Prostitución: Pecadora, promiscua y víctima

El 39% de los hombres españoles han pagado por mantener relaciones sexuales, según datos de Naciones Unidas, y el 80% de la trata de personas tiene como fin la explotación sexual

Yo elijo. Tú eliges. Él elige. Nosotros elegimos. Vosotros elegís. El debate está en ellas. ¿Son realmente libres?, ¿han optado por esa forma de vida porque no han tenido elección o han escogido el camino fácil? Las prostitutas son el centro de debate del feminismo español. Tras años en la sombra, repudiadas por una sociedad que las criminaliza, pero a su vez las consume,  las prostitutas son ahora el tema estrella. Aún así, se sigue estigmatizando su figura y, cómo no, su oficio, la prostitución. Trabajadora sexual, puta, prostituta o mujer prostituida. Elegir cualquiera de esos sustantivos hace que se tome una posición u otra. Los argumentos más comunes dentro de esta polémica giran cerca de la abolición o la legalización de la prostitución, ambas vociferadas desde un atril alejado de la realidad de quienes viven en sus carnes los trabajos sexuales.

Lluís Ballester Brage y Jaume Perelló Alorda hablaban en 2008 (II Congrés Virtual sobre prostituciò) de cuatro modelos de intervención ante la prostitución. Los Estados, al tratarse –en teoría– del oficio más antiguo del mundo, llevan años posicionándose de una manera u otra, atendiendo, eso sí, a demandas políticas, económicas y culturales. Históricamente, los modelos adoptados por las distintas sociedades son los modelos prohibicionista y reglamentarista, mientras que los “nuevos modelos”, implantados en un tiempo relativamente corto, son el modelo legalizacionista y el modelo abolicionista, que rompe con todos los aspectos que podrían tener en común los anteriores.

sancionar o censar

El primer modelo, el prohibicionista, plantea la prostitución como un hecho sancionable, tanto para aquellas personas que la ejercen, como para quiénes mueven los hilos. La prostitución se convierte en delito, castigada con penas de cárcel, multas o sanciones, tratando así de evitar que una persona cercana a los trabajos sexuales  se decante por esta “opción”. Se  descarga la responsabilidad en un Estado protector. El eje de la cuestión sería que este modelo recae con mayor peso sobre la parte visible del oficio, es decir, sobre las mujeres prostitutas.

La rama reglamentarista plantea la prostitución como algo “inevitable”. A través de ella, se propone censar a todas las personas que ejerzan la prostitución  y acotar espacios seguros para su práctica Dentro de este planteamiento, no estaría amparado por la ley prostituir a una persona, es decir, legalmente solo estaría permitido prostituirse a uno mismo. Esta posibilidad matiza la reglamentación limitada, que apuesta por las estrategias preventivas (presentar un apoyo real) para evitar que las mujeres acaben prostituyéndose, por las estrategias de salida para aquellas que ya ejerzan y, posteriormente, por estrategias de inclusión social. Se apoya en ser una opción efectiva ante las redes de trata de personas con fines de explotación sexual y en proporcionar programas de salud y apoyo a las mujeres.

El debate de hoy

Los “nuevos” modelos planteados, el abolicionista y el legalizacionista, son, en efecto, los protagonistas del debate español. Las posiciones abolicionistas, ligadas a una parte del feminismo con tendencias socialistas, despenalizan la figura de la prostituta y, a su vez, ponen el foco de atención en  el tercer implicado (proxeneta, putero o chulo) en el acto de la prostitución. Se entiende que toda prostitución por parte de terceros debe ser sancionada legalmente, así como el cliente puede ser también multado o encarcelado. En el lado contrario de la discusión se encuentra el modelo legalizacionista, que considera la prostitución como una opción laboral más, la cual hay que defender y amparar plenamente. Existen países europeos que ya han aplicado este modelo, como Holanda, y las personas beneficiadas no son, ni por asomo, las mujeres que se encuentran bailando tras las vitrinas del Barrio Rojo.

“¿Cuánto vale una relación sexual?”

Dentro del debate sobre legalizar o no la prostitución, se habla de la libre elección de las mujeres sobre su cuerpo. Según Ana Álvarez, mediadora de la asociación APRAMP, focalizada en la prevención y erradicación de la explotación sexual: “Habrá algunas mujeres que elijan y decidan ejercer prostitución desde una posición privilegiada, pero es una realidad minoritaria”. Y es que los datos hablan por sí solos: la Fiscalía General del Estado, en 2011, apuntaba que el 90% de las mujeres prostituidas se encontraban en una situación de pobreza, muchas de ellas además inmigrantes con familias que mantener en sus países de origen, siendo ese factor socioeconómico uno de los principales condicionantes para dedicarse a este oficio.

Sostiene además que regularizar la prostitución supondría reconocer “la cosificación y mercantilización del cuerpo o partes del cuerpo de las mujeres para la satisfacción sexual de los hombres”. Pues hay que tener cuenta que la demanda por parte de las mujeres es prácticamente inapreciable. Maite Sánchez, voluntaria de Médicos del Mundo, secunda esta afirmación partiendo de que la prostitución «no es el trabajo más viejo del mundo, sino el privilegio más antiguo del hombre sobre las mujeres”. Un trabajo que perpetúa, no solo la relación de poder que el hombre ejerce sobre la mujer, sino también la de quien posee dinero sobre aquel que no.

