabo en personas cisgénero. Pero repitamos: Hay hombres que menstrúan, también mujeres que no.
Anabel Cuevas veranea siempre en la casa del pueblo, donde conviven durante el periodo estival tres tías y cuatro primas. Nunca han sacado a relucir el debate sobre la sincronización menstrual porque simple y llanamente lo han dado por hecho. “Al fin y al cabo, en el pueblo, llevamos todas el mismo tipo de vida: comemos lo mismo, hacemos el mismo ejercicio”, comenta Cuevas. Elena Gutiérrez, sin embargo, lleva dos años con su novia y no se les ha sincronizado la regla hasta ahora. Eso sí, la tiene sincronizada desde hace tiempo con sus cuatro amigas más cercanas y se inclina por una explicación científica.
Oliver Balboa, a quien en alguna ocasión también se le ha sincronizado la menstruación con amigas, cree que es mera casualidad, pero reconoce que las impresiones son dispares: “Hay gente que piensa que tiene una explicación científica, otra que considera que es puro azar y otra tanta, que tiene que ver con la sintonización enérgica de las personas que sincronizan”.
¿Qué tiene que decir la ciencia al respecto?
En 1971, la psicóloga Martha McClintock firma en Nature un artículo en el que concluye que el ciclo menstrual de 135 jóvenes convivientes en una residencia de estudiantes femenina tiende a sincronizarse. Tras un seguimiento de 8 ciclos por mujer, la sincronización (disminución en la diferenciación de fecha de inicio del ciclo menstrual) se confirma entre compañeras de habitación y amigas cercanas, no entre todas las menstruantes de la residencia. La autora deduce que la interacción social está detrás de este efecto en los ciclos menstruales de las participantes en la investigación. Pero ¿en qué sentido es determinante la interacción social?
En 1965, Koford revela que la comida que ingieren los primates según la estación está correlacionada con su período reproductivo. McClintock desestima que la sincronización sea debido a que las residentes comen lo mismo en un espacio compartido, pues como se ha dicho, se prueba únicamente entre compañeras de habitación y amigas cercanas.
Efecto Whitten
Sin embargo, la investigadora deja abierta la posibilidad de que se deba a la interacción de las feromonas [1] entre hombres y mujeres. La científica hace alusión al efecto Lee-Boot y Whitten en ratones. En el primero se expone que, en ausencia de machos, cuando cuatro o más ratones hembra se alojan juntas, sus ciclos de estro son reducidos, se vuelven irregulares y con el tiempo se detienen. Por el contrario, el efecto Whitten viene a manifestar que cuando este grupo de hembras es expuesto al olor de un macho o de su orina, los ciclos en los que las hembras están receptivas sexualmente vuelven e incluso tienden a sincronizarse.
La deducción que hace McClintock es interpretar que el acompasamiento entre el ciclo de las residentes se da debido a la presencia de estudiantes masculinos durante el fin de semana. No obstante, intuye que de darse este efecto, no sería suficiente con una feromona masculina, es decir, haría falta también la presencia de una feromona femenina. Todo queda en conjeturas. “Aunque este sea un estudio preliminar, la evidencia de la sincronización o de la supresión del ciclo menstrual es bastante sólida”, concluye McClintock en el último párrafo del artículo científico publicado en Nature.
Un río de tinta en plena ola feminista
A comienzos de la década de los 70, McClintock abre el melón sobre la sincronización del periodo entre menstruantes, y aunque las razones científicas no quedan esclarecidas no es baladí. La Segunda ola del feminismo en los Estados Unidos está en pleno apogeo y se hacen lecturas biologicistas. Críticas y científicas apuntan que la sincronización entre menstruantes podría ayudar a las mujeres a escapar del control de los hombres al estar receptivas para la reproducción todas al mismo tiempo. Sororidad en tiempos de sangrado.
Desde entonces, ha corrido mucha tinta al respecto y se han realizado cuantiosos estudios. Alexandra Alvergne destaca, en un artículo publicado en The Conversation en 2016, las investigaciones más reveladoras en mujeres: que comparten piso o trabajo, parejas lesbianas y mujeres ciudadanas de países con altos índices de fertilidad.
El espacio, ¿significativo?
Los dos primeros estudios reafirman la tesis de McClintock, ya que concluyen que no es tan significativo que las mujeres compartan piso o espacios de trabajo, como que tengan una relación estrecha entre ellas. Eso sí, los investigadores de la Universidad de Bar-Ilan, que han capitaneado estos dos estudios, no se centran en el cómo ni en el porqué. Al contrario, desde la Universidad Estatal de Nuevo México y Arizana se desmiente la existencia de argumentos científicos sólidos que evidencien la sincronización en parejas lésbicas. Por último, en 1997, Strassmannn realiza un estudio en la comunidad étnica de Dogón, Mali, donde el índice de fertilidad es más alto que en Occidente. Tampoco encuentra evidencias contundentes de sincronización y apunta que cuando ésta ocurre, se atiende más bien a la probabilidad estadística y a la idiosincrasia común de la vida de las mujeres: estrés al que están expuestas, dieta alimentaria, estado anímico y emocional, etc.
Mcclintock vuelve a las andadas
28 años después de la publicación que desencadenaría un debate que llega a nuestros días, McClintock, junto con Kathleen Stern, dice dar con la causa científica que está detrás de la sincronización menstrual: las feromonas femeninas. Si bien en 1971 coquetea con las feromonas, en 1998 lo corrobora. Eso sí, las alusiones al efecto Lee-Boot y Whitten quedan en papel mojado.
Durante estos casi 30 años, McClintock ha trabajado con ratas y en estas investigaciones se ha percatado de que el intercambio de feromonas entre las hembras regula sus ciclos. Una de ellas es producida antes de la fase folicular (fase de ovulación) y tiene el efecto de acortar el ciclo menstrual. La segunda, se genera en plena fase de ovulación y alarga el ciclo menstrual. El intercambio de estas feromonas entre ratas acompasa los ciclos de las hembras.
El experimento que la psicóloga publica en 1998 en Nature no es más que la traslación a mujeres de lo probado en ratas. La investigación se lleva a cabo tomando el olor corporal de las compresas de las mujeres donantes y, posteriormente, depositándolo en los labios vaginales de las receptoras. Esta práctica se repitió diariamente durante dos semanas y, por tanto, sólo se siguió el desarrollo de un ciclo menstrual. El resultado fue la alteración del ciclo en las receptoras y la sincronización con el de las donantes debido a la actuación de las feromonas.
¿Asunto zanjado?
El asunto se zanja aquí para McClintock, quien en 1998 pone fin al camino que emprendió abriendo el melón sobre la sincronización en la menstruación en plena Segunda ola feminista. No ocurre lo mismo con la comunidad científica, para quien este melón se llena de grietas y da lugar a un debate que lejos de acabar, comienza aquí. Las preguntas y las críticas afloran: ¿Acaso existen las feromonas humanas?
Hay tantos estudios que evidencian su existencia, como los que la desmienten. No hay un consenso al respecto. En la actualidad, los últimos estudios científicos que analizan la presencia de feromonas en el ser humano lo hacen en relación con la atracción sexual. Mark JT Sergeant advierte en The Conversation del peligro de la banalización y proliferación del uso del concepto de las feromonas cuando aún, a pesar de los más de 45 años de investigación, no se han hallado evidencias concluyentes en humanos.
Más razones para la duda
Las primeras críticas a McClintock comenzaron a llover en la década de los 90, antes de que la psicóloga confirmara la existencia de feromonas en humanos. En 1992, Wilson repite la investigación de McClintock de 1971 siguiendo su mismo método y diseño. Los resultados obtenidos son negativos. Un año más tarde, Wilson recoge en “Una revisión crítica sobre la investigación de la sincronización menstrual” tres errores estadísticos detectados en la investigación de McClintock en la residencia universitaria femenina: (1) falta de consideración de la coincidencia del comienzo del ciclo menstrual por azar, (2) aceleración de días desde la diferencia inicial en el comienzo del ciclo a la sincronización conforme avanza el tiempo y (3) sesgo en el muestreo.
Sin embargo, el cruce de críticas vendría a partir de la segunda publicación con una réplica de Strassmann y otra de Whitten, ambas en la revista Nature. Strassmann, en la línea de la “imposibilidad matemática” que defiende Schank, apunta que no es de extrañar que algunas mujeres menstrúen a una, teniendo en cuenta que el sangrado a menudo se prolonga durante 5-7 días cada mes. La duración de los ciclos y la coincidencia entre menstruantes es tan variable que se antoja complicada la tarea de medirlo matemáticamente. Uno de los últimos estudios, publicado en 2012, también concluye que lo más probable es que la sincronización se deba al más puro albur.
En una réplica más escueta, Whitten critica el método de la segunda investigación (análisis de un sólo ciclo de las participantes) y cuestiona la “definitiva evidencia de la existencia de las feromonas”, según McClintock.
Voces expertas desde España
La ciencia ha contestado a Anabel Cuevas y a su particular harén estival, a Elena Gutiérrez y a su sincronizado grupo de amigas y también a Oliver Balboa, pero que haya contestado no significa que sea concluyente. ¿Ha contestado, entonces?
Pilar Lafuente, doctora en el Servicio de Ginecología del Hospital Universitario La Paz de Madrid, apunta que si no se ha seguido investigando, tratando de dar con una respuesta definitiva, es porque más allá de ser algo complejo esta cuestión “no preocupa excesivamente a la medicina”. Añade que la financiación tampoco “juega a favor”. En la actualidad, la investigación científica española, en lo que a ginecología respecta, está centrada primordialmente en “ovarios poliquísticos, miomas uterinos y endometriosis”.
La sincronización entre menstruantes no es un tema de urgente necesidad y la pregunta es la de siempre: ¿Y si los hombres cisgénero sangraran?
Si los hombres sangraran
Marina Mazheika, profesora en el Departamento de Obstetricia y Ginecología de la Universidad de Granada y Silvia Quílez, sexóloga y especialista en coaching sexual, lo tienen claro: si los hombres hombres sangraran se habría estudiado ya hasta lo aparentemente más nimio. Las dos expertas son cautas; ni afirman ni desmienten que la sincronización entre menstruantes tenga una justificación científica, pero denuncian que no se investigue sobre la menstruación y se sigan alimentando los mitos alrededor del cuerpo de la mujer. La sexología de las mujeres se estudia “tarde, menos y mal”, se aqueja Silvia Quílez y la superstición no es más que una consecuencia directa de ello. Marina Mazheika pone el punto de mira en el déficit de la educación sexual, que también hace que a la sociedad le “choque” que un hombre pueda menstruar.
A la ciencia, a los científicos y científicas; en fin, a la sociedad le queda mucho por contestar.
[1] Feromona: Sustancia química producida por un organismo que sirve de estímulo para determinados comportamientos o respuestas fisiológicas de otro organismo de especie parecida. Viene del inglés pheromone (compuesto por la raíz del griego pherein, “llevar”, y hormon ,“que impulsa”).