Leer La prostitución en la historia

más de 1000 clientes al año

La rama abolicionista resalta la idea de la prostitución como una perpetuación del papel dominante del hombre (del hombre con dinero) sobre la mujer pobre. Kajsa Ekis Ekman, periodista, escritora y activista sueca, plantea en su libro El ser y la mercancía, la base sobre la que se cuestiona la teoría reglamentarista: «¿Cuánto vale una relación sexual?» En países como Holanda, en la que la prostitución está escudada y protegida por las leyes, las prostitutas han salido perdiendo. Se estableció que una relación sexual “valía” 60€, mientras que una vitrina en el Barrio Rojo, por noche, alcanzaba el precio de 150€.

Con esto, Ekman enfatiza en que las mujeres comienzan perdiendo dinero y, a lo largo de la noche, contando con sufragar gastos, pagar al proxeneta y obtener beneficios para ellas mismas -o en muchos casos para enviar el dinero a sus países de origen- deben atender a un mínimo de 5 clientes. Al mes, considerando que menstrúen, el total rebasa los 100 clientes y, al año, más de 1000.

0,35% del pib

La prostitución se presenta como la segunda economía ilícita que más beneficios genera. En España suponía, en 2018, el 0,35% del producto interior bruto, junto con el narcotráfico y la industria armamentística. Maite subraya la necesidad de tener en cuenta todos los negocios que rodean a la prostitución. No solo las redes de proxenetas se benefician de los trabajos sexuales. Cabe destacar tanto a las inmobiliarias, debido al paso de los clubes a pisos de las prostitutas, como a las agencias que se aprovechan del turismo sexual. La rama abolicionista pretende focalizar la atención en el hombre-consumidor, no en la mujer. “Busca penalizar a la gente que se lucra de este negocio millonario”, expone Ana. “Busca erradicar el proxenetismo y acabar con la trata de mujeres con fines de explotación sexual, poniendo multas a los locales donde explotan y se benefician de las mujeres”, añade.

«Hablar por ellas sin hablar con ellas«

Desde el otro punto del debate, la rama legalizacionista denuncia un trato vejatorio hacia las prostitutas. Acusan a las abolicionistas de hablar por ellas sin hablar con ellas. Morgana tiene 22 años y es prostituta. Decidió dedicarse al trabajo sexual por necesidad económica y, en contexto a la mayoría de prostitutas, se reconoce como privilegiada. Elige con quién, dónde y los beneficios generados son íntegramente para ella. Desde su posición denuncia la falta de consideración que hay dentro del movimiento abolicionista. “El abolicionismo que conozco, latino y español, es un abolicionismo que dirige su odio a las chicas trabajadoras o bien echando abajo su trabajo o bien haciendo de ellas unas víctimas sin saber siquiera de primera mano si esas supuestas víctimas se consideran tal cosa”.

De la misma manera, ASKABIDE, entidad que trabaja con mujeres que pertenecen al entorno de la prostitución, matiza que no todas las mujeres pobres son prostitutas. En su mayoría las mujeres migrantes, atienden a otras necesidades que no se contemplan dentro de nuestro marco cultural. “Tienen una necesidad inmediata de mandar dinero, porque le podemos ofrecer la posibilidad de que esté en un piso de acogida , que vaya aprendiendo el idioma, etcétera. Eso no entra dentro de sus prioridades ahora, no va a haber nada ni nadie que vaya a evitar que una mujer con esas características entre en prostitución”. Concebir que la prostitución es la única solución para muchas mujeres choca directamente con todos lo valores culturales y sociales  inculcados.

Morgana denuncia «el puritanismo» feminista

Uno de los focos en los que se centran los movimientos pro-putas es en que los abolicionistas se olvidan del porcentaje que ejerce “por gusto”. “Nosotras, las trabajadoras sexuales, no somos víctimas, si acaso lo somos exactamente igual que cualquier otra trabajadora; las que sí lo son y necesitan ayuda se merecen que la atención se focalice en ellas”.

Morgana habla de cómo los colectivos feministas se han obcecado con ella y con sus compañeras, obviando la realidad de la trata de blancas, colmados, eso sí, de “sentimientos puritanos”, dignos nietos de la cristianización del país: “Realmente el feminismo hegemónico es  conservador, y mucho. Hay temas que se están dando modernamente que se les escapan. Creo que se han quedado sin herramientas para analizar una realidad, por suerte, tan diversa y deconstruida como la que se ve en España”. Con ella coincide también la asociación ASKABIDE. Denuncian la poca voz que se les da a las mujeres prostitutas, tanto como para infantilizarlas y hablar por ellas, como para demonizarlas y acusarlas de ejercer un oficio indigno: “Las prostitutas no importan, a nadie le importan. Nunca. Lo que pasa es que ahora volvemos a lo de siempre: nadie se cuestiona el pensamiento hegemónico del feminismo”.

Se habla del culto a la puta, entendiéndose “puta” como mujer empoderada. De las malas condiciones del oficio, de la trata con fines de explotación sexual. Se habla de lo poco que se escuchan las voces prostituidas. Pero el foco, probablemente, haya que ponerlo mucho más alejado. Un foco que abarque un sistema que permite que una mujer venda su cuerpo para subsistir. A la vez que las condena y las castiga. El sistema capitalista no distingue entre prostitutas, kellies, cajeras, camareras o azafatas. Son, todas ellas, víctimas de explotación.